España, también denominado Reino de España, es un país soberano, miembro de la Unión Europea, constituido en Estado social y democrático de derecho y cuya forma de gobierno es la monarquía parlamentaria. Su territorio, con capital en Madrid, está organizado en diecisiete comunidades autónomas y dos ciudades autónomas, formadas estas, a su vez, por cincuenta provincias.
Es un país transcontinental que se encuentra situado tanto al sur de Europa Occidental como al norte de África. En Europa ocupa la mayor parte de la península ibérica, conocida como España peninsular, y el archipiélago de las islas Baleares (en el mar Mediterráneo occidental); en África se hallan las ciudades de Ceuta (en la península Tingitana) y Melilla (en el cabo de Tres Forcas), las islas Canarias (en el océano Atlántico nororiental), las islas Chafarinas (mar Mediterráneo), el peñón de Vélez de la Gomera (mar Mediterráneo), las islas Alhucemas (golfo de las islas Alhucemas), y la isla de Alborán (mar de Alborán). El municipio de Llivia, en los Pirineos, constituye un enclave rodeado totalmente por territorio francés. Completa el conjunto de territorios una serie de islas e islotes frente a las propias costas peninsulares.
La primera presencia constatada de homínidos del género Homo se remonta a 1,2 millones de años antes del presente, como atestigua el descubrimiento de una mandíbula de un Homo aún sin clasificar en Atapuerca. En el siglo iii a. C., se produjo la intervención romana en la Península, lo que conllevó a una posterior conquista de lo que, más tarde, se convertiría en Hispania. En el Medievo, la zona fue conquistada por distintos pueblos germánicos y por los musulmanes, llegando estos a tener presencia durante algo más de siete centurias. No es hasta el s. xv, con la unión dinástica de Castilla y Aragón y la culminación de la Reconquista, junto con la posterior anexión navarra, cuando se puede hablar de la cimentación de España, como era reconocida en el exterior. Ya en la Edad Moderna, los monarcas españoles dominaron el primer imperio colonial global, que abarcaba territorios en los cinco continentes, dejando un vasto acervo cultural y lingüístico por el globo. A principios del xix, tras sucesivas guerras en Hispanoamérica, pierde la mayoría de sus colonias, acrecentándose esta situación con el desastre del 98. Durante este siglo, se produciría también una guerra contra el invasor francés, una serie de guerras civiles, una efímera república reemplazada nuevamente por una monarquía constitucional y el proceso de modernización del país. En el primer tercio del siglo xx, se proclamó una república constitucional y se inició una guerra civil, consecuencia de un golpe militar que llevaría al poder al general Franco. El país estuvo bajo su dictadura hasta su muerte, en 1975, cuando se inició una transición hacia la democracia, cuyo clímax fue la redacción, ratificación en referéndum y promulgación de la vigente carta magna, que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Toponimia
Origen de la palabra Hispania
El nombre de España deriva de Hispania, nombre con el que los romanos designaban geográficamente al conjunto de la península ibérica, término alternativo al nombre Iberia,
preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin
embargo, el hecho de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.
Hispania proviene del fenicio i-spn-ya, un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas.
Los fenicios constituyeron la primera civilización no ibérica que llegó
a la península para expandir su comercio y que fundó, entre otras,
Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental. Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, interpretando el prefijo i como ‘costa’, ‘isla’ o ‘tierra’, con ya con el significado de ‘región’. El lexema spn, que en fenicio y también en hebreo se puede leer como saphan, se tradujo como ‘conejos’ (en realidad ‘damanes’,
unos animales del tamaño del conejo extendidos por África y el
Creciente Fértil). Los romanos, por tanto, le dieron a Hispania el
significado de ‘tierra abundante en conejos’, un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Catulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en la época de Adriano
figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un
conejo a sus pies), en referencia al tiempo que vivió en Hispania.
Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan en hebreo y arameo)
significaría en fenicio ‘el norte’, una denominación que habrían tomado
los fenicios al llegar a la península ibérica bordeando la costa
africana, viéndola al norte de su ruta, por lo que i-spn-ya sería la ‘tierra del norte’. Por su parte, según Jesús Luis Cunchillos en su Gramática fenicia elemental (2000), la raíz del término span es spy, que significa ‘forjar o batir metales’. Así, i-spn-ya sería la ‘la tierra en la que se forjan metales’.
Aparte de la teoría de origen fenicio, que es la más aceptada a pesar
de que el significado preciso del término sigue siendo objeto de
discusiones, a lo largo de la historia se propusieron diversas
hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos
relacionados. A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis, que significaría ‘la ciudad de occidente"
y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los
fenicios y luego los romanos dieron su nombre a todo su territorio. Posteriormente, Juan Antonio Moguel propuso en el siglo xix que el término Hispania podría provenir de la palabra éuscara Izpania, que vendría a significar ‘que parte el mar’ al estar compuesta por las voces iz y pania o bania que significa ‘dividir’ o ‘partir’. A este respecto, Miguel de Unamuno
declaró en 1902: «La única dificultad que encuentro [...] es que, según
algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence 'ezpaña',
labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península en Europa». Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de los nombres de dos reyes legendarios de España, Hispalo y su hijo Hispan o Hispano, hijo y nieto, respectivamente, de Hércules.
Evolución de la palabra Hispania a España
A partir del periodo visigodo, el término Hispania, hasta
entonces usado geográficamente, comenzó a emplearse también con una
connotación política, como muestra el uso de la expresión Laus Hispaniae para describir la historia de los pueblos de la península en las crónicas de Isidoro de Sevilla.
Tú eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio.
Isidoro de Sevilla, Santo (siglo vi-vii). Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum [Historia de los reyes de los godos, vándalos y suevos]. Trad. de Rodríguez Alonso (1975). León. pp. 169 y 171.
La palabra España deriva fonéticamente de Hĭspanĭa, de manera regular a través a la palatalización de la /n/ en /ñ/ ante yod latina -ĭa, la pérdida de la H- inicial (que se da en latín tardío) y la abertura de la ĭ en posición inicial a /e/. Sin embargo, España no puede considerarse la traducción al español de la palabra latina Hispania, ya que el uso moderno designa una extensión diferente.
Uso histórico del término España
Uso del término España hasta la Edad Media
La evolución de la palabra España es acorde con otros usos culturales. Hasta el Renacimiento,
los topónimos que hacían referencia a territorios nacionales y
regionales eran relativamente inestables, tanto desde el punto de vista
semántico como del de su precisa delimitación geográfica. Así, en
tiempos de los romanos Hispania correspondía al territorio que ocupaban en la península, Baleares y, en el siglo iii, parte del norte de África —la Mauritania Tingitana, que se incluyó en el año 285 en la Diocesis Hispaniarum—.
En el dominio visigodo, el rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España peninsular a fines del s. vi, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro de Sevilla narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de Suintila en la primera mitad del s. vii y se habla de la «madre España». En su obra Historia Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de Totius Spaniae (‘toda España’). El prólogo de la misma obra es el conocido De laude Spaniae (‘Acerca de la alabanza a España’).
En tiempos del rey Mauregato, fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al apóstol como dorada cabeza refulgente de Ispaniae («Oh, vere digne sanctior apostole caput refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus»).
Con la invasión musulmana, el nombre de Spania o España se transformó en اسبانيا, Isbāniyā. El uso de la palabra España sigue resultando inestable, dependiendo de quién lo use y en qué circunstancias. Algunas crónicas y otros documentos de la Alta Edad Media designan exclusivamente con ese nombre (España o Spania) al territorio dominado por los musulmanes. Así, Alfonso I de Aragón,
«el Batallador», dice en sus documentos que «Él reina en Pamplona,
Aragón, Sobrarbe y Ribagorza» y, cuando en 1126 hace una expedición
hasta Málaga, nos dice que «fue a las tierras de España». Pero ya a
partir de los últimos años del siglo xii, se generaliza nuevamente el uso del nombre de España para toda la Península, sea de musulmanes o de cristianos. Así se habla de los cinco reinos de España: Granada (musulmán), León con Castilla, Navarra, Portugal y la Corona de Aragón (cristianos).
Identificación con las Coronas de Castilla y Aragón
A medida que avanza la Reconquista, varios reyes se proclamaron príncipes de España, tratando de reflejar la importancia de sus reinos en la Península. Tras la unión dinástica de Castilla y Aragón, se comienza a usar en estos dos reinos el nombre de España para referirse a ambos, circunstancia que, por lo demás, no tenía nada de novedosa; así, ya en documentos de los años 1124 y 1125, con motivo de la expedición militar por Andalucía de Alfonso el Batallador, se referían a este —que había unificado los reinos de Castilla y Aragón tras su matrimonio con Urraca I de León— con los términos «reinando en España» o reinando «en toda la tierra de cristianos y sarracenos de España».
Evolución independiente del gentilicio español
El gentilicio español ha evolucionado de forma distinta al que
cabría esperar (cabría esperar algo similar a «hispánico»). Existen
varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio español. Según una de ellas, el sufijo -ol es característico de las lenguas romances provenzales
y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la
península, por lo que considera que habría sido importado a partir del siglo ix, con el desarrollo del fenómeno de las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos que recorrieron la Península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del nombre latino hispani a partir del espagnol, espanyol, espannol, espanhol, español, etc. (las grafías gn, nh y ny, además de nn, y su abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con que ellos designaban a los cristianos
de la antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la labor de
divulgación de las élites formadas las que promocionaron el uso de español y españoles: la palabra españoles aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca, manuscrito de 1139-1221, mientras que en la Estoria de España, redactada entre 1260 y 1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio españoles.
El Diccionario de la lengua española publicado por la Real Academia Española, en su vigesimotercera edición (2014), asegura que la voz español proviene de la provenzal espaignol, y esta del latín medieval Hispaniŏlus, de Hispania, España.
Historia
Prehistoria, protohistoria y Edad Antigua
El actual territorio español aloja dos de los lugares más importantes para la prehistoria europea y mundial: la sierra de Atapuerca (donde se ha definido la especie Homo antecessor y se ha hallado la serie más completa de huesos de Homo heidelbergensis) y la cueva de Altamira (donde por primera vez se identificó el arte paleolítico).
La particular posición de la península ibérica como «Extremo Occidente» del mundo mediterráneo determinó la llegada de sucesivas influencias culturales del Mediterráneo oriental, particularmente las vinculadas al Neolítico y la Edad de los Metales (agricultura, cerámica, megalitismo), proceso que culminó en las denominadas colonizaciones históricas
del I milenio a. C. Tanto por su localización favorable para las
comunicaciones como por sus posibilidades agrícolas y su riqueza minera,
las zonas este y sur fueron las que alcanzaron un mayor desarrollo (cultura de los Millares, Cultura del Argar, Tartessos, pueblos iberos). También hubo continuos contactos con Europa Central (cultura de los campos de urnas, celtización).
La datación más antigua de un hecho histórico en España es la de la legendaria fundación de la colonia fenicia de Gadir (la Gades romana, que hoy es Cádiz), que según fuentes romanas (Veleyo Patérculo y Tito Livio) se habría producido ochenta años después de la guerra de Troya, antes que la de la propia Roma, lo que la situaría en el 1104 a. C. y sería la fundación de una ciudad en Europa Occidental de referencias más antiguas. Las no menos legendarias referencias que recoge Heródoto de contactos griegos con el reino tartésico de Argantonio se situarían, por su parte, en el año 630 a. C. Las evidencias arqueológicas de establecimientos fenicios (Ebusus —Ibiza—, Sexi —Almuñécar—, Malaka
—Málaga—) permiten hablar de un monopolio fenicio de las rutas
comerciales en torno al Estrecho de Gibraltar (incluyendo las del
Atlántico, como la ruta del estaño), que limitó la colonización griega al norte mediterráneo (Emporion, la actual Ampurias).
Las colonias fenicias pasaron a ser controladas por Cartago
desde el siglo VI a. C., periodo en el que también se produce la
desaparición de Tartessos. Ya en el siglo III a. C., la victoria de Roma en la primera guerra púnica
estimuló aún más el interés cartaginés por la península ibérica, por lo
que se produjo una verdadera colonización territorial o imperio cartaginés en Hispania, con centro en Qart Hadasht (Cartagena), liderada por la familia Barca.
La intervención romana se produjo en la segunda guerra púnica (218 a. C.), que inició una paulatina conquista romana de Hispania,
no completada hasta casi doscientos años más tarde. La derrota
cartaginesa permitió una relativamente rápida incorporación de las zonas
este y sur, que eran las más ricas y con un nivel de desarrollo
económico, social y cultural más compatible con la propia civilización
romana. Mucho más dificultoso se demostró el sometimiento de los pueblos
de la Meseta, más pobres (guerras lusitanas y guerras celtíberas), que exigió enfrentarse a planteamientos bélicos totalmente diferentes a la guerra clásica (la guerrilla liderada por Viriato —asesinado el 139 a. C.—, resistencias extremas como la de Numancia —vencida el 133 a. C.—). En el siglo siguiente, las provincias romanas de Hispania,
convertidas en fuente de enriquecimiento de funcionarios y comerciantes
romanos y de materias primas y mercenarios, estuvieron entre los
principales escenarios de las guerras civiles romanas, con la presencia de Sertorio, Pompeyo y Julio César. La pacificación (pax romana) fue el propósito declarado de Augusto, que pretendió dejarla definitivamente asentada con el sometimiento de cántabros y astures (29—19 a. C.), aunque no se produjo su efectiva romanización. En el resto del territorio, la romanización de Hispania fue tan profunda como para que algunas familias hispanorromanas alcanzaran la dignidad imperial (Trajano, Adriano y Teodosio) y hubiera hispanos entre los más importantes intelectuales romanos (el filósofo Lucio Anneo Séneca, los poetas Lucano, Quintiliano o Marcial, el geógrafo Pomponio Mela o el agrónomo Columela), si bien, como escribió Tito Livio
en tiempos de Augusto, «aunque fue la primera provincia importante
invadida por los romanos fue la última en ser dominada completamente y
ha resistido hasta nuestra época», atribuyéndolo a la naturaleza del
territorio y al carácter recalcitrante de sus habitantes. La asimilación
del modo de vida romano, larga y costosa, ofreció una gran diversidad
desde los grados avanzados en la Bética a la incompleta y superficial
romanización del norte peninsular.
Edad Media
Alta Edad Media
En el año 409 un grupo de pueblos germánicos (suevos, alanos y vándalos) invadieron la península ibérica. En el 416, lo hicieron a su vez los visigodos,
un pueblo igualmente germánico, pero mucho más romanizado, bajo la
justificación de restaurar la autoridad imperial. En la práctica tal
vinculación dejó de tener significación y crearon un reino visigodo con capital primero en Tolosa (la actual ciudad francesa de Toulouse) y posteriormente en Toletum (Toledo), tras ser derrotados por los francos en la batalla de Vouillé (507). Entre tanto, los vándalos pasaron a África y los suevos conformaron el reino de Braga en la antigua provincia de Gallaecia (el cuadrante noroeste peninsular). Leovigildo materializó una poderosa monarquía visigoda con las sucesivas derrotas de los suevos
del noroeste y otros pueblos del norte (la zona cantábrica, poco
romanizada, se mantuvo durante siglos sin una clara sujección a una
autoridad estatal) y los bizantinos del sureste (Provincia de Spania, con centro en Carthago Spartaria, la actual Cartagena), que no fue completada hasta el reinado de Suintila en el año 625. San Isidoro de Sevilla en su Historia Gothorum
se congratula de que este rey «fue el primero que poseyó la monarquía
del reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno de sus
antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía
visigótica determinó una gran inestabilidad política caracterizada por
continuas rebeliones y magnicidios. La unidad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de Recaredo (587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los visigodos, impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de Toledo
se convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey,
los principales nobles y los obispos de todas las diócesis del reino
sometían a consideración asuntos de naturaleza tanto política como
religiosa. El Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (654) como derecho común a hispanorromanos y visigodos tuvo una gran proyección posterior.
En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la facción visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (denominación que recuerda al general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en la batalla de Guadalete. La evidencia de la superioridad llevó a convertir la intervención, de carácter limitado en un principio, en una verdadera imposición como nuevo poder en Hispania, que se terminó convirtiendo en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus con capital en la ciudad de Córdoba.
El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo, la capital
visigoda; el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo
conquistadas hasta que en el 716 el control musulmán abarcaba toda la
península, aunque en el norte su dominio era más bien nominal que
efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un núcleo de resistencia visigoda hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue frenado por Carlos Martel en la batalla de Poitiers
(732). La poco controlada zona noroeste de la península ibérica fue
escenario de la formación de un núcleo de resistencia cristiano centrado
en la cordillera Cantábrica, zona en la que un conjunto de pueblos poco romanizados (astures, cántabros y vascones),
escasamente sometidos al reino godo, tampoco habían suscitado gran
interés para las nuevas autoridades islámicas. En el resto de la
península ibérica, los señores godos o hispanorromanos, o bien se
convirtieron al Islam (los denominados muladíes, como la familia banu Qasi,
que dominó el valle medio del Ebro) o bien permanecieron fieles a las
autoridades musulmanas aun siendo cristianos (los denominados mozárabes), conservaron sus posición económica y social e incluso un alto grado de poder político y territorial (como Tudmir, que dominó una extensa zona del sureste).
La sublevación inicial de Don Pelayo
fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 consiguió imponerse a una
expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que
la historiografía denominó «batalla de Covadonga».
La determinación de las características de ese episodio sigue siendo un
asunto no resuelto, puesto que más que una reivindicación de
legitimismo visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le
acompañaban lo eran) se manifestó como una continuidad de la resistencia
al poder central de los cántabros locales (a pesar del nombre que
terminó adoptando el reino de Asturias, la zona no era de ninguno de los pueblos astures, sino la de los cántabros vadinienses.) El «goticismo» de las crónicas posteriores asentó su interpretación como el inicio de la «Reconquista»,
la recuperación de todo el territorio peninsular, al que los cristianos
del norte entendían tener derecho por considerarse legítimos
continuadores de la monarquía visigoda.
Los núcleos cristianos orientales tuvieron un desarrollo inicial
claramente diferenciado del de los occidentales. La continuidad de los
godos de la Septimania, incorporados al reino franco, fue base de las
campañas de Carlomagno contra el Emirato de Córdoba, con la intención de establecer una Marca Hispánica al norte del Ebro, de forma similar a como hizo con otras marcas fronterizas en los límites de su Imperio.
Demostrada imposible la conquista de las zonas del valle del Ebro, la
Marca se limitó a la zona pirenaica, que se organizó en diversos
condados en constantes cambios, enfrentamientos y alianzas tanto entre
sí como con los árabes y muladíes del sur. Los condes, de origen franco,
godo o local (vascones en el caso del condado de Pamplona)
ejercían un poder de hecho independiente, aunque mantuvieran la
subordinación vasallática con el Emperador o, posteriormente, el rey de Francia Occidentalis. El proceso de feudalización
que llevó a la descomposición de la dinastía carolingia, evidente en el
siglo IX, fue estableciendo paulatinamente la transmisión hereditaria
de las condados y su completa emancipación de la vinculación con los
reyes francos. En todo caso, el vínculo nominal se mantuvo mucho tiempo:
hasta el año 988 los condes de Barcelona fueron renovando su contrato de vasallaje.
En 756, Abderramán I (un Omeya superviviente del exterminio de la familia califal destronada por los abbasíes) fue acogido por sus partidarios en al-Ándalus y se impuso como emir. A partir de entonces, el Emirato de Córdoba fue políticamente independiente del Califato abasí
(que trasladó su capital a Bagdad). La obediencia al poder central de
Córdoba fue desafiada en ocasiones con revueltas o episodios de
disidencia protagonizados por distintos grupos etno-religiosos, como los
bereberes de la Meseta del Duero, los muladíes del valle del Ebro o los mozárabes de Toledo, Mérida o Córdoba (jornada del foso de Toledo y Elipando, mártires de Córdoba y San Eulogio) y se llegó a producir una grave sublevación encabezada por un musulmán convertido al cristianismo (Omar ibn Hafsún, en Bobastro).
Los núcleos de resistencia cristiana en el norte se consolidaron,
aunque su independencia efectiva dependía de la fortaleza o debilidad
que fuera capaz de demostrar el Emirato cordobés.
En 929, Abderramán III se proclamó califa, manifestando su pretensión de dominio sobre todos los musulmanes. El Califato de Córdoba
solo consiguió imponerse, más allá de la península ibérica, sobre un
difuso territorio norteafricano; pero sí logró un notable crecimiento
económico y social, con un gran desarrollo urbano y una pujanza cultural
en todo tipo de ciencias, artes y letras, que le hizo destacar tanto en
el mundo islámico como en la entonces atrasada Europa cristiana (sumida
en la «Edad Oscura» que siguió al renacimiento carolingio). Ciudades
como Valencia, Zaragoza, Toledo o Sevilla se convirtieron en núcleos urbanos importantes, pero Córdoba llegó a ser, durante el califato de al-Hakam II, la mayor ciudad de Europa Occidental;
quizá alcanzó el medio millón de habitantes, y sin duda fue el mayor
centro cultural de la época. En los años finales del siglo X, el general
Almanzor dirigió cada primavera aceifas
(expediciones de castigo y para conseguir botín) contra los cristianos
del norte (Pamplona, 978, León, 982, Barcelona, 985, Santiago, 997). A
su muerte en 1002, tras su derrota ante una coalición cristiana en la batalla de Calatañazor,
comenzaron una serie de enfrentamientos entre familias dirigentes
musulmanas, que llevaron a la desaparición del califato y la formación
de un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas.
El reino de Asturias, con su capital fijada en Oviedo desde el reinado de Alfonso II el Casto, se había transformado en reino de León en 910 con García I al repartir Alfonso III el Magno sus territorios entre sus hijos. En 914, muerto García, subió al trono Ordoño II,
que reunificó Galicia, Asturias y León y fijó definitivamente en esta
última ciudad su capital. Su territorio, que llegaba hasta el Duero, se
fue paulatinamente repoblando mediante el sistema de presura
(concesión de la tierra al primero que la roturase, para atraer a
población en las peligrosas zonas fronterizas), mientras que los señoríos
laicos o eclesiásticos (de nobles o monasterios) se fueron implantando
posteriormente. En las zonas en que la frontera fue una condición más
permanente y la defensa recaía en la figura social del caballero-villano,
lo que ocurrió particularmente en la zona oriental del reino, se
conformó un territorio de personalidad marcadamente diferenciada: el condado de Castilla (Fernán González). Un proceso hasta cierto punto similar (aprisio) se produjo en los condados catalanes de la llamada Cataluña la Vieja (hasta el Llobregat, por oposición a la Cataluña la Nueva conquistada a partir del siglo XII).
Plena Edad Media
El siglo XI comenzó con el predominio entre los reinos cristianos del reino de Navarra. Sancho III el Mayor incorporó los condados pirenaicos centrales (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza) y el condado leonés de Castilla,
estableciendo un protectorado de hecho sobre el propio reino de León.
Los enfrentamientos entre las taifas musulmanas, que recurrían a los
cristianos como tropas mercenarias para imponerse unas sobre otras,
aumentaron notablemente su poder, que llegó a ser suficiente como para
someterlas al pago de parias.
Los territorios de Sancho el Mayor fueron distribuidos entre sus hijos tras su muerte. Fernando obtuvo Castilla.
Su matrimonio con la hermana del rey leonés y el apoyo navarro le
permitieron imponerse como rey de León tras la muerte de su cuñado en la
batalla de Tamarón
(1037). A la muerte de Fernando se volvió a realizar un reparto
territorial que multiplicó el número de territorios que adquirieron el
rango regio: reino de León, reino de Galicia, reino de Castilla, así como la ciudad de Zamora. Sucesivamente se produjeron reunificaciones y divisiones, siempre revertidas, excepto en el caso del condado de Portugal, convertido en reino. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085) permitió la repoblación de la amplia región entre los ríos Duero y Tajo mediante la concesión de fueros y cartas pueblas a concejos con jurisdicción sobre amplias zonas (comunidad de villa y tierra)
sobre los que ejercían una especie de «señorío colectivo». Un proceso
similar se produjo en el valle del Ebro, repoblado (en parte con
mozárabes emigrados del sur peninsular) a partir de la conquista de
Zaragoza (1118) por Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, que incluso llegó a ser rey consorte de Castilla y León (en un accidentado matrimonio con Urraca I de Castilla,
que terminó anulándose). A su muerte sin herederos directos se
separaron definitivamente sus reinos: mientras que Navarra quedó
marginada en la Reconquista, sin crecimiento hacia el sur, Aragón se
vinculó con Cataluña en 1137 por el matrimonio de la reina Petronila con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona y formaron la Corona de Aragón.
Por su parte, la conformación de la Corona de Castilla como conjunto de reinos, con un único rey y unas únicas Cortes,
no se consolidó hasta el siglo XIII. Los distintos territorios
conservaban diversas particularidades jurídicas, así como su condición
de reino, perpetuada en la intitulación
regia: «rey de Castilla, de León, de Galicia, de Nájera, de Toledo,...
señor de Vizcaya y de Molina», añadiendo sucesivamente los títulos de
soberanía de los nuevos reinos que se fueran conquistando o adquiriendo.
Alfonso VII adoptó el título de Imperator totius Hispaniae. La repoblación de la amplia zona entre el Tajo y Sierra Morena, relativamente despoblada, se confió a las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa).
Los avances cristianos hacia el sur fueron confrontados sucesivamente por dos intervenciones norteafricanas: la de los almorávides (batallas de Zalaca, 1086, y Uclés, 1108) y la de los almohades (batalla de Alarcos,
1195), que unificaron bajo una concepción más rigorista del Islam a las
taifas, cuyos gobernantes eran acusados de corruptos y
contemporizadores con los cristianos. Sin embargo, la batalla de las Navas de Tolosa
(1212) significó una decisiva imposición del predominio cristiano y los
pocos años quedó un único reducto musulmán en la península, el reino nazarí de Granada. La decadencia política y militar de al-Andalus fue simultánea a su mayor esplendor en los campos artístico y cultural (palacio de la Aljafería, Alhambra de Granada, Averroes, Ibn Hazm).
La Corona de Castilla, con Fernando III el Santo, conquistó en los años centrales del siglo XIII la totalidad del valle del Guadalquivir (reinos de Jaén, de Córdoba y de Sevilla) y el reino de Murcia; mientras la Corona de Aragón, tras frustrarse su expansión al norte de los Pirineos (cruzada albigense), conquistaba los reinos de Valencia y de Mallorca (Jaime I el Conquistador). El acuerdo entre ambas coronas definió las respectivas zonas de influencia, e incluso enlaces matrimoniales (de Alfonso X el Sabio con Violante de Aragón).
La repoblación por los cristianos de estas zonas, densamente habitadas
por musulmanes, muchos de los cuales permanecieron tras la conquista (mudéjares), se realizó mediante el repartimiento
de lotes de fincas rurales y urbanas de distinta importancia según la
categoría social de los que habían intervenido en la toma de cada una de
las ciudades. La convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos
produjo un intercambio cultural de altísimo nivel (escuela de traductores de Toledo, tablas alfonsíes, obras de Raimundo Lulio) al tiempo que se abrían varios studium arabicum et hebraicum (Toledo, Murcia, Sevilla, Valencia, Barcelona) y los studia generalia que se convirtieron en las primeras universidades (Palencia, Salamanca, Valladolid, Alcalá, Lérida, Perpiñán).
Baja Edad Media
A partir de las vísperas sicilianas (1282), la Corona de Aragón inició una expansión por el Mediterráneo en la que incorporó Cerdeña, Sicilia e incluso, brevemente, los ducados de Atenas y Neopatria.
En competencia con Portugal, la Corona de Castilla optó por una
expansión atlántica, basada en su control del Estrecho. En 1402 comenzó
la conquista de las islas Canarias, hasta entonces habitadas exclusivamente por los guanches. La ocupación inicial fue llevada a cabo por señores normandos (Juan de Bethencourt) que rendían vasallaje al rey Enrique III de Castilla.
El proceso de conquista no concluyó hasta 1496, culminado por la propia
acción de la corona. El deslindamiento de las zonas de influencia
portuguesa y castellana se acordó en el tratado de Alcaçovas
(1479), que reservaba a los portugueses las rutas del Atlántico Sur y
por tanto la circunnavegación de África que permitiera una ruta marítima
hasta la India.
La gran mortandad provocada por la Gran Peste de 1348, particularmente grave en la Corona de Aragón, precedida de las malas cosechas del ciclo de 1333 (lo mal any primer), provocaron una gran inestabilidad tanto económica y social como política e ideológica. En Castilla se desató la Primera Guerra Civil Castellana (1351-1369) entre los partidarios de Pedro I el Cruel y su hermanastro Enrique II de Trastamara. En Aragón, a la muerte de Martín I el Humano, representantes de los tres Estados de la Corona eligieron como sucesor, en el Compromiso de Caspe (1412), a Fernando de Antequera, de la castellana Casa de Trastámara. La expansión mediterránea aragonesa continuó con la conquista del Reino de Nápoles durante el reinado de Alfonso V el Magnánimo. La crisis fue particularmente intensa en Cataluña, cuya expresión política fueron las disputas entre Juan II de Aragón y su hijo, Carlos de Viana, aprovechadas por las instituciones representativas del poder local (la Generalidad o comisión permanente de las Cortes y el Consejo de Ciento o regimiento de la ciudad de Barcelona) para manifestar el escaso poder efectivo que la monarquía aragonesa tenía sobre el particularismo (pactismo, foralismo) de cada uno de sus territorios, donde prevalecían las constituciones, usos y costumbres tradicionales (usatges, observancias) sobre la voluntad real. Simultáneamente estallaron las tensiones sociales entre la Busca y la Biga (alta y baja burguesía de la ciudad de Barcelona) y las revueltas de los payeses de remença (campesinos sometidos a un régimen de sujección personal particularmente duro), todo lo cual hizo estallar la compleja Guerra Civil Catalana (1462 - 1472). El debilitamiento de Barcelona y Cataluña benefició a Valencia,
que se convirtió en el puerto marítimo que centralizó la expansión
comercial de la Corona de Aragón y alcanzó los 75 000 habitantes a
mediados de siglo XV, con un auge cultural que permite definirlo como Siglo de Oro valenciano.
El reino de Aragón, sin salida al mar y centrado en actividades
fundamentalmente agropecuarias, limitó su desarrollo económico y social.
Los privilegios de ricoshombres
y nobleza laica y eclesiástica impidieron el desarrollo de una
burguesía pujante, y su peso relativo en el equilibrio entre los Estados
de la Corona aragonesa disminuyó.
En 1479, con la subida al trono de Fernando el Católico, segundo hijo y heredero de Juan II, y rey consorte de Castilla por su matrimonio con Isabel la Católica, las tensiones sociales se redujeron, incluida la conflictividad campesina (Sentencia Arbitral de Guadalupe, 1486). El creciente antisemitismo, estimulado por predicadores como San Vicente Ferrer o el Arcediano de Écija, había explotado en la revuelta antijudía de 1391, que al provocar conversiones masivas originó el problema converso: la discriminación de los cristianos nuevos por los cristianos viejos, que llegó incluso a la persecución violenta (revuelta anticonversa de Pedro Sarmiento en Toledo, 1449) y suscitó la creación de la Inquisición española (1478).
Edad Moderna
El matrimonio de Isabel y Fernando (1469), y la victoria del bando que les apoyaba en la Guerra de Sucesión Castellana,
determinaron la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón. La
unificación territorial peninsular se incrementó con la Guerra de Granada (1482-1492) y la anexión de Navarra (1512), y se prosiguió la expansión territorial por el norte de África e Italia. La política matrimonial de los Reyes Católicos,
que casaron a sus hijos con herederos de todas las casas reales de
Europa occidental excepto con la francesa (Portugal, Inglaterra y los
Estados Habsburgo) provocó una azarosa concentración de reinos en su nieto Carlos de Habsburgo (Carlos I como rey de España -1516-, Carlos V como emperador -1521-), que junto con la enorme dimensión territorial de la recientemente descubierta América (1492), convertida en un verdadero imperio colonial, hizo de la Monarquía Hispánica la más poderosa del mundo. En el mismo annus mirabilis de 1492 se decretó la expulsión de los judíos y apareció la Gramática castellana de Antonio de Nebrija.
El poder de los «imperiales» no se afianzó en Castilla sin vencer una fuerte oposición (Guerra de las Comunidades), que evidenció la centralidad de los reinos españoles en el Imperio de Carlos. A pesar de su triunfo en las guerras de Italia frente a Francia, el fracaso de la idea imperial de Carlos V (en gran medida causado por la oposición de los príncipes protestantes alemanes) llevó al emperador a planificar la división de sus Estados entre su hermano Fernando I (Archiducado de Austria e Imperio germánico) y su hijo Felipe II (Flandes, Italia y España, junto con el imperio ultramarino). La alianza entre los Austrias de Viena y los Austrias de Madrid se mantuvo entre 1559 y 1700. La hegemonía española se vio incluso incrementada con la unión ibérica con Portugal, mantenida entre 1580 y 1640; y fue capaz de enfrentarse a conflictos abiertos por toda Europa: las guerras de religión de Francia, la revuelta de Flandes (1568-1648, que terminó con la división del territorio en un norte protestante -Holanda- y un sur católico -los Países Bajos Españoles-) y el creciente poder turco en el Mediterráneo (frenado en la batalla de Lepanto, 1571). El dominio de los mares fue desafiado por holandeses e ingleses, que consiguieron resistir a la llamada Armada Invencible de 1588. Dentro de España se sofocaron con dureza las alteraciones de Aragón (1590) y la rebelión de las Alpujarras (1568). Esta fue una manifestación de la no integración de los moriscos, que no encontró solución hasta la radical expulsión de 1609,
ya en el siguiente reinado, que en zonas como Valencia causó una grave
despoblación y la decadencia de la productiva agricultura característica
de este grupo social.
La revolución de los precios
del siglo XVI fue provocada por la masiva llegada de plata a Castilla,
que monopolizaba el comercio americano, y causó el hundimiento de las
actividades productivas locales, mientras se realizaban importaciones de
productos manufacturados europeos. La crisis del siglo XVII afectó especialmente a España, que bajo los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) entró en una evidente decadencia. Simultáneamente, el arte y la cultura española vivía los momentos más brillantes del Siglo de Oro. Superada la coyuntura crítica de la crisis de 1640, en que estuvo a punto de disolverse (revuelta de los catalanes, revuelta de Masaniello en Nápoles, alteraciones andaluzas, independencia de Portugal), la Monarquía Hispánica se redefinió, ya sin Portugal y con la frontera francesa fijada en el tratado de los Pirineos (1659).
La Guerra de Sucesión Española (1700-1715) y los tratados de Utrecht y Rastadt determinaron el cambio de dinastía, imponiéndose en el trono la Casa de Borbón (con la que se mantuvieron los pactos de familia
durante casi todo el siglo XVIII), aunque significara la pérdida de los
territorios de Flandes e Italia en beneficio de Austria y onerosas
concesiones en el comercio americano en beneficio de Inglaterra, que
también retuvo Gibraltar y Menorca. Dentro de España se impuso un modelo
político que adaptaba el absolutismo y centralismo francés a las
instituciones de la Corona de Castilla, que se impusieron en la Corona
de Aragón (decretos de Nueva Planta).
Únicamente las provincias vascas y Navarra mantuvieron su régimen
foral. En el contexto de una nueva coyuntura de crecimiento, se procuró
la reactivación económica y la recuperación colonial en América, con
medidas mercantilistas en la primera mitad del siglo, que dieron paso al nuevo paradigma de la libertad de comercio, ya en el reinado de Carlos III. El motín de Esquilache
(1766) permite comparar el diferente grado de desarrollo sociopolítico
con Francia, que en una coyuntura hasta cierto punto similar desembocó
en la Revolución, mientras que en España la crisis se cerró con la sustitución del equipo de ministros ilustrados y el freno de su programa reformista, la expulsión de los jesuitas y un reequilibrio de posiciones en la corte entre las facciones de golillas y manteístas.
Edad Contemporánea
Siglo XIX
La Edad Contemporánea no empezó muy bien para España. En 1805, en la batalla de Trafalgar, una escuadra hispano-francesa fue derrotada por el Reino Unido, lo que significó el fin de la supremacía española en los mares en favor del Reino Unido, mientras Napoleón Bonaparte,
emperador de Francia que había tomado el poder en el país galo en el
complejo escenario político planteado tras el triunfo de la Revolución Francesa, aprovechó las disputas entre Carlos IV y su hijo Fernando y ordenó el envío de su poderoso ejército a España en 1808. Su pretexto era invadir Portugal, para lo que contaba con la complicidad del primer ministro del rey español, Manuel Godoy,
a quien había prometido el trono de una de las partes en las que
pensaba dividir el país luso. El emperador francés impuso a su hermano José I en el trono, lo que desató la Guerra de la Independencia Española, que duraría cinco años. En ese tiempo se elaboró la primera Constitución española, de marcado carácter liberal, en las denominadas Cortes de Cádiz.
Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, por lo
que popularmente se la conoció como «la Pepa». Tras la derrota de las
tropas de Napoleón, que culminó en la batalla de Vitoria en 1813, Fernando VII volvió al trono de España.
Durante el reinado de Fernando VII la Monarquía Española experimentó el paso del Antiguo Régimen al Estado Liberal.
Tras su llegada a España, Fernando VII derogó la Constitución de 1812 y
persiguió a los liberales constitucionalistas, dando comienzo a un
rígido absolutismo. Mientras tanto, la Guerra de Independencia Hispanoamericana continuó su curso, y a pesar del esfuerzo bélico de los realistas, al concluir el conflicto únicamente las islas de Cuba y Puerto Rico, en América, seguían bajo gobierno español. Terminada la Década Ominosa y con el apoyo de los políticos liberales a la Pragmática Sanción de 1830, España se organizó nuevamente en monarquía parlamentaria.
De esta forma ambos procesos revolucionarios dieron origen a los nuevos
Estados nacionales existentes en la actualidad. El final del reinado de
Fernando VII señaló también la extinción del absolutismo en todo el
mundo hispánico.
La muerte de Fernando VII en 1833 abrió un nuevo período de fuerte inestabilidad política y económica. Su hermano Carlos María Isidro, apoyado en los partidarios absolutistas, se rebeló contra la designación de Isabel II, hija de Fernando VII, como heredera y reina constitucional, y contra la derogación del Reglamento de sucesión de 1713, que impedía la sucesión de mujeres en la Corona. Estalló así la Primera Guerra Carlista.
El reinado de Isabel II se caracterizó por la alternancia en el poder
de progresistas y moderados, si bien esta alternancia estaba más
motivada por los pronunciamientos militares de ambos signos que por una pacífica cesión del poder en función de los resultados electorales.
La Revolución de 1868,
denominada «la Gloriosa», obligó a Isabel II a abandonar España. Se
convocaron Cortes Constituyentes que se pronunciaron por el régimen
monárquico y, a iniciativa del general Juan Prim, se ofreció la Corona a Amadeo de Saboya,
hijo del rey de Italia. Su reinado fue breve por el cansancio que le
provocaron los políticos del momento y el rechazo a su persona de
importantes sectores de la sociedad, a lo que se sumó la pérdida de su
principal apoyo, el mencionado general Prim, asesinado antes de que
Amadeo llegara a pisar en España. Seguidamente se proclamó la Primera República, que tampoco gozó de larga vida, aunque sí muy agitada: en once meses tuvo cuatro presidentes: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.
Durante este convulso período se produjeron graves tensiones
territoriales y enfrentamientos bélicos, como la declaración de
independencia del Cantón de Cartagena, máximo exponente del cantonalismo. Finalizó esta etapa en 1874 con los pronunciamientos de los generales Martínez-Campos y Pavía, que disolvió el Parlamento.
La Restauración borbónica proclamó rey a Alfonso XII,
hijo de Isabel II. España experimentó una gran estabilidad política
gracias al sistema de gobierno preconizado por el político conservador Antonio Cánovas del Castillo, que se basaba en el turno pacífico de los partidos Conservador (Cánovas del Castillo) y Liberal (Práxedes Mateo Sagasta) en el gobierno. En 1885 murió Alfonso XII y se encargó la regencia a su viuda María Cristina, hasta la mayoría de edad de su hijo Alfonso XIII, nacido tras la muerte de su padre. La rebelión independentista de Cuba en 1895 indujo a los Estados Unidos a intervenir en la zona. Tras el confuso incidente de la explosión del acorazado USS Maine el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, los Estados Unidos declararon la guerra a España. Derrotada por la nación norteamericana, España perdió sus últimas colonias: Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico.
Siglo XX
El siglo xx
comenzó con una gran crisis económica y la subsiguiente inestabilidad
política. Hubo un paréntesis de prosperidad comercial propiciado por la
neutralidad española en la Primera Guerra Mundial, pero la sucesión de crisis gubernamentales, la marcha desfavorable de la Guerra del Rif, que se agudizó como consecuencia de la oposición tribal autóctona al Protectorado español de Marruecos, la agitación social y el descontento de parte del ejército, desembocan en el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923. Estableció una dictadura militar
que fue aceptada por gran parte de las fuerzas sociales y por el propio
rey Alfonso XIII. Durante la dictadura se suprimieron libertades y
derechos, lo que sumado a la difícil coyuntura económica y el
crecimiento de los partidos republicanos, hicieron la situación cada vez
más insostenible. En 1930 Primo de Rivera presentó su dimisión al rey y
se marchó a París, donde murió al poco tiempo. Le sucedió en la
jefatura del Directorio el general Dámaso Berenguer y después, por breve tiempo, el almirante Aznar. Este período fue denominado «dictablanda».
Decidido a buscar una solución a la situación política y establecer
la Constitución, el rey propició la celebración de elecciones
municipales del 12 de abril de 1931. Estas dieron una rotunda victoria a
las candidaturas republicano-socialistas en las grandes ciudades y
capitales de provincia, si bien el número total de concejales era
mayoritariamente monárquico. Las manifestaciones organizadas exigiendo
la instauración de la República llevaron al rey a abandonar el país y a
la proclamación de la misma
el 14 de abril de ese mismo año. Durante la República se produjo una
gran agitación política y social, marcada por una acusada radicalización
de izquierdas y derechas. Los líderes moderados fueron boicoteados y
cada parte pretendió crear una España a su medida. Durante los dos
primeros años, gobernó una coalición de partidos republicanos y
socialistas. En las elecciones celebradas en 1933 triunfó la derecha y
en 1936, la izquierda. Los actos violentos durante este período
incluyeron la quema de iglesias, la sublevación monárquica del militar José Sanjurjo, la Revolución de 1934
y numerosos atentados contra líderes políticos rivales. Por otra parte,
es también durante la Segunda República cuando se inician importantes
reformas para modernizar el país —Constitución democrática, reforma
agraria, reestructuración del ejército, primeros Estatutos de
Autonomía…— y se amplían los derechos de los ciudadanos como el
reconocimiento del derecho a voto de las mujeres, instaurándose el sufragio universal.
El 17 y 18 de julio de 1936 se sublevaron contra el gobierno de la República las guarniciones militares del África española,
golpe de Estado que triunfa solo en parte del país. España quedó
dividida en dos zonas: una bajo la autoridad del Gobierno republicano
—en la que se produjo la Revolución social de 1936— y otra controlada por los sublevados. La situación desembocó en una guerra civil, en la que el general Francisco Franco fue investido jefe supremo de los sublevados. El apoyo alemán de Hitler e italiano de Mussolini a los sublevados, más firme que el soporte soviético de Stalin y mexicano de Lázaro Cárdenas
a los republicanos, y los continuos enfrentamientos entre las distintas
facciones republicanas, entre otras razones, desembocaron en la
victoria de los franquistas el 1 de abril de 1939.
La victoria del general Franco supuso la instauración de un régimen dictatorial. El desarrollo de una fuerte represión sobre los vencidos obligó al exilio a miles de españoles y condenó a otros tantos a la muerte o al encarcelamiento. El apoyo de España a las Potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial la condujo a un aislamiento internacional de carácter político y económico. No obstante, el anticomunismo del régimen español hizo que durante la Guerra Fría entre los Estados Unidos
y la Unión Soviética y sus respectivos aliados, el régimen franquista
fuera tolerado y finalmente reconocido por las potencias occidentales. A
finales de los años 1950 finalizó su aislamiento internacional con la
firma de varios acuerdos con los Estados Unidos que permitieron la
instalación de bases militares conjuntas hispano-estadounidenses en
España. En 1956, Marruecos, que había sido protectorado español y francés, adquirió su independencia y se puso en marcha un plan de estabilización económica del país. En 1968, Franco concedió la independencia a la Guinea Española y al año siguiente nombró a Juan Carlos de Borbón, nieto de Alfonso XIII, como su sucesor
a título de rey. A pesar de que el régimen mantuvo una férrea represión
contra cualquier oposición política, España experimentó un desarrollo
industrial y económico muy importante durante los años 60 y 70.
Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y Juan Carlos fue proclamado rey dos días después con el nombre de Juan Carlos I. Se abrió entonces un período conocido como transición a la democracia que culminó con el establecimiento de una monarquía parlamentaria en 1978, después de la renuncia a sus derechos dinásticos realizada por Juan de Borbón, padre del rey. Tras las primeras elecciones democráticas (15 de junio de 1977), Adolfo Suárez, de la coalición centrista Unión de Centro Democrático (UCD), fue elegido presidente de Gobierno. Llevó a cabo importantes reformas políticas e inició las negociaciones para la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. Dimitió el 29 de enero de 1981.
Durante este periodo la banda terrorista vasca Euskadi Ta Askatasuna
(ETA) cometió un gran número de atentados, especialmente contra
miembros del ejército y de las fuerzas de seguridad, así como otros de
carácter indiscriminado. Durante la sesión de votación de investidura
del sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD), el 23 de febrero de 1981, tuvo lugar un intento de golpe de Estado promovido por altos mandos militares. El Palacio de las Cortes fue tomado por el teniente coronel Antonio Tejero,
pero la intentona golpista fue abortada el mismo día por la
intervención del rey Juan Carlos en defensa del orden constitucional. En
1981 se firmó en Bruselas el protocolo de adhesión de España a la OTAN, dando inicio al proceso de integración en la Alianza que terminó en la primavera de 1982, durante el Gobierno de UCD.
En las elecciones generales de 1982 venció por mayoría absoluta el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) liderado por Felipe González, que fue nombrado presidente del Gobierno y se mantuvo en el poder durante las tres siguientes legislaturas, las iii, iv y v. El 1 de enero de 1986, España se incorporó a la Comunidad Económica Europea, precursora de la Unión Europea, y ese mismo año se celebró un referéndum
en el que se consultó al pueblo sobre la permanencia o no en la OTAN.
El PSOE defendió el sí. En 1992, España apareció de forma llamativa en
el escenario internacional, ofreciendo una imagen de un país sólido y
moderno, con la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, la declaración de Madrid como Ciudad Europea de la Cultura y la celebración en Sevilla de la Exposición Universal.
Durante este período se produjo una profunda modernización de la
economía y la sociedad españolas, caracterizada por las reconversiones
industriales y la sustitución del modelo económico tardofranquista por
otro de corte más liberal —lo que condujo a tres importantes huelgas
generales—, la generalización del pensamiento y los valores
contemporáneos en la sociedad española, el desarrollo del Estado autonómico,
la transformación de las fuerzas armadas y el enorme desarrollo de las
infraestructuras civiles —como la multiplicación de la red de autovías—.
Sin embargo, hubo también una situación de elevado desempleo y hacia el
final del mismo se produjo un importante estancamiento económico, que
no inició su recuperación hasta 1999 —cuando la tasa de desempleo
descendió del 23 % al 15 %—. 1994 y 1995 fueron dos de los peores años
en democracia por la multiplicación y descubrimiento de los casos de
corrupción: el terrorismo de Estado de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), el caso Roldán, las escuchas del CESID, etc.
En las elecciones generales anticipadas de 1996 venció el Partido Popular
(PP) abriendo una nueva etapa política en España. No obstante, no
obtuvo ni una mayoría suficiente y venció al PSOE por menos de 300 000
votos (156 escaños a 141), por lo que José María Aznar tuvo que pactar con los partidos nacionalistas —Convergència i Unió, Coalición Canaria y el Partido Nacionalista Vasco—
para poder ser investido presidente de Gobierno. Su gobierno tuvo ante
sí un reto clave: la mejora de los datos económicos que permitieran a
España formar parte de los países miembros de la Unión Europea que
comparten la nueva moneda única, el euro,
hito conseguido a finales de 1997. El terrorismo de ETA seguía activo y
el 10 de julio de 1997 secuestró al concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco
y amenazó con asesinarle si el Gobierno no cumplía sus exigencias. Dos
días después, los etarras acabaron con su vida. Su muerte provocó un
multitudinario movimiento de repulsa en el País Vasco y en el resto de
España: el Espíritu de Ermua.
Siglo XXI
El siglo XXI empezó con los efectos de los ataques terroristas del 11-S
en los Estados Unidos, que provocaron que España apoyara las
intervenciones militares estadounidenses en Afganistán (2001) e Irak
(2003). Esta última se realizó sin el apoyo de la ONU y pese a recibir
múltiples manifestaciones en contra por parte de la opinión pública
española y mundial.
El euro, moneda oficial en la llamada zona del euro
desde 1999, entró en circulación el 1 de enero de 2002, reemplazando a
la peseta. Este cambio monetario provocó la subida encubierta de los
precios.
Entre 1994 y 2007 se produjo una importante expansión de la economía
española, basada fundamentalmente en el sector de la construcción, que
quedó amenazada por las consecuencias globales de la crisis económica de 2008.
A finales del siglo XX y a lo largo del siglo XXI España recibe una gran cantidad de inmigrantes de países latinoanoamericanos como Ecuador, Colombia, Argentina, Bolivia, Perú o República Dominicana, así como de diferentes zonas de África, Asia y Europa.
El fuerte crecimiento económico de tipo expansivo que ha presentado el
país desde 1993 ha requerido una gran cantidad de mano de obra.
Tres días antes de celebrarse las elecciones generales, el jueves 11 de marzo de 2004, se produjo el mayor ataque terrorista
de la Historia de España en la red ferroviaria de cercanías de Madrid,
que provocaron la muerte de 192 personas y cerca de 1.500 heridos. Los
ataques fueron revindicados por la organización terrorista islámica Al Qaeda.
La consternación social ante los atentados y ante la discutida reacción
del Gobierno causó una enorme movilización popular, en la que 11
millones de ciudadanos se manifestaron por las calles de casi todas las
ciudades del país. La agitación popular resultó definitiva en la
resolución de las elecciones del día 14 en las que el PSOE obtuvo la
victoria con 164 diputados, el PP perdió 35 escaños y se quedó con 148. José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el quinto presidente del gobierno de la actual etapa democrática.
Con Zapatero como Presidente del Gobierno se retiran las tropas españolas que permanecían en Irak. Ello ocasionó un considerable enfriamiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Se firmó la Constitución Europea y se realizó el referéndum de la Constitución Europea, en el que los ciudadanos españoles aprueban el tratado (20 de febrero de 2005). También se aprobó el matrimonio homosexual, entre otras reformas de carácter social prometidas en el programa electoral de los socialistas. El 22 de marzo de 2006, la organización terrorista ETA anunció su segundo alto al fuego, roto el 30 de diciembre de ese mismo año con la colocación de una furgoneta bomba en la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, atentado en el que dos personas perdieron la vida.
Las elecciones del 9 de marzo de 2008 dieron la victoria de nuevo al PSOE
y renovaron el gobierno de Zapatero. Los socialistas ganaron los
comicios con 169 escaños (5 más que en las elecciones de 2004) frente a
los 154 del Partido Popular (6 más que en las elecciones de 2004). Dicha cita con las urnas consolidó y reforzó el bipartidismo. También en ese mismo año se celebró en Zaragoza la Expo 2008, cuyo eje temático fue «agua y el desarrollo sostenible», la Expo marcó el principio de una gravísima crisis en el país tras la finalización de la misma en septiembre.
El poder tuvo que afrontar, a partir de mayo de 2011, una revuelta
social y ciudadana de un género nuevo (movimiento de los «indignados» o 15-M). Se reformó la constitución
con el objeto de garantizar la estabilidad presupuestaria de la
administración pública (septiembre). La organización terrorista ETA
anunció el «cese definitivo de su actividad armada» (20 de octubre). El 20 de noviembre tuvieron lugar unas elecciones generales anticipadas
(habiendo renunciado Rodríguez Zapatero a presentarse a un tercer
mandato), el Partido Popular obtuvo la mayoría absoluta y su líder, Mariano Rajoy accedió a la presidencia del Gobierno.
Rajoy tuvo que afrontar una situación económica y social
particularmente difícil, tensiones territoriales (Cataluña) y un
creciente descrédito de la clase política. En 2012, aprobó un severo
plan de recortes sociales y el 9 de junio, solicitó a la Unión Europea
un rescate de las entidades financieras, tras la quiebra en mayo de Bankia. Al año siguiente, España superó por primera vez los seis millones de desempleados.
El 2 de junio de 2014, el rey Juan Carlos I expresó su intención de abdicar la Corona en favor de su hijo. Felipe VI fue proclamado rey de España ante las Cortes Generales el 19 de junio del mismo año, tras hacerse efectiva la abdicación.
Las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015,
rompió con el bipartidismo en España. Aunque volvió a vencer en ellas
el PP (123 escaños) y el PSOE quedó como segunda fuerza (90 escaños), la
representación de dos nuevos «grandes partidos» Podemos y Ciudadanos
condujo a un nuevo panorama político que hizo imposible la investidura
de un presidente del Gobierno, Rajoy rechazó ir y el socialista Pedro Sánchez fracasó en su intento. Debido a ello, por primera vez en su historia, España volvería a repetir las elecciones generales. Éstas
se celebraron en día 26 de junio, exceptuando el PP —que sumó 14
diputados más— las otras tres grandes fuerzas políticas obtuvieron
peores resultados. Rajoy junto con el apoyo de Ciudadanos se presentó a
la investidura. Ni en primera, ni en segunda votación, Rajoy consiguió
los apoyos suficientes para poder ser elegido presidente del Gobierno.
Después de diez meses sin gobierno, gracias a un acuerdo con Ciudadanos
(32 escaños) que incluía un «pacto contra la corrupción» y por una
profunda crisis interna en el PSOE, Rajoy fue investido presidente en
minoría (29 de octubre).
Cultura
Arte
Los diferentes pueblos que pasaron por España a lo largo de la
Historia, la situación fronteriza de la Península entre dos continentes
con tradiciones culturales diversas, el largo período de influencia
política de la monarquía hispánica, y la expansión de la misma en el
continente americano, han determinado que el acervo cultural y artístico
de España sea uno de los más ricos, variados e influyentes de Occidente.
Destaca la gran riqueza patrimonial que conserva España, tanto en
yacimientos arqueológicos, templos, palacios, fortalezas, jardines
históricos, conjuntos urbanos monumentales, patrimonio etnográfico o
museos, entre los que están varios de los más conocidos y visitados del
mundo, como el Museo del Prado o el Museo Reina Sofía como en otra serie de manifestaciones culturales.
España ha sido cuna de grandes autores en prácticamente todas las
disciplinas artísticas, siendo singularmente relevante la aportación
española al campo de la pintura, con genios de significación universal,
como Velázquez, Goya, Pablo Picasso o Salvador Dalí, y de la literatura, que ha dado los nombres imprescindibles de Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Galdós o Lorca, entre otros muchos.
Véanse también: Arquitectura en España, Artesanía de España, Escultura en España, Literatura de España, Música de España, Pintura de España, Cine español, Historieta en España, Música folclórica de España y Museos de España.
Ciencia y tecnología
España está bien equipada en términos de una red de Infraestructura Científico y Técnica Singular (ICTS),
habiendo proliferado en los últimos años los parques tecnológicos en
las principales áreas industriales, así como en torno a las universidades y centros de investigación y desarrollo
(I+D). Actualmente existen 41 parques tecnológicos (12 en
funcionamiento y 29 en proyecto). En estos parques están establecidas
1080 empresas, 108 centros de I+D y 12 incubadoras. Según datos del
Instituto Nacional de Estadística, el gasto en investigación se cifró,
en 2013, en 13 012 millones de euros, lo que supone el 1,24 % del
producto interior bruto. La administración pública disminuyó su gasto en
un 4,7 % respecto a 2012, al igual que la enseñanza superior (-1,8 %) y
el sector empresarial (-2,6 %).
Patrimonio de la Humanidad
España es el tercer país del mundo tras Italia (49) y la República Popular China (45) con más monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En la actualidad cuenta con 44 bienes declarados, incluyendo Monte Perdido y el valle del Côa y Siega Verde, compartidos con Francia y Portugal respectivamente.
Por otro lado, España cuenta con 14 bienes culturales inmateriales, lo que la convierte en el primer país de Europa, junto con Croacia, con un mayor número de bienes declarados en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Fiestas oficiales
El calendario de fiestas oficiales se fija cada año, dependiendo de
la distribución semanal. El repertorio de fiestas comunes para toda
España son las siguientes:
Fecha | Nombre | Notas |
---|---|---|
1 de enero | Año Nuevo | Festividad internacional. |
6 de enero | Epifanía del Señor | Festividad católica. Día de Reyes. |
Marzo o abril | Viernes Santo | Festividad cristiana. |
1 de mayo | Fiesta del Trabajo | Festividad internacional. |
15 de agosto | Asunción de la Virgen | Festividad católica. |
12 de octubre | Fiesta Nacional | Conmemoración del descubrimiento de América. |
1 de noviembre | Día de Todos los Santos | Festividad católica. |
6 de diciembre | Día de la Constitución | Conmemoración del referéndum para la ratificación de la Constitución española. |
8 de diciembre | Inmaculada Concepción | Festividad católica. Patrona de España para la Iglesia católica. |
25 de diciembre | Natividad del Señor | Festividad cristiana. Día de Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret. |
Según el Real Decreto Legislativo 1/1995, de la Ley del Estatuto de los Trabajadores, cuatro días festivos son fijos y de ámbito nacional: Año Nuevo, Fiesta del Trabajo, Fiesta Nacional y Natividad del Señor. Son no laborables siempre en sus respectivos días, excepto cuando caen en domingo; en ese caso son traspasadas al lunes.
Además de diez festividades nacionales, cada comunidad autónoma puede fijar dos días festivos, aparte de la propio festividad de la comunidad autónoma, y cada municipio otros dos, de tal forma que el máximo de días festivos en cualquier localidad no exceda de catorce.
Festividades religiosas de ámbito público
La religión católica ha sido la predominante en España a lo largo de
la Historia. Así pues, es significativo el papel festivo que desempeña
en numerosos pueblos y ciudades.
Las festividades religiosas de ámbito público que destacan son
aquellas relacionadas con la Pasión de Cristo, con veinte semanas santas
declaradas Fiestas de Interés Turístico Internacional, y la Pascua, especialmente Pentecostés y Corpus Christi.
Tauromaquia
En España se conserva la tradición de realizar diversos espectáculos taurinos, tales como encierros o corridas de toros, que son seña de identidad de numerosas fiestas populares.
Las plazas de toros se distribuyen por categorías. Las diez de primera categoría son: Las Ventas de Madrid; Real Maestranza de Sevilla; La Misericordia de Zaragoza; la Plaza de toros de Valencia; La Malagueta de Málaga; la Plaza de toros Monumental de Barcelona; la Plaza de toros Monumental de Pamplona; Vista Alegre de Bilbao; la Plaza de toros de los Califas de Córdoba; e Illumbe de San Sebastián.
Véanse también: Tauromaquia § Festejos populares en España, Tauromaquia § Tauromaquia y economía en España y Tauromaquia en Cataluña.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada