James Augustine Aloysius Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882 – Zúrich, 13 de enero de 1941) fue un escritor irlandés, reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX. Joyce es aclamado por su obra maestra, Ulises (1922), y por su controvertida novela posterior, Finnegans Wake (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias breves titulada Dublineses (1914), así como su novela semiautobiográfica Retrato del artista adolescente (1916). Joyce es representante destacado de la corriente literaria de vanguardia denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Ezra Pound o Wallace Stevens.
Aunque pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, el universo literario de este autor se encuentra fuertemente enraizado en su nativa Dublín, la ciudad que provee a sus obras de los escenarios, ambientes, personajes y demás materia narrativa. Más en particular, su problemática relación primera con la iglesia católica de Irlanda se refleja muy bien a través de los conflictos interiores que atormentan a su álter ego en la ficción, representado por el personaje de Stephen Dedalus.
Así, Joyce es conocido por su atención minuciosa a un escenario muy
delimitado y por su prolongado y autoimpuesto exilio, pero también por
su enorme influencia en todo el mundo. Por ello, pese a su regionalismo,
paradójicamente llegó a ser uno de los escritores más cosmopolitas de
su tiempo.
La Encyclopædia Britannica
destaca en el autor el sutil y veraz retrato de la naturaleza humana
que logra imprimir en sus obras, junto con la maestría en el uso del
lenguaje y el brillante desarrollo de nuevas formas literarias, motivo
por el cual su figura ejerció una influencia decisiva en toda la
novelística del siglo XX. Los personajes de Leopold Bloom y Molly Bloom, en particular, ostentan una riqueza y calidez humanas incomparables.
El editor de la antología The Cambridge Companion to James Joyce [Guía de Cambridge para James Joyce]
escribe en su introducción: «A Joyce lo leen muchas más personas de las
que son conscientes de ello. El impacto de la revolución literaria que
emprendió fue tal que pocos novelistas posteriores de importancia, en
cualquiera de las lenguas del mundo, han escapado a su influjo, incluso
aunque tratasen de evitar los paradigmas y procedimientos joyceanos.
Topamos indirectamente con Joyce, por lo tanto, en muchas de nuestras
lecturas de ficción seria de la última mitad de siglo, y lo mismo puede
decirse de la ficción no tan seria».
Anthony Burgess, al final de su largo ensayo Re Joyce (1965), reconoció:
Junto con Shakespeare, Milton, Pope y Hopkins,
Joyce sigue siendo el modelo más elevado en que ha de fijarse todo
aquel que aspire a escribir con propiedad. [...] Pero, una vez leído y
absorbido un solo ápice de la esencia de este autor, ni la literatura ni
la vida vuelven a ser las mismas de nuevo.
En un texto de 1939, Jorge Luis Borges afirmó sobre el autor:
Es indiscutible que Joyce es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero. En el Ulises hay sentencias, hay párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare o de Sir Thomas Browne.
T.S. Eliot, en su ensayo "Ulysses, Order and Myth" ["Ulises, orden y mito"] (1923), declaró sobre esta misma obra:
Considero que este libro es la expresión más importante que ha
encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda,
y del que ninguno de nosotros puede escapar.
Biografía
Dublín (1882–1904)
Primeros años
En 1882, James Joyce nace en Brighton Square, en Rathgar, un barrio de clase media de Dublín,
en el seno de una familia católica; sus padres se llamaban John y May.
James fue el mayor de los diez hermanos supervivientes, seis mujeres y
cuatro varones. Uno de los hermanos fallecidos habría sido mayor que él,
puesto que nació y murió en 1881. La madre quedó encinta en total quince veces, las mismas que la señora Dedalus, en Ulises.
La familia de su padre, originaria de Fermoy, fue concesionaria de una explotación de sal y piedra caliza en Carrigeeny, cerca de Cork.
Vendieron la explotación por quinientas libras, en 1842, aunque
siguieron manteniendo una empresa como «fabricantes y vendedores de sal y
caliza». Esta empresa quebró en 1852.
Joyce, como su padre, sostenía que su ascendencia familiar provenía
del antiguo clan irlandés de los Galway. Para la crítica Francesca
Romana Paci, el escritor rebelde e inconformista valoraba sin embargo
«la respetabilidad basada en la tradición de una antigua casa»; sentía
«apego por una cierta forma de aristocracia». Los Joyce presumían de ser descendientes del libertador irlandés Daniel O'Connell.
Tanto su padre como su abuelo contrajeron matrimonio con mujeres de
familias adineradas. En 1887 el padre de James, John Stanislaus Joyce,
fue nombrado recaudador de impuestos de varios distritos por la Oficina
de Recaudación del Ayuntamiento de Dublín. Esto permitió a la familia
trasladarse a Bray, un pequeño pueblo de cierta categoría residencial, a diecinueve kilómetros de Dublín. En Bray vivían junto a una familia protestante, los Vance. Una hija de éstos, Eileen, fue el primer amor de James. El escritor la evocó en el Retrato del artista adolescente, citándola por su propio nombre. Este personaje resurgirá en varias otras obras, incluso en Finnegans Wake.
Joyce a los seis años (1888).
Un día en que estaba jugando con su hermano Stanislaus junto a un río, James fue atacado por un perro, lo que le acarrearía una fobia de por vida hacia estos animales; también le causaban pavor las tormentas, debido a su profunda fe religiosa, que hacía que las considerase como un signo de la ira de Dios. Un amigo le preguntó en cierta ocasión por qué estaba asustado, y James replicó: «A ti no te criaron en la Irlanda católica». De estas pertinaces fobias quedaron cumplidas muestras en obras como Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake.
Entre febrero y marzo de 1889, el Libro de Castigos del colegio de
Conglowes recoge que el futuro escritor, contando siete años, recibió
dos palmetazos por no llevar a clase cierto libro, seis más por tener
las botas sucias y cuatro por proferir «palabras indecentes», algo a lo
que Joyce fue siempre muy aficionado.
En 1891, con nueve años, James escribe el poema titulado "Et tu, Healy", que trata de la muerte del político irlandés Charles Stewart Parnell. El padre quedó tan encantado que hizo imprimirlo, e incluso envió una copia a la Biblioteca Vaticana. En noviembre de ese mismo año, John Joyce ve su nombre registrado en la Stubbs Gazette, un boletín de impagos y quiebras, y es apartado de su trabajo.
Dos años más tarde es despedido, coincidiendo con una severa
reorganización de la Oficina de Recaudación, que comprendía una
importante reducción de personal. John Joyce, con antecedentes por
gestión poco cuidadosa,
sufrió especialmente la crisis, e incluso estuvo a punto de ser
despedido sin una indemnización, algo que consiguió evitar su esposa.
Este fue el inicio de la crisis económica de la familia, debida a la
incapacidad del padre para gestionar sus finanzas, y también a su alcoholismo. Esta tendencia, muy común en su familia, sería heredada por su hijo mayor, bastante manirroto en general; sólo en sus últimos años adquirió James el hábito del ahorro,
especialmente debido a la grave enfermedad mental que aquejó a su hija Lucia, circunstancia que le acarreó grandes gastos.
En una ocasión, su hermano Stanislaus le reprochó: «Puede que haya
personas que no estén tan preocupadas por el dinero como tú». A lo que
él replicó: «Oh, diantre, puede que las haya, pero me gustaría que uno
de esos individuos me enseñara el truco en veinticinco lecciones».
Educación
El futuro escritor se educó en el selecto Clongowes Wood College, un internado de jesuitas, cerca de Sallins, en County Kildare. Según su primer biógrafo, Herbert S. Gorman,
al ingresar en este centro (1888), era «de constitución esbelta, muy
nervioso, sensible como una niña y tenía la bendición o la maldición
(esto depende del punto de vista) de un temperamento introspectivo». James, que «fue elegido para el honor de servir como monaguillo en misa», no tardó en distinguirse como alumno muy aventajado, en todo menos en matemáticas. Destacaba incluso en materia deportiva, según declararía su hermano Stanislaus,
pero tuvo que abandonar la institución cuatro años más tarde debido a
los problemas financieros de su padre. Se matriculó entonces en el
colegio de la congregación de los Christian Brothers, ubicada en North Richmond Street, Dublín. Más tarde, en 1893, se le ofreció una plaza en el Belvedere College
de la misma ciudad, regentado igualmente por jesuitas. La oferta se
hizo, al menos en parte, con la esperanza de que el distinguido
estudiante ingresara en la orden, sin embargo éste rechazó el catolicismo ya en edad temprana; según Ellmann, a los dieciséis años.
James siguió destacando en los estudios. Muy concienzudo en su
preparación, obligaba a su madre a tomarle diariamente la lección
después de la comida.
En esta época, recibió distintos premios escolares. No sabiendo qué
hacer con tanto dinero (la dotación a veces alcanzaba las veinte libras
de la época), lo destinaba a la compra de regalos para sus hermanos;
cosas prácticas, como zapatos y vestidos, aunque también los invitaba al
teatro, en las localidades más baratas.
Sus lecturas en la época del Belvedere son abundantes y profundas, en inglés y francés: Dickens, Walter Scott, Jonathan Swift, Laurence Sterne, Oliver Goldsmith; también le impresionó vivamente el estilo del clérigo John Henry Newman. Entre los poetas, leía con fruición a Byron, Rimbaud y Yeats. Y dedicó asimismo mucha atención a George Meredith, William Blake y Thomas Hardy.
Antigua ubicación del University College Dublin.
En 1898, se matriculó en el recientemente inaugurado University College de Dublín para estudiar lenguas: inglés, francés e italiano.
Joyce era recordado por ser buen estudiante, aunque de trato difícil.
Seguía aplicándose con ahínco a la lectura. Según uno de sus más
importantes glosadores, Harry Levin, en general dedicaba sus esfuerzos a los idiomas, la filosofía, la estética y la literatura contemporánea europea. Algunos de sus biógrafos han destacado como su interés principal la gramática comparada.
También se sabe que tomaba parte activa en las actividades literarias y teatrales de la universidad. En 1900, como colaborador de la revista The Fortnightly Review, publica su primer ensayo, con el título de "New Drama", sobre la obra del noruego Henrik Ibsen, uno de sus escritores predilectos.
El joven crítico recibió una carta de agradecimiento de parte del
propio Ibsen. En este periodo, escribió algunos artículos más, además de
dos obras teatrales, hoy perdidas. Muchas de las amistades que hizo en
la universidad aparecerían retratadas posteriormente en sus obras. Según
Harry Levin,
el escritor «no olvidaba ni perdonaba nada. Cualquier parecido con
personas y situaciones reales, vivas o muertas, era cuidadosamente
cultivado».
Joyce fue miembro de la Literary and Historical Society, de
Dublín. Presentó su trabajo titulado "Drama and Life" a dicha sociedad
en 1900. Con ocasión de la lectura pública de este ensayo, se le exigió
que suprimiera varios pasajes. Joyce amenazó al presidente de la
sociedad con no leerlo, y al final consiguió hacerlo sin una sola
omisión. Sus palabras fueron duramente criticadas por algunos
asistentes, y Joyce les replicó pacientemente durante más de cuarenta
minutos, por turno, sin consultar una nota, lo que consiguió suscitar
grandes aplausos entre el público. En esa época conoció a Lady Gregory, y en octubre de 1902, a W. B. Yeats,
encuentro que sería trascendental para Joyce. Este poeta le escribió
una carta en el mes de diciembre elogiando su poesía y aconsejándole que
cambiase de aires. Donde el joven escritor debía estar era en Oxford.
En 1903, tras su graduación, se instaló en París con el propósito de estudiar Medicina,
pero la ruina de su familia (que se vio obligada a vender todos sus
enseres e instalarse en una pensión) le hizo desistir de sus propósitos y
buscar trabajo como periodista y profesor. Su situación financiera era
tan precaria entonces como la de su familia, hasta el punto de que pasó
verdadera hambre, lo que hacía llorar a su madre cada vez que llegaba
carta de París. James regresó a Dublín meses después para asistir a su madre, enferma terminal de cáncer. La madre de Joyce, May (Mary Jane),
pasó sus últimas horas en coma, con toda la familia arrodillada y
sollozando a su alrededor. Al ver que ni Stanislaus ni James estaban
arrodillados, el abuelo materno los conminó a hacerlo, pero los dos
rehusaron. Según José María Valverde, Joyce siempre se acusó de esta dureza final.
La muerte de su madre lo sumió en un desasosiego que lo llevó a la
búsqueda de amistades por los bajos fondos dublineses; gustaba de
vagabundear con una gorra de yachtman y unos ajados zapatos de tenis. Fueron días difíciles en los que probó algún oficio y trató de
subsistir en parte gracias a los préstamos de los amigos, e incluso
cantando, puesto que era un consumado tenor, llegando a lograr un premio en el festival irlandés de Feis Ceoil en 1904.
Stephen el héroe
En enero de 1904, trató de publicar una obra en la que había estado trabajando, A Portrait of the Artist [Retrato del artista], una historia autobiográfica con elementos ensayísticos centrada en cuestiones de estética. Este escrito, indigno de su autor, en palabras de José María Valverde, fue rechazado por la revista de librepensamiento Dana.
Joyce entonces, con motivo de su vigésimo segundo cumpleaños, decidió
revisar el trabajo y convertirlo en una novela que titularía Stephen Hero (Stephen el héroe). Esta obra, que alcanzaría las mil páginas de borrador y recoge los primeros años y los de universidad de Stephen Dedalus, fue escrita a la par que los relatos de Dublineses. El crítico W. Y. Tindall
sostiene que el lector de las felicidades narrativas presentes en los
cuentos se sorprenderá ante las ordinarieces de la novela, calificada
por el propio Joyce de «rubbish», basura. Stephen Hero no se publicaría en vida del autor, pero fue el germen de una obra mayor como es Retrato del artista adolescente, empezada en 1907.
1904 fue el mismo año en que conoció a Nora Barnacle, una joven de Galway que trabajaba como camarera de pisos en el hotel Finn's, de Dublín. Se dice que tuvieron su primera cita el 16 de junio de 1904, y por tal motivo ésta, según sus biógrafos, fue la fecha elegida para ambientar su obra capital, Ulises.
Martello Tower, donde vivió Joyce con Gogarty.
Joyce permaneció en Dublín algún tiempo más, bebiendo en exceso. En
el transcurso de una de sus borracheras, debido a un malentendido, se
metió en una pelea con un hombre, en el parque St Stephen's Green;
tras la pelea, James fue recogido y aseado por un conocido de su padre,
Alfred H. Hunter, que lo condujo a su casa para que le curasen las
heridas.
55 En Dublín se rumoreaba que Hunter era judío
y que su mujer le era infiel. Esta persona pudo ser uno de los modelos
utilizados por Joyce para uno de los personajes centrales de su
novelística, Leopold Bloom, el protagonista de
Ulises. Del mismo modo, se inspiró en el estudiante de medicina y escritor Oliver St. John Gogarty para el personaje de Buck Mulligan en dicha obra.
Tras permanecer durante seis días en la vivienda de estudiante de
Gogarty, Martello Tower (Torre Martello), tuvo que abandonarla en plena
noche tras una escena con Gogarty y otro compañero, en cuyo transcurso
aquel disparó su pistola sobre unas cacerolas que colgaban sobre la cama
de James. Éste caminó toda la noche de vuelta a Dublín para poder descansar en su
casa, y al día siguiente envió a un amigo a la torre por sus
pertenencias. Poco después partió con Nora hacia el continente.
Trieste y Zúrich (1904–1920)
Pola y Trieste
Joyce y Nora iniciaron su autoimpuesto exilio desplazándose primero a Zúrich, donde se suponía que le esperaba un puesto como profesor de inglés en la Berlitz Language School, facilitado por un agente en Inglaterra. Resultó que el agente inglés había sido estafado, pero el director de la escuela lo reexpidió a Trieste, ciudad que fue parte del Imperio austrohúngaro hasta el 16 de julio de 1920, pasando a ser italiana por el tratado de Saint Germain-en-Laye. Aunque tampoco allí había ningún puesto libre para Joyce, con la ayuda de Almidano Artifoni, director de la escuela Berlitz de Trieste, finalmente consiguió unas clases en Pula (Pola, en italiano), ciudad entonces también austrohúngara, y hoy parte de Croacia.
Desde octubre de 1904 hasta marzo de 1905,
permaneció en Pula dando clases sobre todo a oficiales de la armada
austrohúngara estacionados en la base militar de dicha ciudad. En marzo
de 1905 se descubrió un complot de espionaje en la ciudad y todos los
extranjeros fueron expulsados. Con la ayuda de Artifoni, los Joyce
regresaron a Trieste y James empezó a enseñar inglés allí. Permanecería
en la ciudad durante la mayor parte de los diez años siguientes. El idioma que se hablará en casa del escritor a partir de ese momento será el italiano. En esta lengua reprendería años después a su díscolo hijo Giorgio y se comunicaría siempre con su hija Lucia, mientras ésta se hundía en una demencia progresiva.
En ese mismo año, Nora dio a luz al primero de sus hijos, el citado Giorgio. James se puso entonces en contacto con su hermano, Stanislaus,
tratando de atraerlo a Trieste para que se reuniera con él como
profesor en la escuela. Las razones que adujo fueron reclamar su
compañía y ofrecerle un futuro más prometedor que el que Stanislaus
disfrutaba en Dublín, como simple empleado; lo cierto era que James
necesitaba aumentar los ingresos en su familia con la contribución de su
hermano.
Las relaciones entre los hermanos fueron tirantes en el tiempo que
vivieron juntos en Trieste, principalmente debido a la frivolidad de
James con el dinero y la bebida.
La vida rutinaria en Trieste frustraba la pasión viajera del
escritor, quien decidió trasladarse a Roma a finales de 1906. Marchó con
la seguridad de contar con un puesto administrativo en un banco de la
ciudad. Sin embargo, sintió enseguida gran aversión por ésta y terminó
regresando a Trieste, a principios de 1907. Su hija Lucia nació en el verano de ese mismo año. También en 1907 apareció su primer libro, el volumen de poemas de amor Música de cámara (Chamber Music) y se le presentaron los primeros síntomas de iritis, una enfermedad de los ojos que con los años le dejaría casi ciego.
Continuó durante estos años escribiendo, principalmente relatos, e
iniciándose en la línea experimental que sería característica de su obra
posterior. También manifestó en esta época, por un lado, cierto rechazo
por la búsqueda nacionalista de los orígenes de la identidad irlandesa,
y por otro, su voluntad de preservar y fomentar la propia experiencia
lingüística, que guiaría todo su trabajo literario: esto le condujo a
reivindicar su lengua materna, el inglés, en detrimento de una lengua gaélica que estimaba readoptada y promovida artificialmente.
Joyce regresó a Dublín en el verano de 1909, llevando con él a su
hijo Giorgio. Su propósito era visitar a su padre y publicar su libro de
cuentos Dublineses.
Sin embargo, a primeros de agosto, sufrió uno de los mayores disgustos
de su vida, cuando a través de un complot organizado por sus amigos Saint-John Gogarty y Vincent Cosgrave, le fue sugerido que su compañera, Nora, le había sido infiel en el pasado. Incluso era posible que Giorgio no fuese hijo suyo. Sólo los tenaces desmentidos de otro amigo, John Francis Byrne, de su hermano Stanislaus, y las cartas desesperadas de Nora lograron hacerle comprender que todo había sido un infame montaje.
Una vez superada esa preocupación, visitó a la familia de Nora, en Galway.
Ésta fue su primera visita a la familia de su mujer y, para su alivio,
la acogida que se le dispensó fue muy satisfactoria. Incluso salió a
pasear con Kathleen, la hermana de Nora, que le dio «lecciones sobre el
mar», según ella misma contaría.
Estaba preparándose para volver a Trieste cuando decidió llevar consigo
a una de sus hermanas, Eva, para que ayudase a Nora en las labores
domésticas. Regresó a dicha ciudad, pero sólo por un mes. Volvió a
Dublín representando a unos propietarios para tratar de instalar en esta
ciudad un cine, el "Volta". Su gestión fue exitosa, aunque el escritor
sólo se involucró en ella durante unos meses; sus socios no tardaron en
vender el negocio, y Joyce finalmente no obtuvo beneficio alguno. Tampoco cuajó su intento de importar tweed
irlandés a Italia; finalmente el escritor volvió a Trieste, en enero de
1910, acompañado por otra de sus hermanas, Eileen. Mientras que Eva
enseguida sintió nostalgia de su ciudad natal, y regresaría años más
tarde, Eileen pasó el resto de su vida en el continente europeo, donde
se casaría con un cajero de banco checo.
1912 fue un año de penurias para los Joyce. Para ayudar a la economía
doméstica, el escritor pronunció varias conferencias a primeros de año
en la Università Popolare y siguió publicando artículos en los periódicos.
En abril realizó unas pruebas para convertirse en profesor en Italia, a
sueldo del Estado. Obtuvo 421 puntos sobre 450, resultando apto, pero
la burocracia italiana finalmente lo impidió por su condición de
extranjero.
Volvió fugazmente a Dublín con toda su familia, en el verano de 1912. Prosiguió la pugna sobre la publicación de Dublineses
con el editor George Roberts. Mientras estaba en Irlanda, su hermano
Stanislaus, que seguía en Trieste, le informó de que iban a
desahuciarlos. Finalmente, Stanislaus buscó otro piso más pequeño, donde
se trasladaron todos; allí viviría James con su mujer e hijos todo el
tiempo que permaneció en Trieste. Las discusiones sobre Dublineses
con su editor se centraban principalmente en el relato "An Encounter"
("Un encuentro"), en el que la trama insinúa que uno de los personajes
es homosexual.
Añadido a estos problemas, todo su entorno dublinés le negó su apoyo,
pues le acusaba, entre otras cosas, de traicionar a su país a través de
sus escritos. El libro finalmente no se publicó (no lo haría hasta dos años más
tarde) y aquel fue el último viaje de Joyce a Dublín, pese a las muchas
invitaciones por parte de su padre y de su viejo amigo, el poeta William Butler Yeats.
Ese fracaso fue motivo de que escribiera una venenosa sátira contra
Roberts: "Gas from a Burner" ("Gases de un quemador", vid. fragmento en
la sección Ensayo), en la que habla de un «escritor irlandés exiliado» («an Irish writer in foreign parts»).
Italo Svevo, gran amigo de Joyce durante su estancia en Italia.
En esa época trató al escritor Ettore Schmitz (más tarde conocido como Italo Svevo, de origen judío), quien fue alumno suyo de inglés y con el cual mantendría una larga amistad. Entre 1911 y 1914 se enamoraría platónicamente de una de sus alumnas, Amalia Popper, hija de un negociante judío llamado Leopoldo. Esta joven le sugeriría multitud de escritos y poemas, a veces preñados de humor e ironía.
En 1913, el poeta Ezra Pound,
al tanto de la precariedad de su economía, le escribe por recomendación
de Yeats para ofrecerle colaborar en publicaciones como The Egoist y Poetry.
Al año siguiente, 1914, a punto de desatarse la Primera Guerra Mundial, consiguió por fin que un editor londinense al que conocía de tiempo atrás, Grant Richards, publicase
Dublineses.
La mayor parte de las críticas surgidas fueron buenas, aunque
censuraban algunos cuentos por cínicos o sin sentido. Se vendieron pocos
ejemplares, por lo que Joyce se quejó al editor, pero éste le contestó
que desde que había empezado la guerra las ventas habían caído en
picado.
75 En ese tiempo, el escritor siguió trabajando en el
Retrato, terminó
Exiliados y empezó
Ulises, novela que tenía en la cabeza ya desde 1907.
Zúrich
En 1915, H. G. Wells se declaró profundo admirador de la obra de Joyce, que leía a partir de las entregas en The Egoist.
Ese mismo año, Joyce y familia, ciudadanos británicos, hubieron de
dejar el Trieste austro-húngaro por la guerra. Stanislaus, por su parte,
fue encerrado en un campo de presos. Los Joyce se trasladaron a Zúrich, Suiza,
país neutral, donde el escritor vivió años de gran creatividad. En esta
época, su fama crecía día a día, pero sus ingresos seguían siendo
exiguos; sobrevivió a base de dar clases, además de con la ayuda de
Pound, Yeats, Wells y Harriet Shaw Weaver, editora de la revista The Egoist, quien se convirtió en su agente y le aportó ingresos suficientes para ir tirando en los años siguientes.
En diciembre de 1916 se publicaron la primera edición norteamericana de Dublineses y la primera mundial de Retrato del artista adolescente.
Ambas se llevaron a cabo por los esfuerzos del editor neoyorquino B. W.
Huebsch, complaciendo en ello a Joyce; éste, en octubre, había sufrido
una especie de colapso nervioso o depresión, sin embargo había asegurado
a Huebsch que 1916 era su año de la suerte. El Retrato, basado en la inconclusa Stephen el héroe,
es en parte un monólogo interior de sentido profundamente irónico, en
el que Joyce demuestra su maestría en el retrato psicológico. La
publicación en Estados Unidos le dio a conocer a un público mucho más amplio. Al año siguiente, 1917, se le agudizaron al autor los problemas en la vista que ya se le habían declarado en Trieste: padecía glaucoma y sinequia.
En interpretación de algún estudioso, estos problemas pudieron deberse
incluso a que, debido a ciertas evidencias, y atendiendo a sus propias
palabras —«I deserve all this on account of my many iniquities.» [«Todo
esto me lo tengo bien merecido por mis muchas iniquidades.»]—, el autor
había contraído la sífilis en su juventud.
Con todo, su fama se había agigantado hasta el punto de que llegó a
recibir donaciones regulares de dinero en metálico por parte de una
admiradora anónima; según Ellmann, «hasta que pudiera encontrar una
situación estable». También en 1917, durante un viaje de salud a Locarno,
se enamoró de una médica alemana de veintiséis años, Gertrude
Kaempffer, a la que hizo francas proposiciones sexuales que ella, aunque
lo admiraba intelectualmente, rechazó. En Ulises, llamó Gerty (diminutivo de Gertrude) a la joven con la que Leopold Bloom se excita en el episodio Nausicaa.
De regreso en Zúrich, recibe la noticia de que un nuevo benefactor
anónimo le ingresará mensualmente la cantidad de mil francos. Esto
permitió al escritor dejar de dar algunas lecciones en su casa. Más
tarde se enteró de que su última benefactora era la esposa de un
millonario.
En 1918 se inició una época buena para Joyce; fundó en Zúrich la
compañía teatral "The English Players" con un actor inglés llamado Claud
Sykes; representaron preferentemente dramas irlandeses. Por otra parte, menudearon las fiestas con sus amigos de Zúrich, August Suter y Frank Budgen. Su mujer, Nora, sin embargo, se manifestaba indignada por el alcoholismo de su marido y solía reprochárselo a aquéllos, porque impedían al escritor centrarse en su "libro" (el Ulises),
de cuya naturaleza ella en el fondo no tenía ni idea. Según Ellmann,
«Joyce se sorprendía siempre al comprobar la indiferencia, e incluso
aversión, de Nora por sus libros». Joyce comentó una vez a Budgen:
En la gente que se me acerca, en la que me conoce y la que llega a
tener amistad conmigo, suelo tener un tipo u otro de influencia. En
cambio, la personalidad de Nora es tan especial que no logro que la mía
pueda afectarla, está hecha completamente a prueba de la mía.
Los dos esposos en general se llevaban bien. Nora tendía a moderar las flaquezas de su marido, y en la educación de Lucia
y Giorgio, era más severa que él, pues incluso les aplicaba el castigo
físico. El escritor en cambio aseguraba que a los niños «hay que
educarlos con amor, no con castigos».
Joyce demostró en varias ocasiones su neutralidad en relación con la
guerra, y llegó a escribir un poema satírico ("Dooleysprudencia") contra las autoridades consulares británicas en Suiza, con las que tuvo varios encontronazos.
El drama Exiles se publicó en mayo de 1918, simultáneamente en Inglaterra y Estados Unidos. En ese tiempo Ulises estaba siendo publicado por entregas en la revista Little Review; el poeta T. S. Eliot, que las seguía puntualmente, escribió admirado, en la revista Athenaeum (1919):
La ordinariez y el egoísmo quedan justificados al ser explotados
hasta alcanzar verdadera grandeza en la última obra de Mr. James Joyce.
Virginia Woolf y su marido Leonard estimaban mucho lo que iba apareciendo, pese a que su procacidad los escandalizaba. Katherine Mansfield, en casa de éstos, después de ridiculizarlo, afirmó muy seria que algunas de sus escenas pertenecían a la gran literatura. Por ese tiempo, Nora le dijo llorando a Frank Budgen: «Jim quiere que vaya con otros hombres para poder escribir al respecto». El matrimonio, sin embargo, debía bromear sobre el asunto, según se desprende de su correspondencia, en algunos casos de muy subido tono sexual, y hasta pornográfico. He aquí un pasaje ligero:
¡Me gustaría que me flagelaras, Nora, amor mío! Me encantaría haber
hecho algo que te desagradara, algo insignificante incluso, tal vez una
de mis costumbres bastante indecentes que te hacen reír: y después oír
que me llamas a tu habitación y encontrarte sentada en un sillón con tus
gruesos muslos separados y la cara roja como un tomate de ira y un
bastón en la mano.
Carta, se cree, de 13/12/1909
Busto de Joyce en el parque de St. Stephen's Green, Dublín.
En 1918
Joyce se enamoró de una muchacha suiza que ya tenía un amante, y cuyo
nombre era Marthe Fleischmann; se escribieron con asiduidad, pero al
parecer ella sólo le dejó acariciarla en una ocasión. Esta mujer también
aparece reflejada en varios personajes femeninos de Ulises. Al
reprocharle un amigo estas infidelidades, el escritor respondió: «Si me
permitiera alguna limitación en este asunto, para mí sería la muerte
espiritual». Joyce no dejaba de excederse con el alcohol, pero ahora lo hacía a escondidas de su mujer. Tuvo que dejar de beber absenta, que hacía sus delicias, y le dio por el vino blanco que, en palabras suyas, para él era "electricidad". Por esa época, tenía que replicar una y otra vez a los amigos que iban leyendo Ulises
capítulo a capítulo (amigos como Miss Weaver, Ezra Pound...), por sus
críticas a los cambios de estilo que iba introduciendo de uno a otro,
cambios que la posteridad ha declarado una de las virtudes más
llamativas del texto.
Stanislaus
fue finalmente liberado del campo de presos en que había pasado toda la
guerra. Los Joyce regresaron a Trieste, y aquél se negó a compartir la
vivienda con ellos; además estaba molesto con su hermano por varias
cosas, entre ellas porque James no le había dedicado Dublineses según había prometido.
París y Zúrich (1920–1941)
París y el Ulises
A mediados de 1920, fue atraído a París por Ezra Pound, que lo tentó con la posibilidad de que se tradujesen al francés el Retrato y Dublineses. Joyce iba para una semana, pero al final se quedó veinte años.
1921 fue un año de intenso trabajo para rematar Ulises. Durante el mismo, mantuvo una estrecha relación con el escritor norteamericano Robert McAlmon, quien le prestó dinero y le sirvió accidentalmente de mecanógrafo para el último capítulo de Ulises: "Penélope". En ese año tuvo también mucho contacto con Valery Larbaud y con Wyndham Lewis, y conoció a Ernest Hemingway, que llegó a París recomendado por Sherwood Anderson.
Joyce tuvo su único encuentro con Marcel Proust en mayo de 1922, ya publicado Ulises. Al salir de una cena en París, a la que también estaban invitados Picasso y Stravinsky,
ambos escritores tomaron el mismo taxi de regreso, junto a otras
personas. Según el biógrafo de Proust, George D. Painter, se habló «de
trufas y duquesas», y Joyce, que iba algo bebido, se quejaba de su
vista, mientras Proust lo hacía del estómago. Alguien preguntó a Proust
si conocía la obra de Joyce, y el francés aseguró no conocerla, a lo que
repuso Joyce que tampoco conocía la de Proust. Joyce quiso fumar y
abrió una ventanilla del taxi, que fue cerrada de inmediato, en atención
a la mala salud de Proust. El vehículo dejó a cada cual en su casa, y
eso fue todo. Joyce aludió a Proust y a su obra en Finnegans Wake. Según el biógrafo de Joyce, Richard Ellmann, el episodio sucedió más o
menos de esa forma; aclara que Joyce no recordaba del mismo más que las
continuas negativas (noes) de una y otra parte. Joyce, en un cuaderno de
notas, escribiría sobre Proust: «Proust, bodegón analítico. El lector
termina la frase antes que él». El gran escritor francés murió el 18 de
noviembre de 1922, y Joyce acudió al funeral.
La publicación de Ulises (Ulysses, en inglés), considerada su obra maestra, representó su consagración literaria definitiva. La obra fue publicada por la estadounidense afincada en París Sylvia Beach, propietaria de la famosa librería Shakespeare & Co.
Se trata de una novela experimental, cada uno de cuyos episodios o
aventuras, en palabras del propio Joyce, pretendía no sólo condicionar,
sino también generar su propia técnica literaria. Junto al flujo de conciencia o monólogo interior
(técnica que había usado ya en su novela anterior) se encuentran
capítulos escritos al modo periodístico, teatral, de ensayo científico,
etc.
Joyce en Zúrich, hacia 1918.
Ulises es una novela llena de simbología, en la que el autor experimenta además continuamente con el lenguaje. Sus ataques a las instituciones, principalmente la Iglesia católica y el Estado,
son continuos, y muchos de sus pasajes fueron juzgados intolerablemente
obscenos por sus contemporáneos. Inversión irónica de la Odisea de Homero, la novela explora con meticulosidad las veinticuatro horas del 16 de junio de 1904, en la vida de tres dublineses de la clase media baja: el judío Leopold Bloom, que vaga por las calles de Dublín para evitar volver a casa, en la que sabe que su mujer, Molly (segundo personaje), le está siendo infiel; y el joven poeta, Stephen Dedalus, que presenta un perfil ya más maduro que el del protagonista de su obra anterior, Retrato del artista adolescente. El Ulises
es a grandes rasgos un retrato psicológico de nuestro tiempo, y desde
su publicación, numerosos críticos han tratado de rastrear en él las
conexiones con la literatura inmediatamente anterior (Zola, Mallarmé), y con la clásica (Homero, Shakespeare), en un intento de interpretar sus múltiples facetas.
La Obra en marcha
En años posteriores, Joyce viajó con frecuencia a Suiza para operarse los ojos y también para tratar a su hija Lucia, quien padecía una enfermedad mental, la esquizofrenia, según aparece registrado en el testamento del escritor a efectos de herencia. Lucia llegó a ser analizada en esa época por Carl Jung; éste, después de leer Ulises, pensó que el padre también sufría de esquizofrenia.
Jung afirmó que ambos, padre e hija, se deslizaban al fondo de un río,
sólo que él sabía bucear y ella se hundía irremediablemente. Umberto Eco
matiza aquí: «Jung se daba cuenta de que la esquizofrenia adquiría el
valor de una referencia analógica y había que considerarla como una
especie de operación "cubista"
en la que Joyce, como todo el arte moderno, disolvía la imagen de la
realidad en un cuadro ilimitadamente complejo, cuyo tono lo daba la
melancolía de la objetividad abstracta. Pero en esta operación [...] el
escritor no destruye la propia personalidad, como hace el
esquizofrénico: encuentra y funda la unidad de su personalidad
destruyendo otra cosa. Y esta otra cosa es la imagen clásica del mundo».
Jung comentó en una oportunidad al padre los rasgos esquizofrénicos
presentes en una de las cartas de Lucia; Joyce se apresuró a rebatir una
a una todas sus afirmaciones, con argumentos que muy bien podrían haber
sido sacados de Finnegans Wake. En efecto, para el escritor, las
contradicciones y distorsiones de Lucia no eran más que reflejo del
método que él mismo estaba empleando en su libro. Joyce manifestó a
menudo que Lucia había heredado su genialidad: sus males eran debidos a
su especial clarividencia.
En cualquier caso, se desconocen los detalles particulares de la relación que mantenía Joyce con su hija esquizofrénica. Stephen Joyce,
heredero actual del escritor, quemó los miles de cartas intercambiadas
entre padre e hija, cartas que habían sido recibidas por él en 1982, a
la muerte de Lucia. Stephen Joyce afirmó en una carta al editor del New York Times:
«En cuanto a la destrucción de la correspondencia, se trataba de cartas
personales dirigidas por Lucia a su familia. Fueron escritas muchos
años después de morir Nonno y Nonna [es decir, Joyce y Nora Barnacle] y
no hacían referencia a ellos. También fueron destruidas algunas tarjetas
postales y un telegrama de Samuel Beckett dirigido a Lucia. Esto se hizo a requerimiento por escrito del propio Beckett».
En París, a partir de 1926, Maria y Eugene Jolas ayudaron mucho a Joyce en sus largos años de escritura de Finnegans Wake. De no haber sido por su apoyo inquebrantable (junto con el constante soporte financiero proporcionado por Harriet Shaw Weaver), es posible que el escritor no hubiese terminado o publicado su último libro. En su ahora legendaria revista literaria transition, los Jolas publicaron periódicamente varias secciones de la novela, bajo el título de Work in Progress (Obra en marcha), expresión ideada por Ford Madox Ford.
Una breve estancia en Inglaterra, en 1922,
le había sugerido el tema de esta nueva obra, que sería la última. El
escritor tuvo muchos titubeos al principio de su redacción. «Es como una
montaña en la que estoy haciendo túneles en todas direcciones, sin
saber qué voy a encontrar», confesó a su amigo August Suter. En aquellos años, Henri Michaux
y otros artistas que lo conocieron, al comprobar la obsesión del
escritor con su nueva obra, que tenía que escribir casi a ciegas,
pensaron de él que era el hombre más fermé, más desconectado de la humanidad, que habían conocido. Muchas de las primeras críticas recibidas en los primeros años eran negativas, como esta de su hermano Stanislaus
en una carta: «Si la literatura va a evolucionar en el sentido que
indican tus últimas obras, va a llegar a ser, como intuyó Shakespeare
hace muchos años, mucho ruido y pocas nueces». Y en otro lugar: «Has
hecho el día más largo de toda la literatura, y ahora vas a hacer la
noche más profunda». En esa época Joyce importunaba mucho a su padre a distancia con
preguntas sobre todo lo relacionado con cuestiones familiares y detalles
de Dublín; ante una pregunta especialmente quisquillosa de un enviado
de su hijo, exclamó: «Qué, ¿Jim ya se ha vuelto loco?»
Las críticas hacia los avances de la nueva obra que aparecían en transition arreciaron entre sus allegados, hasta el punto de que su mujer, Nora,
le espetó un día: «¿Por qué no escribes libros normales para que la
gente corriente pueda entenderlos?» Joyce, desairado, llegó a pensar en
ofrecer la Obra en marcha al escritor irlandés James Stephens para que la terminara, aunque luego se echó atrás. La aparición, sin embargo, en 1929, de la laudatoria colección de ensayos Our Exagmination Round His Factification for Incamination of Work in Progress, a cargo de Beckett y otros escritores, supuso un gran espaldarazo.
También en 1929, conoció al tenor irlandés John Sullivan, cuya
carrera apoyó durante mucho tiempo. Al año siguiente encontró en el
judío Paul Léon a un excelente amigo y colaborador. En 1931, atendiendo a los ruegos de su hija y de su padre, Joyce contrajo matrimonio con su compañera de siempre, Nora Barnacle; llevaban conviviendo desde hacía casi tres décadas.
La muerte de su padre en diciembre de ese mismo año lo sumió en un estado de completo abatimiento, que el apoyo de su amigo Beckett le ayudó a sobrellevar. Escribió a Harriet Shaw Weaver:
«No ha sido su muerte lo que me ha aplastado, sino la autoacusación»,
pues Joyce se culpaba de no haber vuelto nunca a su país a visitar a su
padre. El nacimiento de su nieto Stephen,
en febrero de 1932, logró reanimarlo un tanto, y le dedicó su poema
"Ecce Puer", en el cual se lee: «¡Oh, padre abandonado, /perdona a tu
hijo!».
En ese tiempo, siguió con interés la difusión y traducción de sus
obras a otros idiomas, aunque impidió la adaptación cinematográfica de Ulises. W. B. Yeats
le ofreció un puesto en la recién creada Academia de Letras Irlandesas,
que él rechazo con cortesía: «[...] dado lo que mi propio caso fue, es
y, probablemente, será [...] veo claramente que no tengo derecho alguno a
que mi nombre conste entre los de sus miembros».
Su vida social se redujo mucho en sus últimos años en París, que dedicó
intensamente a la terminación de su libro, aunque, por ejemplo, conoció
al arquitecto Le Corbusier, con el que congenió enseguida conversando meramente «sobre pájaros».
Finnegans Wake no alcanzaría su forma definitiva hasta 1939, año de su publicación. La obra no fue bien acogida por la crítica, aunque grandes estudiosos, de la talla de Harold Bloom, posteriormente la han defendido a capa y espada. En esta novela, la tradicional aspiración literaria al estilo propio es llevada al extremo y, con ello, casi hasta el absurdo, pues, partiendo del vanguardismo característico de Ulises,
el lenguaje deriva experimentalmente, y sin ninguna restricción, desde
el inglés llano hacia un idioma apenas inteligible, muchas veces sólo
referente al propio texto y autor. Para su composición, Joyce amalgamó
elementos de hasta sesenta lenguas diferentes, vocablos insólitos y
formas sintácticas completamente nuevas. Puede dar una idea de su
dificultad el hecho de que, pese a su importancia, aun hoy, la novela no
se encuentra vertida en su totalidad al castellano.
Última estancia en Zúrich
La dureza de los comentarios sobre Finnegans Wake y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial
supusieron un mazazo para el escritor. Por otra parte, continuaban los
problemas con la salud mental de su hija Lucia, y aun de su nuera,
Helen, que ya había dado signos de desequilibrio y hubo igualmente de
ser ingresada, todo lo cual había reducido a los Joyce a un estado
continuo de zozobra y angustia. En París, Joyce no veía ya más que a
Beckett. Finalmente, «Joyce estaba triste e intratable; bebía demasiado y
no hablaba con nadie, ni con Nora». Los Joyce regresaron a Zúrich a finales de 1940, huyendo de la ocupación nazi de Francia.
Ante la guerra, el escritor demostró un desinterés, según Paci,
«incomprensible»; se preocupaba más de los libros que había dejado en
París que del avance de la ofensiva alemana. Si le hablaban de Hitler o Mussolini
manifestaba una total indiferencia; cuando le mencionaban la
persecución de los judíos, comentaba que se trataba de un prejuicio de
muchos siglos y que a él personalmente aquellos le agradaban.
Tumba de James Joyce, en Zúrich.
El 11 de enero de 1941 se sometió a una operación de úlcera
de duodeno perforada. Si bien mejoró en los primeros momentos, al día
siguiente recayó y, a pesar de varias transfusiones, entró en coma. Se despertó a las dos de la madrugada del 13 de enero de 1941,
y pidió a una enfermera que llamara a su esposa e hijo, antes de perder
la consciencia de nuevo. Murió quince minutos más tarde, antes de que
llegase su familia. En el informe de la autopsia figura como causa de la muerte la peritonitis.
Joyce está enterrado en el cementerio Fluntern; desde su tumba se oyen los rugidos de los leones del zoo
de Zúrich. Aunque dos altos diplomáticos irlandeses se encontraban en
Suiza en ese momento, no asistieron a los funerales de Joyce; el
gobierno irlandés negó a Nora posteriormente la autorización para
repatriar los restos mortales del escritor. Nora le sobrevivió diez
años. Se halla enterrada a su lado, al igual que su hijo Giorgio, muerto
en 1976. Su biógrafo Ellmann informa de que, cuando los arreglos para
el entierro de Joyce se estaban realizando, un sacerdote católico trató
de convencer a Nora de celebrar una misa funeral. Siempre fiel al
criterio de su esposo, ella respondió: «No podría hacerle a él tal
cosa». El tenor suizo Max Meili cantó "Addio terra, addio cielo", del Orfeo de Monteverdi, en el servicio funerario.
El catolicismo de Joyce
Uno de los aspectos más estudiados en la vida y la obra de este autor es sin duda la relación que mantuvo con la Iglesia Católica. Existe un acuerdo casi unánime, primero, sobre su temprano rechazo de la fe, y, segundo, sobre las profundas influencias recibidas del catolicismo, siempre admitidas por él mismo, como la de la filosofía de Tomás de Aquino.
Vladimir Nabokov suscribe la afirmación de Harry Levin de que Joyce «perdió su religión, pero conservó sus categorías», lo que el primero aplica también a Stephen Dedalus:
«En su época escolar estuvo sometido a la disciplina de una educación
jesuítica y ahora reacciona violentamente contra ella, aunque sigue
poseyendo una naturaleza esencialmente metafísica». De forma que, en
este punto concreto, como la mayoría de los biógrafos de Joyce, Nabokov viene a equiparar a creador con personaje.
Según el traductor de Ulises, José María Valverde,
Joyce declaró siempre deber a sus educadores jesuitas el entrenamiento
en reunir un material, ordenarlo y presentarlo. Apostilla Valverde: «No
sería arbitrario decir que la obra joyceana es la gran contribución
—involuntaria, y aun como un tiro salido por la culata— de la Compañía de Jesús a la literatura universal». A partir de la época de Ulises,
el escritor manifestará una postura fríamente neutral frente al hecho
religioso, que únicamente le interesaba a efectos lingüísticos.
Distinguía, eso sí, el «absurdo coherente» católico del «absurdo incoherente» protestante.
Pero se ha suscitado alguna duda y controversia al respecto. La
biógrafa Francesca Paci recoge diversos pasajes significativos, como
éste de Stephen Hero:
«La lengua, la nacionalidad y la religión son agentes de maldad, de
esclavitud, de renuncia y de frustración. Y la esclavitud desemboca en
la parálisis». Menciona igualmente la rebelión del escritor «contra la autoridad de la iglesia católica», que lo condujo a «su definitiva ruptura» con la misma. Dice en otro lugar: «Después del abandono de la fe, Joyce comenzó a escribir». Pero termina con un equívoco: «Joyce repudió a la iglesia católica, pero no la fe, que conservó y volvió a otros objetivos: la vida y el arte».
Recogida en el Retrato del artista adolescente y también en Ulises, la conocida máxima luciferina, Non serviam (no serviré, no he de servir, se entiende, a Dios), entendida tradicionalmente como clara manifestación del rechazo hacia la iglesia católica por parte del personaje de Stephen Dedalus, álter ego de Joyce en dichas obras, ha suscitado también alguna rebuscada interpretación, lo mismo que la respuesta del escritor a la pregunta que se le formuló
al final de su vida: «¿Cuándo abandonó usted la Iglesia Católica?» Su
contestación fue: «La que debe decirlo es la Iglesia».
El crítico Hugh Kenner (autor de Dublin's Joyce y Joyce's Voices) y el poeta T. S. Eliot vieron entre líneas del trabajo de Joyce el «residuo de un auténtico católico». Estos autores son contestados directamente por Harold Bloom en su Canon: «Cristianizar a Joyce es un procedimiento crítico lamentable. Si existe un Espíritu Santo en Ulises es Shakespeare». La opinión de Bloom se pone de manifiesto con claridad en la siguiente comparación que establece con Samuel Beckett: «Conviene siempre recordar que Beckett más que compartía la aversión de Joyce por el cristianismo y por Irlanda. Los dos escogieron París y el ateísmo».
Anthony Burgess, criado en una familia católica, aunque luego distanciado de la iglesia, no ve esto tan claro: «Non serviam
significa lo que significa [pero] el rechazo de Joyce del catolicismo
dista mucho de ser absoluto. [...] quizá rechazó los sacramentos, el
matrimonio y la eucaristía, pero las disciplinas y, de una manera
renegada y torturada, los fundamentos del catolicismo cristiano,
permanecieron en él durante toda su vida. [...] En Ulises se le ve obsesionado con la mística identificación entre Padre e Hijo, y el único tema real de Finnegans
es el de la Resurrección. [...] La actitud de Joyce hacia el
catolicismo es la de amor-odio que caracteriza a la mayoría de los
renegados. [...] quedaron jirones de burdo catolicismo en él».
Algunos autores, L. A. G. Strong entre ellos, llegan más lejos en
este sentido al sostener que Joyce se reconcilió al final de su vida con
la religión, y que tanto Ulises como Finnegans Wake suponen en lo fundamental expresiones católicas. Y no falta quien, como Kevin Sullivan, defiende que no necesitó reconciliarse ya que en realidad nunca abandonó la fe.
En A Bash in the Tunnel. James Joyce by the Irish [Una fiesta en el túnel. James Joyce por los irlandeses] opinaron sobre el tema varios de sus compatriotas escritores, como Flann O'Brien:
«Creo que, a través de velos de lascivia y blasfemia, Joyce emerge como
un verdadero católico irlandés temeroso de Dios; se rebeló, no tanto
contra la propia Iglesia, sino contra sus casi cismáticas
excentricidades, su pretensión de que existe solo un Mandamiento, la
vulgaridad de sus edificios, la superficialidad y estupidez de muchos de
sus ministros. Su rebelión, noble en sí misma, lo condujo al exilio.
[...] Pero su intención era buena. Quieras que no, como la de todos.
[...] Mediante carcajadas, mitiga el sentido de condenación que ha
recibido en herencia todo católico irlandés».
En este mismo libro, Samuel Beckett, como su amigo Thomas MacGreevy, aprecia en Finnegans toda una simbología del Purgatorio cristiano, directamente enraizada en La divina comedia de Dante,
pero con una particularidad: «El Purgatorio de Dante es cónico y por lo
tanto apunta a una culminación. El del señor Joyce es esférico y
excluye toda culminación. [...] Y nada más que esto, ni premio ni
castigo, simplemente una serie de estímulos al gatito para que se
alcance la cola».
Amigo íntimo de Joyce, su paisano Arthur Power recuerda cómo
encolerizaba a «su innata espiritualidad el provincianismo dogmático de
la iglesia católica romana irlandesa, lastrando su alma inquisitiva
mediante lo que para él no eran sino rituales absurdos, prohibiciones
medievales y miedos a castigos inhumanos que perdurarían por toda la
eternidad».
Vemos que Beckett y Power albergan serias dudas de que Joyce fuese un
«verdadero católico irlandés temeroso de Dios». Dicha afirmación, de
otra parte, no parece corroborada por una lectura atenta de la
correspondencia y las obras principales del irlandés, a menos que éste
por algún motivo se empeñase en ocultar o encriptar celosamente en ellas
fe y ortodoxia. Si no surge en las novelas la crítica expresa y razonada del catolicismo, como en el Retrato, lo hace su esquema paródico, como en tantas páginas de Ulises. En general, la actitud del autor frente al fenómeno religioso, como se ha visto, será ya siempre fría y profesional, no trasluciéndose, en las dos grandes novelas finales, otra cosa que resentimiento y sarcasmo anticlericales y antirreligiosos, a menudo desembocando en la blasfemia más descarnada.
Umberto Eco, en el capítulo "El catolicismo de Joyce" de su estudio Las poéticas de Joyce, menciona la «misa negra» que se celebra en el episodio "Circe" de Ulises, así como la blasfemia eucarística presente en "Nausicaa"; a Joyce, una vez rechazada la disciplina, como a los episcopi vagantes
medievales, «le queda el sentido de la blasfemia celebrada según un
ritual litúrgico. [...] abandonada la fe, la obsesión religiosa no
abandona a Joyce. Presencias de la pasada ortodoxia emergen una y otra
vez en toda su obra en forma de personalísima mitología y de
blasfemadores ensañamientos que, a su manera, revelan permanencias
afectivas. [El término "catolicismo" aplicado a Joyce] es válido para
indicar la actitud de quien, habiendo rechazado una sustancia dogmática y
habiéndose desarraigado de una experiencia moral determinada, conserva
como hábito mental las formas exteriores de un edificio racional y
mantiene una disposición instintiva, no pocas veces inconsciente, a la
fascinación de las reglas, ritos, imágenes litúrgicas».
En esta línea, más escuetamente, la editora de varias de las obras
joyceanas, Jeri Johnson, comenta, aunque del semiautobiográfico
protagonista del Retrato: «Sus propias palabras lo traicionan.
[...] Lejos de escapar de su nacionalidad, de su lengua, de su religión,
Stephen los llevará siempre consigo».
«Difícilmente puede dudarse —señala Herbert S. Gorman,
su primer biógrafo— que la obscenidad, la indecible vulgaridad, el
deliberado alarde de inmundicia presente en algunas partes de Ulises son resultado directo y espantado de la tremenda opresión mental y moral sufrida en la iglesia».
Recuerda el editor irlandés de Dublineses, Terence Brown, que Joyce compartía con sus colegas del Celtic Revival, en su mayoría agnósticos o protestantes,
la convicción de que los males de Irlanda partían principalmente del
hecho de la dominación del país por parte de los ingleses. Pero, Joyce
en particular, encontraba que el otro gran poder en su país, el de la
Iglesia Católica, era aún más pernicioso para sus compatriotas, ya que
nadie discutía su autoridad.
Refiere Brown una frase lapidaria de Joyce: «No entiendo qué sentido
puede tener atronar tanto contra la tiranía inglesa, cuando es la de
Roma la que se ha adueñado del palacio del alma».
Harry Levin,
por su parte, define a Joyce como «un irlandés parisino, un hereje
católico [...], excomulgado y expatriado, el hombre sin país y sin
creencias». Y el profesor español Fernando Galván, responsable de una edición crítica de Dublineses, habla en la introducción a la misma del «agnosticismo confesado del autor».
De una forma u otra, en una carta a su futura esposa, Nora Barnacle, de agosto de 1904, Joyce no pudo ser más explícito:
Mi entendimiento rechaza todo el orden social actual y el
cristianismo: el hogar, las virtudes reconocidas, las clases en la vida y
las doctrinas religiosas. [...] Hace seis años dejé la iglesia
católica, con el odio más ferviente. Me resultaba imposible permanecer
en ella a causa de los impulsos de mi naturaleza. Hice la guerra en
secreto contra ella, cuando era estudiante, y me negué a aceptar las
posiciones que me ofrecía. Al hacerlo, me convertí en un mendigo pero
conservé el orgullo. Ahora le hago la guerra a las claras con lo que
escribo, digo y hago.
Y si se recurre al testimonio de los familiares del escritor: «La
ruptura de mi hermano con el catolicismo se debía a otros motivos. Para
él era imperativo salvaguardar su auténtica vida espiritual de la
devastación de la existencia falsa que se le había impuesto. Pensaba que
los poetas, de acuerdo con sus dones y personalidad, eran los
verdaderos depositarios de la vida espiritual de su raza, y los
sacerdotes no eran más que usurpadores. Detestaba la falsedad y creía en
la libertad individual con una intensidad que no he conocido en ningún
otro hombre», escribió su hermano Stanislaus en su libro de memorias My Brother's Keeper [El guardián de mi hermano] (1957).
Ya se ha visto, por último, la reacción de Nora Barnacle ante la sugerencia de celebrar una misa funeral por su esposo: «No podría hacerle a él tal cosa».
Obra
A lo largo de
su vida, entre 1907 y 1939, Joyce publicó una obra corta pero intensa,
debido a lo cual suele ser considerada libro a libro. Consta de una
colección de cuentos: Dublineses, dos libros de poesía: Música de cámara y Poemas manzanas, una obra de teatro: Exiliados, y las tres novelas que lo hicieron célebre: Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake. De este autor se conservan además una novela inacabada: Stephen Hero,
un conjunto de ensayos, en prosa y en verso, algunos poemas sueltos y
dos cuentos infantiles que dedicó a su nieto, así como abundante
correspondencia. Joyce recibió importantes influencias de los siguientes
autores: Homero, Dante Alighieri, Tomás de Aquino, William Shakespeare, Edouard Dujardin, Henrik Ibsen, Giordano Bruno, Giambattista Vico y John Henry Newman, entre otros.
Dublineses
Dublineses
es el único libro de cuentos de Joyce, empezado en 1904 en Dublín, y
terminado en Trieste en 1914. El libro comprendía en principio doce
cuentos, a los que más tarde se añadieron otros tres. Los cuentos, escritos en un estilo fuertemente realista, tratan de reflejar el anquilosamiento y el inmovilismo a que había llegado la sociedad de Dublín a principios del siglo XX. Son «historias de parálisis»,
reflejos de la experiencia negativa recibida por el escritor en su
juventud de la ciudad que lo vio nacer, por lo que, como toda su obra,
exhiben un fuerte contenido autobiográfico. Algunos cuentos se refieren a la infancia, y otros a la edad adulta,
pero en todos ellos se aprecia el afán casi obsesivo de su autor por ser
fiel a la verdad que había visto y oído, verdad que él jamás altera o deforma. Según su más importante biógrafo, Richard Ellmann,
el escritor «deseaba que sus contemporáneos, en particular los
irlandeses, se echasen un buen vistazo en su bruñido espejo —como él
decía—, pero no para aniquilarlos. Tenían que conocerse a sí mismos para
ser más libres y estar más vivos».
Esta obsesión por ser fiel a los detalles más nimios será una de las causas que dificultará la publicación de Dublineses.
El manuscrito ya obraba en poder de un editor a principios de 1906, sin
embargo, como se ha visto, no fue publicado hasta 1914, aunque no sin
el apoyo incondicional de amigos como Ezra Pound y W. B. Yeats.
Las objeciones que se hacían al escritor eran principalmente de índole
moral y en último término las llevaban a cabo los propios linotipistas,
los cuales se negaban a imprimir nada que pudiera comprometerlos. El
crítico Fernando Galván, en este sentido, recuerda que «aunque hoy nos
parezca absurdo, las leyes de la época hacían responsable al linotipista
de todo lo que se imprimiera, por lo que estos operarios ejercían de
hecho una censura sobre expresiones y contenidos que estimaran ofensivos
y susceptibles, por consiguiente, de ser perseguidos por la justicia».
Puente de James Joyce, en Dublín, ciudad que inspiró toda la narrativa del autor.
Los relatos contienen en diversos lugares lo que Joyce llamó "epifanías",
revelaciones o iluminaciones repentinas de verdades profundas que
transforman súbitamente el alma o la conciencia de los personajes. Estas
epifanías, que aparecen ya en obras anteriores como Stephen el héroe y Retrato del artista adolescente,
provienen del lenguaje religioso, donde aluden a la manifestación de lo
divino. Según Jeri Johnson, responsable de una edición inglesa del
libro, se trata de un «término hoy común en el lenguaje crítico, pero
fue originalmente Joyce quien lo tomó prestado [...] de la liturgia
católica, aplicándolo a los fines del arte».
Al publicarse el libro, la recepción no fue entusiasta. Aunque
algunos críticos lo elogiaron, en general se censuró al autor el haber
puesto tanto énfasis en aspectos triviales y desagradables de la vida
cotidiana. Se le comparó negativamente con el también irlandés George Moore y se achacó a los relatos carecer de argumento y un estilo plano y monótono. Ezra Pound, sin embargo, en la revista The Egoist, comparaba el estilo de Joyce con el de la mejor prosa francesa, alabando, además, su «condensación estilística».
El niño gritó: ¡Ay, papá!, y dio vueltas a la mesa, corriendo y
gimoteando. Pero el hombre le cayó detrás y lo agarró por la ropa. El
niño miró a todas partes desesperado, pero, al ver que no había escape,
cayó de rodillas.
—¡Vamos a ver si vas a dejar apagar la candela otra vez! —dijo el
hombre, golpeándolo salvajemente con el bastón—. ¡Vaya, coge, maldito!
El niño soltó un alarido de dolor al sajarle el palo un muslo. Juntó las manos en el aire y su voz tembló de terror.
—¡Ay, papá! —gritaba—. ¡No me pegues, papaíto! Que voy a rezar un
padrenuestro por ti... Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no
me pegas... Voy a rezar un padrenuestro.
Dublineses no ha recibido mucha atención en español, pese a sus diversas traducciones, la más conocida quizá, la de Guillermo Cabrera Infante. Ya bastante tarde, Mario Vargas Llosa (1987) resaltó el naturalismo
algo arcaico de la colección, aunque para él no se trata en modo alguno
de una obra menor. La obsesión con la fidelidad, sigue el escritor
peruano, es de filiación flaubertiana. Destaca como su gran mérito la «objetividad» del texto, pero alejada de Zola.
Esta objetividad era resultado, por un lado, del absoluto dominio de la
técnica narrativa por parte del autor y, por otro, de una finísima
percepción estética que lo alejaba de toda pulsión moralizante o
sensiblera. De este modo, según Vargas Llosa, Joyce lograba la proeza de
dignificar estéticamente la mediocridad de la clase media dublinesa.
Para José María Valverde,
hoy es difícil de imaginar que relatos tan transparentes y austeros
pudieran escandalizar a nadie; las críticas vendrían precisamente por la
pureza elemental del estilo, objetivo, directo e impersonal, «que da
así una energía sin límites a lo que fotografía».
Añade Valverde: «Ningún pesado novelista naturalista habría podido en
un millar o dos de páginas darnos tan nítidamente el Dublín de esa
época, y el perenne drama minúsculo de las vidas corrientes en
incidentes aburridos, pero reveladores». Y en su Historia de la literatura universal, De Riquer y el citado Valverde
valoran en especial la «pureza expresiva» de estos relatos, apuntando
asimismo que las dificultades para su publicación pudieron provenir
incluso de un veto lanzado por la realeza británica, debido a ciertas alusiones en el libro.
Anthony Burgess observa en Dublineses
el primer gran fruto del exilio joyceano. «Hoy nos parece un purgante
suave, pero porque se trata del primero de toda una farmacopea catártica
a la que hoy ya hemos desarrollado tolerancia. [...] Dublineses
era totalmente naturalista, y ningún tipo de verdad es inofensivo; como
dijo Eliot, la especie humana no puede soportar demasiada realidad».
El crítico irlandés y editor de la obra, Terence Brown, estudia la
sólida armazón estructural de la misma, que se manifiesta en los
frecuentes paralelismos y equivalencias entre las historias, hasta el punto de que los títulos del primer y último relatos ("Las hermanas" y "Los muertos")
podrían perfectamente intercambiarse, sin que eso afectase al sentido
general de aquella. Mediante dichos alardes técnicos, Joyce contribuyó a
demostrar «la significación literaria del relato breve como forma
artística de notable economía y cargada de implicaciones».
Entre los muchos comentarios sobre los contenidos intertextuales presentes en este libro, se encuentra el siguiente del amigo de Joyce, Frank Budgen: «Stephen [Dedalus] aparece por primera vez como personaje en el Retrato del artista adolescente, pero no cabe duda de que es el narrador anónimo de los tres primeros estudios de Dublineses».
Siguiendo con su carácter realista, Harry Levin rastrea a lo largo del libro influencias, entre otros, de Chéjov, Dickens y Sherwood Anderson, y Jeri Johnson comenta ampliamente la del dramaturgo Henrik Ibsen;
esta estudiosa subraya asimismo la «madura inteligencia estética» del
muchacho de veinticinco años capaz de componer el prodigioso relato que
cierra la colección, "Los muertos". Según W. Y. Tindall,
esta historia sugiere, a través del personaje de Gabriel Conroy, un
lúgubre retrato del Joyce que pudo haber sido, de haber continuado en
Dublín, casado con Nora (representada por Gretta), enseñando en la
universidad y escribiendo artículos para el Daily Express, mientras que para Burgess «"Los muertos" es quizá el informe más personal en la larga crónica dublinesa que supuso el trabajo de su vida». Este cuento es definido por la Enciclopedia Británica como uno de los mejores que se han escrito.
Retrato del artista adolescente
Portada de la revista The Egoist.
El Retrato es una novela semiautobiográfica, perteneciente al género de la llamada Bildungsroman (novela de aprendizaje), que fue publicada inicialmente en formato de serial por la revista The Egoist, entre 1914 y 1915, y como libro en el año 1916, aunque fue empezada como tal en 1907.
Para José María Valverde, con esta obra alcanza el irlandés su estatura total como escritor, en tanto que, para Herbert Gorman, aquí Joyce llega a ser definitivamente él mismo. El Retrato es la historia de un muchacho llamado Stephen Dedalus, que representa el álter ego
de Joyce, por lo que en ella aparecen muchos episodios basados en la
vida real del escritor. El apellido del personaje hace clara referencia a
Dédalo, el arquitecto y artesano de la mitología griega constructor del famoso laberinto de Creta —donde estaba preso el Minotauro—; "dédalo", en castellano, es también "laberinto".
El Retrato había conocido una versión anterior, datada en 1905, que no llegó a ver la luz: Stephen el héroe.
Según cuentan sus biógrafos, esta última novela fue escrita en tiempos
de profundo desaliento para Joyce, y su abandono pudo ser producido por
una pelea con su mujer, Nora, en Trieste, en el transcurso de la cual
Joyce arrojó el manuscrito al fuego de una estufa, aunque
afortunadamente fue rescatado por una hermana del escritor. La versión de Sylvia Beach, editora de Ulises,
es que Joyce arrojó el manuscrito al fuego después de que el editor que
hacía el número veinte de todos a los que lo había enviado se lo
devolvió y que Nora, a riesgo de quemarse las manos, lo sacó del fuego En cualquier caso, el manuscrito daría lugar, años después, al Retrato, cuya publicación fue posible por el apoyo decisivo, como en el caso de Dublineses, de Ezra Pound
En términos generales, se reflejan en la novela las luchas de un joven sensible en contra de las convenciones de la sociedad burguesa de su tiempo, en especial las católicas e irlandesas. La obra está contada desde el punto de vista del propio Stephen (nombre que pudiera ser alusión a San Esteban,
primer mártir cristiano), cuya subjetividad se va desarrollando a lo
largo de cinco extensos episodios o capítulos. En las primeras páginas,
la narración se plasma en estilo indirecto libre, similar al monólogo interior.
A través de esta técnica, el personaje, transmutado en narrador (o a la
inversa), aparentemente expone sus pensamientos tal cual le vienen,
muchas veces al azar. En el Retrato, posteriormente se recurre a la clásica tercera persona narrativa.
Muy característico del Retrato, y del hacer de Joyce,
es la evolución estilística que exhibe, progresión que el autor hace
coincidir con las sucesivas etapas en la vida del protagonista. Así,
pasa de reflejar los balbuceos de un bebé, en las primeras páginas, a
los depurados períodos que cierran la novela, en los cuales se explaya
la peripecia interior de un universitario. Esta mezcla de estilos
alcanzará su máxima expresión en Ulises (1922), obra maestra del autor, en la cual repite protagonismo Stephen Dedalus.
Uno de estos procedimientos se funda en un enfoque inédito de la
memoria: «Parte de la nueva complejidad surge del desarrollo por parte
de Joyce de un estilo peculiar que tiene por objeto la captura de la
calidad cambiante de la memoria; parte de ella proviene de una
estructura narrativa que enfatiza la repetición en lugar del desarrollo
continuo, cronológico. En el Retrato vemos los bruscos virajes en la vida de Stephen con mayor claridad y regularidad que en Stephen Hero»
Obra repleta de símbolos para Anthony Burgess,
el fundamental es el que recrea a una criatura tratando de escapar de
la esclavitud de los elementos más groseros, la tierra y el agua,
aprendiendo dolorosamente a volar.
Además, la prosa y el asunto tratado llegan a ser la misma e
inseparable cosa, lo que constituyó la primera gran ruptura narrativa en
el siglo XX.
Harry Levin
encuentra en esta obra la transcripción literal de los primeros veinte
años de la vida de Joyce, aunque, a diferencia de otras autobiografías,
el énfasis se pone en las aventuras emocionales e intelectuales de su
protagonista. Por otra parte, la novela trata de forma cáustica a todos
los personajes menos a éste. La apocalíptica retahíla sobre el Infierno a cargo del jesuita, en el capítulo 3, muestra claras resonancias de discursos pronunciados en Moby Dick y en Los hermanos Karamazov.
Para Tindall,
en efecto, los personajes secundarios cruzan la acción apenas como
sombras, provocaciones o meros estímulos para ayudar a desarrollarse la
visión del protagonista, de manera que los detalles del entorno casi
siempre sirven como excusas para sus epifanías. El pecado que más atormenta a Stephen Dedalus es el de la soberbia,
el mayor de todos los pecados, de forma que, como artista en ciernes,
amante del brillo personal, acaba dejándose deslumbrar por Lucifer ("el que trae la luz") y su non serviam.
Jeri Johnson, editora de la novela en inglés, centra gran parte de su
atención en el protagonista de la misma y en su verdadero sentido
autobiográfico: «Encontramos en cada capítulo el mismo modelo de
desarrollo de la acción. Cada uno se abre con el personaje de Stephen en
actitud humillada, y acaba con él en modo triunfante. [...] Las cosas
ocurren en esta novela de acuerdo con su significado para el retrato de
Stephen que Joyce quiere ejecutar, revelando uno u otro detalle del
personaje y de la cultura en que se desenvuelve. [...] Stephen se parece
a su autor tanto como se diferencia. [...] Joyce escribió una novela
que Stephen nunca hubiese podido escribir».
Retrato del artista adolescente tuvo gran repercusión literaria. Por ejemplo, los novedosos recursos exhibidos en sus primeros capítulos inspiraron a William Faulkner la técnica que utilizó en su admirable descripción de la mente del idiota protagonista de El ruido y la furia.
El Retrato cuenta con una excelente traducción al castellano de 1926, a cargo de Dámaso Alonso, quien firmó la misma 'Alfonso Donado'.
Cerró los ojos, adormilado. Le temblaban los párpados como si
sintieran el gran movimiento cíclico de la tierra y de sus satélites,
como si sintieran la luz extraña de un mundo nuevo. Su alma se iba
hundiendo en aquel mundo desconocido, fantástico, vago como las
profundidades marinas, surcado por formas y seres de niebla. ¿Era un
mundo, una luz vaga o una flor? Brillo y temblor, temblor y flujo, luz
en aurora, flor que se abre, manaba continuamente de sí mismo en una
sucesión indefinida, hasta la plenitud neta del rojo, hasta el
desvanecimiento de un rosa pálido, hoja a hoja, y onda de luz a onda de
luz, para inundar el cielo todo de sus dulces tornasoles, a cada matiz
más densos, a cada oleada más oscuros.
Ulises
El escritor y traductor de la obra al español, José María Valverde, cuenta que, una noche de junio de 1904, poco tiempo después de conocer a Nora,
paseaba el joven Joyce por la calle cuando se le ocurrió piropear a una
muchacha con la que se encontró, sin darse cuenta de que venía
acompañada por un militar. Recibió un golpe y se desplomó, siendo
atendido por un judío de la ciudad, famoso por las infidelidades de su
mujer. Años después, siendo empleado bancario en Roma, pensó en utilizar
este episodio como cuento para Dublineses, pero fue en realidad el germen de la novela.
Según el crítico español Francisco García Tortosa, Ulises es una de las novelas más influyentes, discutidas y renombradas del siglo XX;
unos tienen referencias de ella porque siempre ha estado rodeada de
escándalo, otros por su poderoso carácter vanguardista, por su
creatividad verbal, la mayor después de Shakespeare,
por haber sido la descubridora de las interioridades del hombre
moderno. También ha recibido comentarios de muy distinto signo, por lo
que la crítica, casi cien años después de su publicación, sigue sin
ponerse de acuerdo sobre su significado.
Primera edición de Ulysses.
José María Valverde hace referencia al enorme poderío verbal de Joyce y a la gran dificultad de la lectura de Ulises.
Su autor, gran poeta, disfrutaba de una poderosa memoria verbal e
incorporó a la obra innumerables asociaciones lingüísticas, citas
literarias, trozos de óperas, canciones, vocablos extranjeros, chistes y
juegos de palabras, términos teológicos y científicos...,
a todo lo cual hay que añadir que cada capítulo o fragmento de la
novela está escrito en un estilo distinto: monólogo interior, imitación
de inglés arcaico, del lenguaje periodístico, teatral, hasta del esquema
de preguntas y respuestas del catecismo. Para Nabokov,
este constante desplazamiento del punto de vista aporta a la obra «un
conocimiento más variado, un vislumbre más fresco y vivo de este o aquel
aspecto».
El estudioso joyceano Harry Levin, en James Joyce: a Critical Introduction [Introducción crítica a James Joyce],
lleva a cabo un profundo análisis sobre esta y otras obras del autor.
Opina que la imitación de la vida a través del lenguaje nunca se había
desarrollado tan literalmente como en Ulises, hasta el punto de
que el vínculo de comunicación, la identificación con el libro, llegan a
ser tan estrechos que acaban generando en el lector cierta incomodidad. Umberto Eco coincide en este extremo: el magistral manejo del monólogo interior tiene como resultado que «los personajes del Ulysses
nos parecen más vivos, más verdaderos, más complejos y más
caracterizados que los de cualquier buena novela tradicional en la que
un autor omnisciente se detenga a explicarnos y a motivarnos cada
vicisitud interior de su héroe»
A este respecto, el crítico canadiense Hugh Kenner, en su estudio Joyce's Voices [Las voces de Joyce],
analiza con detenimiento las fórmulas narrativas del irlandés (las
"voces"), la más llamativa de las cuales, relacionada con la tan traída y
llevada "objetividad" del autor, se sintetiza en lo que Kenner denominó
el «Principio del tío Charles» («Uncle Charles Principle»), en referencia a un personaje del Retrato. Versión joyceana del estilo indirecto libre,
se trata, según Kenner, de un recurso totalmente nuevo en la ficción, a
través del cual la figura del narrador «por lo común neutral en su
vocabulario, se deja oscurecer por la utilización de una serie de
modismos que el personaje usaría si fuese él mismo quien contase la
historia. En las varias extensiones de este recurso tenemos indicios de
la multiplicidad de estilos que encontramos en Ulises».
Por eso, dice Kenner, Joyce parece hacer funcionar un narrador
"objetivo" que no lo es en realidad. Esto al escritor le crea un
problema, por ejemplo, a la hora de separar la voz monologal de Bloom de
la suya propia como narrador, y hasta de sus juicios personales.
Mr Bloom entered and sat in the vacant place. He pulled the door to
after him and slammed it tight till it shut tight. He passed an arm
through the armstrap and looked seriously from the open carriage window
at the lowered blinds of the avenue. One dragged aside: an old woman
peeping. Nose whiteflattened against the pane. Thanking her stars she
was passing over. Extraordinary the interest they take in a corpse. Glad
to see us go we give them such trouble coming. Job seems to suit them.
Huggermugger in corners. Slop about in slipper-slappers for fear he'd
wake. Then getting it ready. Laying it out. Molly and Mrs Fleming making
the bed. Pull it more to your side. Our winding-sheet. Never know who
will touch you dead. Wash and shampoo. I believe they clip the nails and
the hair. Keep a bit in an envelope. Grow all the same after. Unclean
job.
El señor Bloom entró y se sentó en el sitio vacío. Tiró de la
portezuela tras de sí y dando con ella un portazo la cerró bien
apretada. Pasó un brazo por la correa de apoyo y se puso a mirar con
seriedad por la ventanilla abierta del coche hacia las persianas bajadas
de la avenida. Alguien se echó a un lado: una vieja atisbando. Nariz
blanca de aplastarse contra el cristal. Dando gracias a su destino
porque la habían pasado por alto. Extraordinario el interés que se toman
por un cadáver. Contentas de vernos marchar les damos tanta molestia
llegando. La tarea parece irles bien. Cuchicheos por los rincones.
Chancletean por ahí en pantuflas de felpa por miedo a que despierte.
Luego dejándolo listo. Adecentándolo. Molly y la señora Fleming haciendo
la cama. Tire más de su lado. Nuestra mortaja. Nunca sabes quién te va a
tocar muerto. Lavado y champú. Creo que cortan las uñas y el pelo.
Guardan un poco en un sobre. De todas maneras crece después. Trabajo
nada limpio. [Versión Valverde.]
Igualmente desde el punto de vista técnico, Stuart Gilbert, el primer gran estudioso de Ulises,
desvela el procedimiento más simple que utilizó Joyce en su composición
y que consiste en la presentación de fragmentos o motivos que van
repitiéndose a lo largo de todo el libro. Estos fragmentos, una vez
asimilados por el lector, sirviendo de engranajes, contribuyen a la
comprensión cabal del mismo
Uno de los capítulos más ricos estilísticamente de la obra ha sido muy estudiado: «"Los bueyes del Sol", al igual que Ulises,
es un campo de debate en el que las lecturas poéticas, novelísticas y
textuales entremezclan sus reclamos, dando ambiciosas respuestas a
preguntas sobre la unidad formal y temática. (Lo humano, la lingüística y
la vida estética aparecen subsumidos en una metáfora orgánica del
crecimiento y el parto)».
Harry Levin, por su parte, destaca una cualidad narrativa especial, vinculada a la técnica del "monólogo interior": «La mente de Bloom no es ni una tabula rasa
ni una ilustración fotográfica, sino una película cinematográfica que
ha sido ingeniosamente cortada y montada para enfatizar los primeros
planos y los fundidos de parpadeante emoción, ciertos ángulos de
observación y flashbacks con reminiscencias. En su intimidad y continuidad, Ulises tiene más en común con el cine que con cualquier otra forma de ficción».
Frecuentemente se han señalado también las virtudes puramente musicales
de muchos de sus pasajes, más en particular el capítulo "Las Sirenas",
el cual, para el crítico musical Alex Ross, «es en sí mismo un remolino contrapuntístico de imágenes, un equivalente literario del serialismo».
Ulises es una novela gigantesca, de proporciones parecidas a las de las más importantes del siglo XIX, como Crimen y castigo o Ana Karenina. No en vano, el escritor Samuel Beckett, que más tarde se convertiría en asistente de Joyce, muy apropiadamente la llamó «oeuvre héroïque» (obra heroica).
Contiene alrededor de 267.000 palabras, y un vocabulario de más de
30.000. Las dos ediciones en castellano manejadas constan de 900
páginas. Las ediciones en inglés oscilan entre las 700 y 750. Todas
ellas están divididas en 18 capítulos para facilitar la lectura y
comprensión de la obra, ya que el autor no estableció estas divisiones,
sólo agrupó los episodios en tres partes o secuencias: 1ª: 1-3. 2ª: 4-15
y 3ª: 16-18. Los capítulos o episodios son: 1. Telémaco. 2. Néstor. 3. Proteo. 4.
Calipso. 5. Lotófagos. 6. Hades. 7. Eolo. 8. Los lestrigones. 9. Escila y
Caribdis. 10. Las rocas errantes. 11. Las sirenas. 12. El cíclope. 13.
Nausicaa. 14. Los bueyes del sol. 15. Circe. 16. Eumeo. 17. Ítaca y 18.
Penélope.
Según Herbert Gorman, Ulises es la revelación de la vida entera en un solo día, y el lector llega a conocer a su protagonista principal, Leopold Bloom, mejor que a sí mismo.
En el plano narrativo, la novela se centra en las trayectorias de sus
tres personajes principales (entre otros varios cientos) a lo largo de
la ciudad de Dublín: el judío cuarentón Leopold Bloom, el joven universitario Stephen Dedalus (álter ego de Joyce), con quien se abre la obra, y la mujer del primero, Molly Bloom, hija de irlandés y judeoespañola, con cuyo largo y extraordinario monólogo interior se cierra.
Harry Levin revela dos claves para la comprensión de Ulises: su simbolismo épico basado en la Odisea, y su atmósfera naturalista, fiel reflejo de la ciudad de Dublín. Así, la novela está basada metafóricamente en el esquema episódico que sigue la Odisea de Homero. De hecho, Joyce recomendaba a sus amigos que releyeran la epopeya griega antes de abordar Ulises. Levin
afirma, sin embargo, que al lector de Joyce que regresa a Homero en
realidad le llaman más la atención las divergencias que las analogías.
Harold Bloom hace igualmente a la obra tributaria del Hamlet shakespeariano, especialmente por lo que se refiere al personaje de Stephen Dedalus. De Riquer y Valverde, por su parte, opinan que «Ulises
es la más cruel broma que se ha gastado al Romanticismo, el punto donde
los ideales literarios del siglo XIX se horrorizan al verse en tan
radical espejo».Y aunque la obra esté plagada de indecencias, «no es exacto decir que
sea un libro inmoral: es igual que un análisis médico, donde no se omite
nada por repugnante que sea». Sobre este aspecto, en su ensayo "Inside the Whale" ("Dentro de la ballena"), señaló George Orwell : «Lo verdaderamente notable de Ulises
[...] es lo corriente de su material. [...] Ahí vemos todo un mundo de
materia que uno creía incomunicable por naturaleza, y alguien se las ha
arreglado para comunicarla».
Relaciona Harry Levin a su protagonista de raíz homérica con los peregrinos de paródica heroicidad que arrancan de El Quijote de Cervantes. Afirma Levin además que esta obra entronca directamente con las narraciones anteriores, ya que plasma la introspección del Retrato contra el telón de fondo realista de Dublineses.
Fachada original del nº 7 de Eccles Street, casa de Leopold y Molly Bloom en Ulises. Se conserva en el James Joyce Centre, Dublín.
Otros críticos consideran igualmente Ulises mera continuación del Retrato, dado que ambas obras son fuertemente autobiográficas; el propio Joyce reconoció este extremo en una carta. Así, el material principal del libro son su ciudad, Dublín, y la propia
vida del autor. Por otra parte, aunque no se trata de una novela social, el Dublín de Joyce, debido a la maestría descriptiva del autor, es comparable al Londres de Dickens o el París de Balzac. El propio Joyce dijo en cierta ocasión que si esta ciudad quedara destruida, se podría reconstruir a partir de su libro. Aparecen retratadas con todo detalle las circunstancias sociales, políticas, económicas y religiosas de la capital y de Irlanda, con especial mención al movimiento autonomista liderado por Charles Stewart Parnell,
que el escritor recordaba de su niñez, aunque nunca se identificó con
este movimiento, refiriéndose a veces al mismo sarcásticamente.
Para Anthony Burgess, "cómica" es la palabra clave que define la obra, aunque esta comicidad la vincula más bien con los clásicos de la mock-epic (los antihéroes de Cervantes, Fielding, Dickens, Rabelais...) antes que con sus contemporáneos (P. G. Wodehouse,
Richard Gordon). Los héroes de la gran épica bufa, por un giro irónico,
siempre son más admirables, por más humanos, que los semidioses
clásicos a los que parodian. Don Quijote y Leopold Bloom no sirven como ejemplos cósmicos, en la línea de Odiseo o Eneas, pues se limitan a tratar de mejorar la sociedad por medio de su conducta decente. La comicidad en Ulises
se logra a través de una gran variedad de recursos, desde lo más
chabacano a lo más sutil, y muchas veces mediante la utilización
humorística del propio lenguaje. Burgess destaca asimismo el humanismo
de la obra («one of the most humane novels ever written»), que se
manifiesta, v. gr., en la práctica ausencia de actos de crueldad y
violencia.
W. Y. Tindall, en su A Reader's Guide to James Joyce [Guía para el lector de James Joyce], hace referencia a este mismo aspecto: «Sin lugar a dudas, el tema de Ulises,
que implican la búsqueda y el carácter de sus personajes, es moral.
Como la Iglesia que él rechazó, Joyce condenaba la soberbia, el mayor de
los pecados, y recomendaba la caridad, la mayor de las virtudes. Como
cualquier humanista, era partidario del humanitarismo. [...] Habiendo
mostrado los defectos del sentimiento amoroso en el Retrato, "Los muertos" y Exiles, devuelve al amor el triunfo en Ulises. [...] Es penoso que una obra que celebra a la humanidad y sus virtudes se separe de los hombres debido a su dificultad». Para Eco, el mismo empeño ético que preside Dublineses lo encontramos en el Ulises, y agrega que «bajo el cinismo de Ulysses se esconde una gran piedad», y Frank Budgen escribió: «Hay mucho en el Ulises que puede calificarse de obsceno, en la acepción normal de la palabra, pero muy poco de perverso».
José María Valverde resume su impresión afirmando que el protagonista de la novela no es Leopold Bloom, sino el propio lenguaje, y, al igual que Burgess, destaca que Ulises es un monumento de humor, como el Quijote,
es decir, que la obra impone un distanciamiento, una toma de
perspectiva más amplia, plena de ironía crítica y sin moralejas ante el
hombre en general. El impacto más hondo que produce su lectura quizá sea
«hacer que nos demos cuenta de que nuestra vida mental es, básicamente,
un fluir de palabras que a veces nos ruborizaría que quedara al
descubierto». Para el también traductor de la obra, Francisco García Tortosa, la técnica narrativa más notable que exhibe Ulises, el monólogo interior o flujo de conciencia, que Joyce tomó, con variaciones, del novelista francés Edouard Dujardin (de su obra Les Lauriers sont coupés), completa el círculo realista de la novela; la actitud que debe adoptar el lector ante su lectura debe parecerse a la que adopta ante la propia vida.
La novela, que había ido saliendo por entregas periódicas, fue publicada en París, en 1922, exactamente el día 2 de febrero, fecha del cuadragésimo cumpleaños de Joyce. Su editora fue una osada librera estadounidense afincada en París, Sylvia Beach.
La publicación hubo de superar grandes dificultades, al haber recibido
todo tipo de acusaciones de inmoralidad por su «franqueza» (ya se ha
visto lo sucedido con Dublineses). Debido a estos problemas, el libro no salió a la luz en Inglaterra hasta muchos años más tarde, en 1936.
La acogida que recibió Ulises desde el primer momento fue apoteósica, tanto por parte de la crítica como de la mayoría de los grandes
escritores. Entre sus muchos entusiastas, además del ya mencionado Samuel Beckett, se cuentan: W. B. Yeats, Ezra Pound, T. S. Eliot, Ernest Hemingway, Valery Larbaud, Arnold Bennett, William Faulkner, o Francis Scott Fitzgerald, quien ofreció al irlandés saltar por una ventana para probarle su veneración; Joyce le rogó que no lo hiciera.
La influencia de ésta y otras obras de Joyce en castellano ha sido igualmente profunda (Cfr. «Legado e influencia»).
Finnegans Wake
Finnegans Wake es el último trabajo que publicó en vida este autor. Apareció en 1939, dos años antes de su muerte, en la editorial londinense
Faber & Faber. Durante todo su proceso de creación, que se extendió
a lo largo de casi veinte años, había sido conocido como Work in Progress (Obra en marcha).
En los primeros años, Joyce avanzó mucho en el libro, pero a partir
de 1930 el progreso fue más lento. Esto se debió a varios factores.
Entre los más importantes, están sin duda la enfermedad mental que
aquejaba a su hija Lucia y sus propios problemas de salud, especialmente con la vista. Joyce, sin embargo, recibió la ayuda de asistentes como Samuel Beckett. Éste, en 1928, inició una breve relación sentimental con Lucia Joyce, pero le puso fin en 1930, para disgusto de los padres de Lucia, que declararon desde entonces a Beckett persona non grata. Los dos escritores, sin embargo, acabarían reconciliándose un año más tarde.
Las reacciones ante lo que se iba conociendo de Finnegans Wake eran de diversa índole. Algunas de las personas que habían apoyado el proyecto al principio, como Ezra Pound y el hermano del autor, Stanislaus Joyce, emitieron juicios negativos. En contra de estos comentarios, varios de los seguidores del autor (el ya mencionado Beckett, Thomas MacGreevy, Eugene Jolas, William Carlos Williams, entre otros) publicaron en su defensa el libro de ensayos de título imposible (y en parte sugerido por Joyce), Our Exagmination Round His Factification for Incamination of Work in Progress
(1929). La ayuda prestada a Joyce por sus ayudantes consistió
principalmente en el cotejo y la anotación de términos de distintas
lenguas en tarjetas que luego usaría Joyce, o escribir el texto al
dictado del autor, debido a sus problemas de vista.
El título alude a una popular balada callejera de mediados del siglo XIX, donde se narra la muerte y resurrección paródica de Tim Finnegan, un irlandés aficionado a la bebida.
Fuente de Dublín representando a Anna Livia Plurabelle, personaje de Finnegans Wake.
A grandes rasgos, la acción transcurre en las afueras de Dublín, en
la taberna de Finnegans Wake, escenario de toda la obra. El tabernero es
Porter, también conocido como Humphrey Chimpden Earwicker, que está
casado con Anna Livia Plurabelle. Tienen tres hijos: dos varones, Shem y
Shaun, y una chica, Isobel. Aparecen además algunos sirvientes y
clientes. El tabernero, y esta es la excusa argumental, tiene un
complejísimo y larguísimo sueño, sueño que se mezcla, según un esquema
cíclico, con el de su mujer y los demás personajes de la novela.
La obra se abre con una frase que se completa en las páginas finales,
describiendo una estructura circular. La influencia en este sentido del
italiano Giambattista Vico, con su visión cíclica de la historia, y de Giordano Bruno, es muy notable. El método del monólogo interior, las alusiones literarias y las asociaciones oníricas, así como los juegos de palabras, fueron llevados al límite en Finnegans Wake.
La obra abandona toda convención de argumento, trama y diseño de los
personajes, y está escrita en un lenguaje oscuro e inextricable, basado
sobre todo en complejos juegos de palabras expuestos en distintos
niveles significativos y tomados de varias lenguas. Sin embargo, los
lectores parecen ponerse de acuerdo acerca de los personajes principales
y del sentido general de la obra.
Well, you know or don't yo kennet or haven't I told you every telling
has a taling and that's the he and the she of it. Look, look, the dusk
is growing! My branches lofty are taking root. And my cold cher's gone
ashley. Fieluhr? Filou! What age is at? It saon is late. 'Tis endless
now senne eye or erewone last saw Waterhouse's clogh. They took it
asunder, I hurd thum sigh. When will they reassemble it? O, my back, my
back, my bach! I'd want to go to Aches-les-Pains. Pingpong! There's the
Belle for Sexaloitez! And Concepta de Send-us-pray! Pang! Wring out the
clothes! Wring in the dew! Godavari, vert the showers! And grant thaya
grace! Aman.
Bueno, sabes o no sapes o no tero he dicho que todo dicho tiene un
fin falorio que es el quid y el quae del asunto. Mira, mira, está
cayendo la tarde! Mis ramas en lo alto están echando raíces. Y mi siento
frío comienza a favilar. Fieluhr! Filou! Qué edad es? Pronto es tarde.
Hase na eternidad desde que mi ojo nie nadie viera por última vez el
reclogh de Waterhouse. Lo desarbolaron, oí que lo mentaban. Cuándo lo
rearbolarán? Oh, mi espalda, mi espalda, vi balda! Me iría a
Aches-les-Pains. Pingpong! Ahí está la Belle para Sexaloitez! Y Concepta
del Sandánosle-ora! Pang! Escurre la ropa! Escurre en la escarcha!
Deodolente, si a raso que no llueva! Y venga a nosotros tu gracia! Amán.
El crítico García Tortosa
destaca la extremada dificultad de su lectura, lo que ha motivado que
hasta el presente no se cuente con una traducción completa en
castellano, ya que una que salió hace años fue pronto retirada del
mercado a causa de las críticas adversas recibidas. Valverde llega más lejos: «Finnegans Wake es, seguramente, el libro de más difícil lectura que se haya escrito nunca». Y para Umberto Eco «constituye el documento de inestabilidad formal y ambigüedad semántica más aterrador del que jamás se haya tenido noticia».
Jennifer Levine encuentra una disculpa verosímil a este hecho: «La indeterminación de Finnegans Wake
surge de las extrañas condiciones ontológicas que explora la obra, en
particular, el sueño y la muerte, condiciones que hacen cuestión
primordial la esencia del yo, la propia identidad».
Len Platt asegura por su parte que la obra anuncia «una nueva revolución de la palabra», pero en otro sentido que Ulises: «El Wake
revela una técnica de resonancias culturales poderosamente amplias que
implica no exactamente un nuevo lenguaje, sino una nueva clase de
lenguaje a través del cual se intenta, no estabilizar el mundo, sino
más bien descomponerlo en una procelosa diversidad de posibles o
potenciales significados»
Estos significados, sin embargo, no son tan múltiples o heterogéneos,
tal y como se ha sugerido a veces, ya que, por ejemplo, no cabe en
ningún caso la interpretación de que la novela trata de "una gran
ballena blanca".
Harry Levin enumera solo algunos de los recursos estilísticos y gramaticales utilizados: Fónicos: rima, aliteración, asonancia, onomatopeya; morfológicos: derivación regresiva, infijos, etimologías, retruécano; alfabéticos: acróstico, anagrama, palíndromo.
En cierta ocasión se le preguntó a Joyce por qué estaba escribiendo el Finnegans como lo estaba haciendo, y él, esbozando una sonrisa, replicó: «Para tener ocupados a los críticos durante trescientos años». Esta dificultad de Finnegans, sin embargo, motivó muy pronto las quejas de grandes escritores, entre ellos H. G. Wells y Ernest Hemingway.
Jorge Luis Borges, en una reseña sobre el libro, escribió: «Finnegans Wake
es una concatenación de retruécanos cometidos en un inglés onírico y
que es difícil no calificar de frustrados e incompetentes. [...] Jules Laforgue y Lewis Carroll han practicado con mejor fortuna ese juego». A Stanislaus Joyce, quien, tras criticarlo, había acabado valorando Ulises, Finnegans
le desagradó: le pareció que la obra era atribuible principalmente al
poder lamentable de la adulación sobre su hermano en París, a partir del
éxito de Ulises.
Para Margot Norris, contrariamente, el libro presenta un sugestivo
desafío: «Unos lectores sentirán rechazo o humillación ante texto tan
difícil; a otros los estimulará su extrañeza y los retos que presenta.
De cualquier modo, Finnegans Wake medirá su capacidad para la aventura intelectual e imaginativa».
W. Y. Tindall,
a su vez, observa que «una obra en expansión, dotada de infinidad de
piezas, una obra que incluía a todos y a todo, demandaba un tratamiento
más y más elaborado y una gran variedad de recursos. Joyce no era más
difícil de lo que tenía que ser". Por otra parte, «cualquiera que haya sido capaz de leer Ulises encontrará legible Finnegans,
y cualquiera que haya disfrutado con la primera, se partirá de risa con
la segunda», si bien «uno pierde de vista el bosque entre tanto árbol.
[...] Avanzar de Ulises a Finnegans es como hacerlo de Cézanne a un pintor abstracto moderno [...] o de Bach a Bartok».
Harold Bloom recuerda, por su parte, que el pasaje más hermoso de Joyce es el monólogo de la agonizante Anna Livia Plurabelle en Finnegans Wake, que juzga la obra maestra del irlandés.
Anthony Burgess es otro acerbo defensor de Finnegans Wake,
novela, como toda obra literaria, sujeta a crítica, aunque con una
dificultad: «[...] podemos legislar para la literatura de la vigilia,
pero es imposible establecer reglas para libros que tratan de sueños».
Todo el empeño del escritor británico es «refutar a aquellos críticos
que, no sabiendo lo que se pretende con Finnegans Wake, la atacan
sobre la base de criterios pedestres, allí donde la obra parece más
vulnerable». Dichos críticos, no hacen, sin embargo, más que «denunciar a
la noche porque no brilla el sol, reprenden a lo eterno porque sus
relojes no pueden medirlo, extraen sus reglas graduadas y protestan
porque no hay espacio que medir». Y recuerda finalmente que «ninguna
obra importante y difícil es permanentemente ininteligible, ya que son
los grandes escritores los que crean la sensibilidad y el lenguaje del
futuro»
Hace gran hincapié Burgess igualmente en los elementos cómicos de la novela, tan divertida como Ulises, y recuerda las grandes risotadas que escuchaba continuamente Nora Barnacle provenientes del work-in-progress-room (el cuarto donde su esforzado marido, casi ciego, trabajaba en la novela).
García Tortosa apunta asimismo la «considerable carga de humor» presente en el libro, como ocurre en Ulises, hasta el punto de que Finnegans
puede consistir, según este crítico, nada más que en «una monumental y
complicada broma». Alude también García Tortosa a los contenidos pornográficos y blasfemos
que salpican muchos pasajes, cosa que se advertiría enseguida «si se
tradujesen al inglés estándar, o a cualquier otra lengua normalizada».
Frente a dichos contenidos, «Ulises parecería un libro piadoso y ñoño».
También se ha querido ver en esta obra una cierta actitud paternalista
por parte del autor hacia su país: la misma que demuestra hacia sus
hijos Earwicker, cuyo subconsciente representa la historia de la conciencia de toda la raza humana y cuyos sueños están hechos de palabras.
En 1930, el estudioso Stuart Gilbert
relacionó las dos grandes novelas de Joyce desde un punto de vista
plástico: «Esa combinación de naturalismo, simbolismo y precisión
tectónica, que vemos, por ejemplo, en el arte de Seurat, encuentra su
literaria contrapartida en Ulises y especialmente en Finnegans Wake: en verdad, la textura de esta última obra (así como el método de su composición) es totalmente pointilliste».
Finnegans Wake, con todo, representa «el mayor esfuerzo en la
historia de la literatura universal por entender, pragmáticamente, la
naturaleza de la lengua». También, como se aprecia en Ulises,
es innegable su fuerte significado autobiográfico; así, a semejanza del
resto de la narrativa de Joyce, la acción de esta obra transcurre
enteramente en Dublín, pero con la particularidad de que en Finnegans
la ciudad aparece universalizada: «Encarna la historia de todas las
civilizaciones y de todas las ciudades desde la antigüedad hasta el
presente».
Según Richard Ellmann,
este libro, como los demás del irlandés, se estudia en todo el mundo y
tiene la virtud de influir poderosamente incluso en autores que no lo
han leído.
En 2010 se publicó una edición corregida y expurgada de la obra, a
cargo de los especialistas Danis Rose y John O'Hanlon, quienes, a lo
largo de los últimos treinta años, han trabajado sobre 20.000 páginas
manuscritas, detectando unos 9.000 errores. La nueva versión cuenta con
120 páginas menos que la original.
Poesía
James Joyce es autor de dos únicos libros de poemas: Música de cámara (Chamber music, 1907) y Poemas manzanas (Pomes penyeach,
1927), además de algunos poemas sueltos. Ambos libros son considerados
obras menores: la importancia de Joyce en el contexto de la literatura del siglo XX
hubiese sido mucho menor de haberse basado sólo en su obra lírica. Es
sorprendente que un escritor tan original y avanzado en prosa se
redujera a componer versos de corte tradicional, «intrascendentes y
juguetones, cuando no repletos de sentimentalismo» en los que no se
aprecia ni un retazo de la genialidad que brilla en su narrativa.
La rica tradición literaria que empapa al autor, tan visible en su obra
narrativa, no la utilizará nunca para ensanchar el panorama de la
poesía.
Según cuenta su hermano Stanislaus, Joyce comenzó a escribir poesía
en sus últimos años de colegio. Estas composiciones primerizas le
valieron las alabanzas de Yeats.
Chamber Music se gestó entre 1898 y 1904 y su publicación se logró a través de la influencia de Yeats y con la ayuda de su hermano Stanislaus, Ezra Pound y el poeta Arthur Symons.
309 Su temática general es el amor juvenil, aunque según cuenta su hermano Stanislaus en
El guardián de mi hermano,
James afirmó que lo mismo que «poemas de amor» hubiesen podido llamarse
«poemas de prostitutas». «Jim carecía de pudor», añade Stanislaus.
Música de cámara obtuvo recensiones favorables. En una de ellas, Ezra Pound
destacó la musicalidad de los versos y su nítido entronque con la
poesía tradicional. El libro es asimismo expresivo de la "pureza lírica"
que Joyce valoraba por encima de todo, opinión que suscribe Burgess, quien añade que estos poemas suenan mejor recitados que simplemente leídos; parecen haber sido concebidos para el canto. Según su traductor al español, José María Martín Triana,
Música de cámara es «un suave cuarteto de cuerdas isabelino, con algunos lamentos de trompa inglesa». Joyce no se enorgullecía demasiado de este libro, y hasta llegó a negar a Padraic Colum, en 1909, que fuese poeta, aunque no le gustaba que otros coincidiesen con él en determinados juicios.
Por su parte, Pomes Penyeach apareció en la misma editorial que alumbró el Ulises,
en 1927. Este libro pudo resultar la respuesta de Joyce a las agrias
críticas que estaban recibiendo los adelantos que iban publicando las
revistas de su obra última, Finnegans Wake. Poemas manzanas
muestra una temática más amplia, desde el desconsuelo por la enfermedad
a la sátira, y hasta la frustración por las dificultades con la
publicación de sus libros en el autor. Se trata de poemas melancólicos
en los que se trasluce claramente el dolor del ya largo exilio. Samuel Beckett dio muestras en el verano de 1927 de su entusiasmo por esta colección de poemas.
Las influencias en la poesía de Joyce son la poesía isabelina inglesa del siglo XVI, y autores como Shakespeare, Yeats, Verlaine, etc.
Según el traductor al español de su obra poética completa, José
Antonio Álvarez Amorós, el más importante logro poético de Joyce es de
carácter formal: «La mayor parte de los críticos que hemos citado a lo
largo de este estudio declaran explícitamente la importancia de la sensación musical que transmiten los poemas». Así, son de destacar la regularidad del metro y la rima en los dos libros; la musicalidad se logra a través de recursos fónicos como la aliteración, la recurrencia sonora, las expresiones vocativas; procedimientos léxicos (uso de campos léxicos relacionados con la música), etc.
At that hour when all things have repose
O lonely watcher of the skies,
Do you hear the night wind and the sighs
Of harps playing unto Love to unclose
The pale gates of sunrise?
A la hora en que todas las cosas reposan
oh, solitario vigilante del cielo,
¿oyes el viento nocturno y el suspiro
de las arpas que tocan el amor descorriendo
las pálidas cancelas del amanecer?
Poema III de Música de cámara
Teatro
Pese al gran interés que se le despertó al principio de su carrera por el teatro, Joyce publicó únicamente un drama: Exiliados (Exiles, en inglés), empezado poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial,
en 1914, y publicado en 1918. Se trata de un estudio psicológico sobre
un matrimonio de mediana edad. La obra parece referirse a un cuento
publicado anteriormente: "Los muertos" (en Dublineses), pero igualmente apunta a Ulises, empezado más o menos en las mismas fechas.
Henrik Ibsen, primera gran influencia sobre Joyce.
La crítica desarrollada por Joyce contra Irlanda se centraba
principalmente en su atraso cultural, por lo que el autor trataba de
acercarse a las corrientes renovadoras europeas que él cifraba en el
dramaturgo noruego Henrik Ibsen, la influencia más notable en Exiles.
Al igual que en la mayor parte de su obra, en Exiliados
destacan los contenidos autobiográficos, referidos en este caso a los
problemas conyugales, con celos incluso de por medio, entre el escritor y
su esposa, Nora. José María Valverde define la obra en este sentido como «un opaco dramón neoibseniano ventilando pleitos personales».
Obra menos artística que biográfica, en opinión de Burgess, supone un autorretrato de Joyce en 1912, que diríase basado en la obra menos exitosa de Ibsen: When We Dead Awaken (Al despertar de nuestra muerte).
Para W. Y. Tindall, Exiliados solo es sencillo en la superficie, puesto que se trata de una de las obras más difíciles de Joyce. Pero si Stephen Hero es la más pobre, Exiliados
es la peor. De cualquier modo, el personaje de Richard se parecía más a
su autor que el de Stephen, especialmente en el plano sentimental.Joyce trató de adaptar viejos temas y métodos a las nuevas formas dramáticas, pero en este caso su exploración no tuvo éxito.
Cuando Ezra Pound tuvo acceso a la obra, en 1915, afirmó que era «apasionante» aunque «sin la intensidad del Retrato». Yeats, por su parte, la rechazó para su representación en el Abbey Theatre de Dublín, alegando que estaba demasiado «alejada del drama folklórico y actualmente no montamos bien ni el drama folklórico». El escritor austríaco Stefan Zweig alabó la obra y, en carta a su autor, expresó el deseo de conocerlo personalmente. Más tarde, se cree que Zweig influyó para su representación en Múnich, en 1919, representación que resultó un fiasco.
Junto con Música de cámara, Exiliados se ha evidenciado como la obra menos exitosa de Joyce. El escritor Padraic Colum hace notar en una introducción a la obra: «La crítica siempre ha insistido en que Exiliados carece del encanto del Retrato del artista así como de la riqueza de Ulises. [...] Siempre se la ha descartado como un drama ibseniano, obra de un joven admirador del gran dramaturgo escandinavo». De Riquer y Valverde sostienen que Exiles
es una «mediocre pieza sobre el problema de la sinceridad y su
definitiva imposibilidad, con la recaída necesariamente en el
aislamiento de los que por amor intentaron ser auténticos».
RICHARD (Todavía mirándola y hablando como una persona ausente.)
Herí mi alma por ti. La herí con una duda profundísima que nunca podrá
cicatrizar. Jamás podré saber. ¡Nunca! No quiero saber ni creer nada, no
me importa. No es en la oscuridad de la fe como yo te quiero, sino en
la viviente, incansable, hiriente duda. Para retenerte no quise utilizar
lazos, ni siquiera los del amor. Luchaba sólo para quedar unido a ti en
cuerpo y alma, en absoluta desnudez... Sin embargo, ahora me siento
fatigado. Me cansan mis heridas.
Ensayo
Joyce escribió a lo largo de su vida ensayos, conferencias, críticas
de libros, notas, artículos periodísticos, cartas a directores de
publicaciones y poemas satíricos, si bien es ésta su labor menos
conocida. Ya en sus obras narrativas pueden encontrarse multitud de
comentarios sobre obras literarias y otros muchos aspectos de la
sociedad, la historia y el arte. El Retrato del artista adolescente, en concreto, contiene todo un sistema estético, y en Ulises el autor dedica un capítulo entero a la vida y obra de Shakespeare. En cualquier caso, «si Joyce jamás se consideró crítico, fue por propia decisión, no por incapacidad». El primer texto de Joyce recogido en la compilación Ensayos críticos data de sus catorce años, y el último de sus cincuenta y cinco.
Tanto el continente adulador y servil como el talante altanero y
orgulloso ocultan un carácter indigno. La Fortuna, esa pompa
destellante, cuyo brillante esplendor ha atraído, y ha engañado por
igual a los orgullosos y a los pobres, es tan veleidosa como el viento.
Sin embargo, siempre hay "algo" que nos revela el carácter de un hombre.
Es la mirada.
A partir de 1899, encontró un filón en la literatura dramática, particularmente la obra de Ibsen,
y escribió su artículo "Drama y vida". Éste quizá constituya la más
clara manifestación de un credo artístico efectuada por el autor. En
dicho artículo, Joyce insiste en la superioridad del drama contemporáneo
sobre el clásico. Según Mason y Ellmann, «la superioridad del drama
contemporáneo se basa en que se halla más cerca de las eternas leyes del
comportamiento humano, leyes que no varían en función del tiempo y el
espacio, postulado éste que informa el Ulises y Finnegans Wake».
En 1900, publica el ensayo "Ibsen's New Drama", donde insiste en sus
tesis anteriores. En 1901, el panfleto "The Day of the Rabblement", y en
1902 el ensayo "James Clarence Mangan". En el segundo, según Eco,
«vibra el desdén hacia el compromiso con la masa, una especie de
ascética aspiración al retiro y al aislamiento absoluto del artista». En
el último trabajo, estudia la intensa imaginería de ese poeta irlandés
decimonónico aficionado al opio.
En años posteriores, se manifiestan sus inquietudes sociales: avisa a sus conciudadanos contra el provincianismo, el folklorismo y el chovinismo irlandés.
También propone una estética europea encaminada a superar los límites
del arte cristiano. La literatura es la gozosa afirmación del espíritu
humano. Para ello el escritor debe huir de la hipocresía y asumir su
cuerpo y sus pasiones. De esta época es importante el artículo en verso
"El santo oficio". Una vez abandonada Irlanda (1904), dictó una serie de conferencias sobre la misma en Trieste,
en las que describe la historia de su país como una constante sucesión
de traiciones, aunque también alaba su belleza natural y su valor ante
la opresión inglesa.
En 1912 publicó su famoso poema "Gases de un quemador", otra acerba
crítica contra Irlanda, con motivo del desprecio de un editor dublinés
hacia su libro Dublineses. A partir de ese momento, y pese a los ruegos de su amigo Ezra Pound,
deja prácticamente de escribir artículos. Sólo, durante la guerra,
escribió otro poema crítico de importancia: "Dooleysprudencia". Según
Mason y Ellmann, compiladores de la obra ensayística de Joyce, la
crítica de escritores como Thomas Mann o Henry James
interesa por lo que dice de otros escritores; la de Joyce, por lo que
dice de él mismo, cuyos «textos críticos se comprenderán mejor si se los
considera como parte de esa dramatizada autobiografía que Joyce
escribió a lo largo de su vida en un ensamblaje perfecto».
Burgess,
sobre este aspecto, comenta que el Joyce poeta, dramaturgo y crítico de
mayor valía y originalidad se encuentra en sus dos grandes novelas. «Finnegans Wake completa el trabajo empezado en A Portrait,
el trabajo de demostrar que la literatura no es solo un comentario
sobre la vida sino parte integral de la misma. El poeta mediocre, el
dramaturgo impasible y el crítico ocasional adquieren su grandeza en el
contexto de la vida, que es el contexto de la novela».
Pues estoy obligado para con Irlanda:
tengo su honor en mi mano,
esta hermosa tierra que siempre envió
a sus escritores y artistas al exilio
y con irlandés sentido del humor
traicionó a sus propios líderes, uno tras otro.
"Gases de un quemador" (1912)
Correspondencia
Joyce escribió a lo largo de toda su vida una abundante correspondencia. Según el recopilador de la misma y biógrafo de Joyce, Richard Ellmann,
«la distancia con respecto a los destinatarios le hacía sentirse cómodo
y escribía cartas no demasiado largas y sin divagaciones [...] el tono
que predomina en ellas es irónico, conciso, apretado». En cuanto a los temas, al principio representan casi siempre la
exposición detallada de sus penurias, de su debilidad física y de su
desaliento, aunque sus necesidades son insignificantes en relación a sus
méritos, de los cuales estaba bien seguro mucho antes de que sus
publicaciones los confirmaran. En sus cartas aparecen simultáneamente súplicas y reprimendas, según se aprecia en las muchas que escribió a su hermano Stanislaus, a quien dice en una ocasión: «No tardes tanto en hacer lo que te pido, pues estoy desperdiciando mucha tinta».
Debido a su egotismo,
no soportaba a quienes no homenajeaban su talento; de aquí incurría con
facilidad en el "dar de lado al mundo". Muchas veces surge en sus
cartas la amenaza de dejarlo todo, incluso a su familia, para perseguir
sus propósitos,
aunque nunca lo cumplió. Sin embargo, también se observa en ellas que
era persona sociable, buen hijo, buen hermano, complaciente con su
esposa, y buen padre. Las cartas atestiguan también su ansia de
"santidad profana", la relación entre el arte y el yo espiritual; se
reconoce la primacía del poeta sobre el sacerdote mediante un sistema ético rival de la teología. Una vez llegó más lejos, al afirmar: «No hay nada que pueda sustituir a
la pasión individual como fuerza motriz de todas las cosas, ni siquiera
el arte o la filosofía». Frecuentemente se ha considerado al irlandés amoral, sin embargo él se consideraba un moralista. En carta al editor Grant Richards en defensa de Dublineses,
afirma sobre esta obra: «Es un capítulo de la historia moral de mi
país». En sus cartas de juventud se aprecian también claramente sus
ideas socialistas; aunque no mencionaba a Marx, sí nombraba a Oscar Wilde. Al empezar la Primera Guerra Mundial,
en respuesta a una carta de un amigo italiano, dio muestras de su hondo
pesimismo político; monarquías y repúblicas le asqueaban, y dudaba de
«il sole dell'avvenire» («el sol del porvenir», es decir, el socialismo). El escritor se declaró asimismo durante un tiempo simpatizante del movimiento separatista irlandés Sinn Féin.
Joyce utilizó a menudo las cartas como medio de propaganda de su
obra, aunque también las usó para otros fines, como la campaña que
emprendió a favor del tenor John Sullivan, o sus infortunados proyectos
económicos: importar lana irlandesa a Italia, montar un cine en Dublín,
la compañía de actores en Zúrich. Psicológicamente, las cartas más importantes son las que dirigió a su mujer, Nora Barnacle, a la que parece tratar de hacer, aparte de su amante, un aliado contra el orden imperante. En una carta le dice que ve en ella «la belleza y el sino de la raza de que soy hijo». En otra le pide: «Acógeme en el oscuro santuario de tu matriz. ¡Protégeme, querida, del mal!» Como se ha visto, también es muy conocida la vertiente escatológica y fetichista presente en estas cartas.
Si las cartas a Nora evidencian su posición sentimental, las dirigidas a su hermano Stanislaus
recogen la intelectual. En esta correspondencia Stanislaus aparece como
«un hombre sólido, servicial y discutidor, a quien su hermano provoca
intentos de emulación intelectual, así como envidia y cansancio».
Termina Ellmann su prólogo a la edición de las cartas: «La mezcla de
cualidades como el orgullo y la quejumbre, los destellos de sinceridad
en medio de peroratas de reticencia sinuosa o confesiones fuera de
lugar, confieren a sus parcos autorretratos de estas cartas un interés
muy diferente del que encontramos en las adaptaciones matizadas de Henry James o en la elocuencia sin restricciones de D. H. Lawrence».
Tal vez me precipitara al pensar que pretendía usted poner en duda
las palabras de Lucia. Mi opinión vuelve a ser minoritaria y de nuevo
soy el único en sustentarla, pues al parecer, todos los demás creen que
está loca. Se comporta como una boba con frecuencia, pero su mente es
tan clara y despiadada como un relámpago. Es un ser fantástico que habla
una curiosa lengua propia y abreviada. Yo la entiendo total o casi
totalmente. Antes de ir a Londres, me habló de usted y de lo que usted
había hecho por mí. Quería establecer por mediación suya un vínculo
decisivo entre el ser disoluto que escribe estas líneas y la honorable
persona de usted.
Carta a Harriet S. Weaver, 1/5/1935