El valle del Loira (en francés, Val de Loire) es el valle del río Loira, en el centro de Francia, y es conocido como el «jardín de Francia».
Es significativo por la calidad de su herencia arquitectónica, con ciudades históricas tales como Amboise, Blois, Chinon, Nantes, Orléans, Saumur, con numerosos castillos como el de Amboise, el de Villandry y el Chenonceau.
El paisaje del valle del Loira, y más particularmente de sus muchos
monumentos culturales, ilustra a un grado excepcional los ideales del Renacimiento y la edad de la Ilustración
en pensamiento y diseño de Europa occidental. Se trata de un paisaje
cultural excepcional de gran belleza, con ciudades y las aldeas
históricas, grandes monumentos arquitectónicos y muchos châteaux.
El Valle del Loira es famoso además por sus bodegas y por ser zona de
cultivo de algunos de los mejores vinos blancos del mundo, como el
Sauvignon Blanc, Sancerre y Muscadet.
El 2 de diciembre de 2000, la Unesco declaró gran parte de este valle como Patrimonio de la Humanidad.
Historia del Valle del Loira
El Loira es la espina dorsal de la historia de Francia. Así lo
atestiguan los más de cincuenta castillos que se erigen a la orilla de
la suave curva que el río traza entre Angers y Orleans. Bosques, viñedos
y colinas componen un entorno acogedor que fue elegido por nobles y
monarcas como segunda residencia. Porque, contra lo que sucede en otras
regiones francesas, los castillos del Loira no tenían finalidad bélica o
defensiva, sino que eran suntuosas mansiones para uso y disfrute de sus
moradores.
Remontando el curso del río en dirección a Orleans,
Saumur es un buen punto de partida para iniciarse en las excelencias
arquitectónicas, gastronómicas y naturales de la zona. Ubicado a las
afueras de la ciudad homónima, su airosa silueta, posiblemente la más
medieval de los castillos del Loira, se divisa en varios kilómetros a la
redonda. Residencia de los duques de Anjou, se construyó en el siglo
XIV sobre los restos de una fortaleza anterior. Hoy bajo sus torres
octogonales y sus almenas decoradas con flores de lis alberga una
valiosa colección de artes decorativas francesas, un contrapunto
intimista a la vista que ofrecen sus elevados miradores.
Desde
Saumur vale la pena desviarse unos quince kilómetros para llegar a la
abadía de Fontevrault, mausoleo de la dinastía Plantagenet y, por tanto,
de la célebre Leonor de Aquitania, madre de Ricardo Corazón de León,
inmortalizada en el cine por Katherine Hepburn en El león en invierno
(Anthony Harvey, 1968). Sus sepulcros policromados son un prodigio de
la estatuaria del siglo xii, pero además el recorrido permite disfrutar
del parque regional Loire-Anjou-Touraine, uno de los espacios más
privilegiados de Francia ya que aúna patrimonio natural y
arquitectónico.
Legado renacentista
Retomando la ruta hacia Tours, aparecen
al poco rato una serie de castillos que sí tuvieron una función
defensiva e incluso de vigilancia y peaje en algunos casos: Montsereau,
Montreuil-Bellay, Breze y Ussé. El viajero vuelve a sumirse en el lujo
aristocrático al llegar a Villandry. Por sus pabellones de planta
cuadrada en lugar de torres esquineras y sus preciosos jardines
dispuestos en terraza, Villandry constituye un caso particular. En 1906,
el español Joaquín Carvallo recuperó su aspecto renacentista y fundó la
asociación de propietarios de castillos del Valle del Loira, una
entidad definitiva en la conservación de este patrimonio.
Siempre
remontando el Loira por la carretera que corre prácticamente paralela y
tras recorrer poco más de quince kilómetros, se llega a Tours. En verano
las terrazas de cafés y restaurantes de la plaza Plumereau son una
agradable excusa para degustar los vinos elaborados en la comarca de la
Turena y contemplar un espacio de típico corte medieval. Esta ciudad
fundada en el siglo I tuvo un papel fundamental en el siglo xv como
centro de peregrinaje y como sede de la corte de Luis XI. La catedral de
Saint Gatien, el castillo y los palacetes próximos a la plaza Plumereau
muestran la cara más esplendorosa de aquellos años, cuando la seda de
Tours era un preciado objeto de exportación.
Chenonceau, conocido
como Castillo de las Damas, aguarda a media hora de Tours por una
carretera que se adentra entre bosques hasta la orilla del río Cher,
afluente del Loira. El rasgo más llamativo de este palacio es la galería
cubierta que, sobre el llamado Puente de Diana, cruza el río. Debe el
sobrenombre al gobierno que a lo largo de cinco siglos ejercieron sobre
él seis mujeres. Albergó los amores de Diana de Poitiers (1499-1566) con
el rey Enrique II de Francia (1519-1559); a la muerte del monarca, su
viuda, Catalina de Médicis (1519-1589), tomó posesión del castillo y
mandó construir la galería con tal de que se olvidara la denominación
del puente que añadió Diana. A la reina Catalina le sucedieron como
señoras del castillo Gabrielle d’Estrées, favorita de Enrique IV, Luisa
de Lorena, esposa del príncipe de Chimay, la señora Dupin que en siglo
XVIII organizó recepciones con filósofos y artistas, y madame Pelouze,
quien costeó su restauración en 1865.
Las plazas de Amboise
De
nuevo a orillas del Loira, la siguiente etapa es el castillo real de
Amboise, a 60 kilómetros de Villandry. Sus estancias no solo albergaron a
algunos de los monarcas más insignes de Francia, sino que contaron con
la presencia del genio renacentista Leonardo da Vinci, quien por
gentileza del rey Francisco I (1494-1547) residió en la cercana villa de
Clos-Lucé hasta su muerte.
Amboise tiene un valor añadido. A su
carga arquitectónica se añade su ubicación junto al casco urbano de una
población con tiendas artesanales, flores en las ventanas y plazas
diminutas ocupadas por las mesas de cafés y bistrots que sirven
andouillettes, la salchicha especiada típica de la región, y queso de
cabra acompañado de vino autóctono. El toque exótico lo pone, en las
afueras, la curiosa Pagode de Chanteloup, una pagoda china de 44 metros
de alto y siete pisos, erigida en 1775 por el duque de Choiseul.
Apenas
transcurren quince minutos que ya aparece la silueta de otro castillo
excepcional: Chaumont-sur-Loire, aupado sobre una colina que domina la
curva que traza el río antes de llegar a la ciudad de Blois, que a su
vez alberga uno de los castillos más eclécticos del valle. Compuesto por
cuatro edificios de épocas distintas, el castillo de Blois fue
residencia de los reyes Luis XII, Francisco I y Enrique III, que legaron
al palacio interiores de paredes bellamente decoradas y una colección
real de pinturas. Monumental y solemne, su sala del Consejo es el
recinto civil gótico más antiguo de Francia. La ciudad de Blois fue,
además, escenario de uno de los sucesos capitales en la historia de
Francia: el asesinato del duque de Guisa, que desencadenó las Guerras de
Religión que asolaron el país en el siglo XVI.
El sueño de Francisco I
Bordeando
el Loira menos de veinte kilómetros se llega a Chambord. Una amplia
avenida arbolada conduce a las puertas de un castillo que es el sueño en
piedra de un rey culto y renacentista, Francisco I (1494-1547). Gran
aficionado a la caza, el monarca decidió dar rienda suelta a su
imaginación y crear el que posiblemente sea el pabellón de caza más
fabuloso del mundo. Coronado por seis inmensas torres, sus 440
habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras conforman un conjunto
armónico. Se dice que en su construcción intervinieron 1.800 obreros y
que el propio da Vinci –suposición nunca probada– intervino en el diseño
de su escalera helicoidal, dos espirales imbricadas en un único hueco
por las que dos personas pueden subir y bajar sin cruzarse.
Orleans
aparece al poco rato, en el punto en que el río Loira recibe las aguas
de dos afluentes. Durante la Edad Media y el Renacimiento fue el puerto
fluvial más importante de la región, además de centro intelectual
gracias a su universidad. El núcleo más antiguo se localiza entre la
catedral y el Loira, cuajado de edificios con entramados de madera en la
fachada, palacetes renacentistas, dos colegiatas y una torre de origen
galorromano. Hay que seguir la Rue Royal hasta el puente Royal, de nueve
arcos y 35 metros, para imaginar la Orleans que Juana de Arco liberó en
1429 de los ingleses. Con la vista puesta en el discurrir del Loira, el
viajero posiblemente piense que los 200 kilómetros recorridos desde
Saumur han acortado la distancia que lo separaba de la historia.
Desde su nacimiento en el Macizo Central hasta que desemboca junto a
Nantes, el Loira ha sido testigo privilegiado de momentos decisivos en
la historia de Francia. Su tramo intermedio, cuando parece más apacible,
es el que más belleza concentra. Corresponde a la curva que traza entre
las ciudades de Blois y Saumur. Un territorio acogedor de bosques,
viñedos y colinas que fue elegido por nobles y monarcas como segunda
residencia. Muchos de sus palacios habían sido viejas fortalezas
medievales que adquirieron su forma actual a lo largo del siglo XVI,
durante el exquisito Renacimiento francés.
Este tramo majestuoso
empieza en Blois, que fue capital de Francia durante el siglo XVI. El
gran atractivo de esta ciudad asentada a la orilla del Loira es el
trazado medieval de su casco antiguo. Calles empinadas, casas de madera y
palacetes con medallones nobiliarios en la fachada acompañan a lo largo
del paseo que conduce hasta el ecléctico castillo de Blois, el mejor
ejemplo del apogeo arquitectónico que alcanzó la ciudad durante el
Renacimiento. Entre sus muros tuvo lugar el episodio histórico más
notable de aquel siglo: el asesinato del duque de Guisa ordenado por el
rey Enrique III, detonador de las Guerras de Religión que devastaron el
país.
Únicamente hay que alejarse 15 kilómetros de Blois para
acceder al imponente palacio de Chambord, capricho del impetuoso rey
Francisco I (1494-1547). Sus 440 estancias, 365 chimeneas y 14 escaleras
dan una idea de las dimensiones de un sueño que resultó carísimo, si se
tiene en cuenta que inicialmente había de ser un pabellón de caza y que
el monarca solo vivió en él 42 días en sus 32 años de reinado. La mayor
curiosidad arquitectónica es la escalera helicoidal –cuya autoría se
atribuye sin demasiadas pruebas a Leonardo da Vinci–, donde dos
espirales imbricadas en un único hueco permiten que dos personas puedan
subir y bajar sin cruzarse.
La mansión de Tintín
El cercano castillo de Cheverny
despierta la misma emoción en el viajero que Chambord. Aunque de
dimensiones más modestas, Cheverny disputa el título de ser uno de los
palacios más elegantes del valle gracias a su mobiliario del siglo XVII y
a sus jardines surcados por canales y ornados con cedros. A los
admiradores de Tintín les encantará saber que Cheverny es Moulinsart, la
residencia del capitán Haddock, pues el dibujante Hergé era amigo de la
familia propietaria del palacio.
Si se continúa el viaje por la
margen derecha del Loira siguiendo la carretera D-952, se divisa en la
ribera opuesta las laderas de Candé-sur-Beuvron, la villa de los cinco
puentes y los tres riachuelos que la delimitan. A partir de ahí, hay que
recorrer 20 kilómetros hasta Chaumont-sur-Loire, un castillo que domina
el río desde una colina y que ilustra el carácter defensivo de la época
gótica así como la arquitectura ornamental del Renacimiento.
Un
recorrido de 17 kilómetros a través de bosques de ribera separa
Chaumont-sur-Loire de Amboise, una población de plazas diminutas con
tejados de pizarra y flores en las ventanas. Su castillo tiene como
mayor virtud haber introducido el estilo italiano en el Valle del Loira y
haber alojado a huéspedes ilustres. El más relevante fue Leonardo da
Vinci, quien por gentileza de Francisco I residió hasta su muerte en la
cercana villa de Clos-Lucé. Sus restos reposan ahora en la capilla de
Saint Hubert, en el castillo de Amboise.
La siguiente parada
aguarda a quince minutos de Amboise, después de recorrer un paisaje de
colinas regadas de viñedos que conectan con el valle del Cher. Este
afluente del Loira fluye apacible a través de prados y bosques de
frondosos abedules y castaños. Y si en esta tierra todo río aporta un
regalo, el Cher ofrece el que está considerado como el más bello de
todos los castillos franceses, Chenonceau. Un paseo bordeado de enormes
plátanos conduce hasta la lámina de agua sobre la que reposa el
edificio. El palacio sobrevuela, literalmente, el río con una galería
cubierta que va de una orilla a otra sobre una delicada sucesión de
arcos.
La carga romántica de Chenonceau es que fue un regalo del
joven Enrique II a su amante, la bella aunque bastante mayor que él
Diana de Poitiers. Fue un nido de amor un tanto excesivo hasta que el
monarca murió en un torneo y la viuda, la reina Catalina de Médicis,
despechada, recuperó Chenonceau para la corona. Aunque es justo
reconocer que, a cambio, la soberana ofreció a Diana el castillo de
Chaumont-sur-Loire.
La ciudad de Balzac
Poco después de
abandonar Chenonceau, las aguas del Cher se adentran entre bosques
buscando con cierta mansedumbre el curso del Loira. El punto donde ambos
ríos se unen es Tours. Esta ciudad tuvo un papel relevante en la Edad
Media, cuando congregaba a los peregrinos que se dirigían hacia Santiago
de Compostela y a los que llegaban a venerar el sepulcro de san Martín.
A
finales del siglo XV el rey Luis XI trasladó a Tours la corte del reino
y convirtió la ciudad en un importante centro de manufacturas de seda.
La prosperidad de aquellos años queda reflejada en la fachada de la
catedral de Saint Gatien, el castillo, la abadía de Saint Julien y los
palacetes próximos a la plaza Plumereau. Las terrazas de esta última,
situados bajo edificios de madera entramada, son un lugar perfecto para
degustar los vinos de la Turena y pensar en el gran novelista Honoré de
Balzac (1799-1850), que nació en Tours y residió durante años en la
cercana población de Saché.
Desde Tours la carretera avanza casi
en paralelo al Loira hasta la abadía de Fontevraud, a 70 kilómetros y
poco antes de que las aguas del río Vienne se viertan en el Loira. Este
monasterio benedictino del siglo XII estaba reservado a un clero
compuesto por hombres y mujeres de sangre azul. Duquesas y sobrinos o
hijos de reyes se retiraban a esta abadía y hacían donaciones
sustanciosas, como demuestran los detalles del claustro y el tejado
cubierto con escamas de pez, de inspiración bizantina. Fontevraud es
también la necrópolis de los Plantagenet. Aquí terminó sus días su más
insigne representante, la reina Leonor de Aquitania (1122-1204), quien
reposa junto a su marido Enrique II y su temperamental hijo Ricardo
Corazón de León.
Antes de la abadía de Fontevraud, sin embargo,
hay media docena de paradas indispensables. La primera es el castillo de
Villandry, a solo 15 kilómetros de Tours. El principal valor de este
palacio son sus jardines, sensacionales gracias a Joaquín Carvallo, un
médico español casado con una rica norteamericana que, en 1906, quiso
recuperar la antigua exuberancia del recinto. El resultado es un jardín
donde el agua es protagonista en la parte superior, mientras que las
plantas aromáticas y medicinales ocupan la zona intermedia, y el nivel
inferior es un huerto decorativo con hortalizas y frutas, al estilo de
los jardines monásticos de Italia.
Por la orilla del Indre
Al
poco rato de dejar Villandry aparecen una serie de castillos con
funciones bélicas, pero resulta más interesante desviarse para buscar
otro de los afluentes del gran río: el Indre. Este cauce tranquilo
parece diseñado para reflejar los lirios y sauces que crecen a sus
orillas e inspirar a escritores como Balzac, que cuenta en Saché con una
casa-museo. El paisaje alcanza un equilibrio único en el tramo del
camino que conduce a Azay-le-Rideau, cuyo castillo combina un estilo que
integra las novedades italianas con el austero estilo francés.
Quizá
el trayecto que mejor resume de forma plástica la esencia de este viaje
es el que lleva de Azay-le-Rideau hasta la localidad de Chinon.
Discurre a través de una larga carretera que atraviesa el verdor del
bosque dejando a la derecha el imponente castillo de Rigny-Ussé, en el
que se inspiró Charles Perrault (1628-1703) para crear su deliciosa
bella durmiente.
A continuación nuestra ruta topa con el curso del
río Vienne con sus aguas deslizándose bajo las murallas de Chinon, una
ciudad en la fueron escritos varios capítulos de la historia de Francia.
La Edad Media resucita en su castillo y en los entramados de madera del
casco antiguo. El impacto de aquella época se percibe en la Grand
Carroi y en las calles Voltaire y Jean-Jacques Rousseau. Dos autores que
poco tienen que ver con François Rabelais, el hijo más célebre de la
ciudad y genial padre de dos figuras fantásticas: Gargantúa y
Pantagruel, encargados de recordar que el Valle del Loira es una tierra
tan propensa a la glotonería como a la sed de conocimiento.
Unos
33 kilómetros al oeste de Chinon aparece la ciudad de Saumur, denominada
la Perla de Anjou, que cuenta con el privilegio de ser la puerta que
abre y cierra el Valle del Loira. Desde lejos ya se divisa su castillo
gótico, de torres octogonales y almenas decoradas con flores de lis. Una
silueta imponente que se erige sobre un pedestal, como observando el
discurrir imparable del Loira hacia el Atlántico.
Museos en el Valle del Loira
El Valle del Loira, en la Región Centro francesa, no es sólo la tierra de los mil castillos y de bellos parques y jardines. Este destino esconde museos de
todo tipo que completan la oferta turística de la región. Con la
llegada del otoño y el descenso de las temperaturas, los viajeros
prefieren visitar lugares resguardados. Aquí les dejamos un listado de
museos que pueden encontrar en el Valle del Loira
Museos para todos los públicos
Museo del Circo y de la Ilusión: ubicado en Dampierre-en-Burly (al este de Orléans). Este museo centrado en el mundo del circo. Más información: www.museeducirqueetdelillusion.com
Museo de Tintín. El Castillo de Cheverny sirvió
de inspiración a Hergé, para recrear el castillo de Molinsart,
residencia del capitán Haddock, amigo de Tintín. En este monumento el
visitante podrá recorrer el museo de Tintín. Para más información:
www.chateau-cheverny.fr
La Maison de la Magie. Situado enfrente del Castillo Real de Blois,
este museo alberga varias salas donde se muestra la historia de la
magia a lo largo de los tiempos: desde la Grecia clásica, pasando por la
etapa medieval y los siglos XVIII y XIX hasta nuestros días. Se puede
visitar la Sala de las Ilusiones, donde se pueden ver y tocar diferentes
trucos de magia, mientras se explica la técnica y los efectos visuales y
sonoros. Más información: www.maisondelamagie.fr
Museos históricos y casas de escritores
Casa de Juana de Arco: ubicada cerca de la catedral de Orléans.
Aquí vivió Juana de Arco, la heroína que combatió para liberar la
ciudad. Sus habitaciones muestran detalles de la vida de la doncella de
Orléans. El visitante puede contemplar utensilios de la Edad Media y
exposiciones temporales sobre los lugares que pisó Juana de Arco. Más
información: www.jeannedarc.com.fr
Museo Balzac: ubicado en Saché (Touraine). Dedicado al escritor Honoré de Balzac se encuentra en el Castillo de Saché, lugar donde el escritor residió durante largas temporadas escribiendo entre 14 y 16 horas por día. Más información: www.musee-balzac.fr
Museo Balzac: ubicado en Saché (Touraine). Dedicado al escritor Honoré de Balzac se encuentra en el Castillo de Saché, lugar donde el escritor residió durante largas temporadas escribiendo entre 14 y 16 horas por día. Más información: www.musee-balzac.fr
Un museo único
Casa de la caza furtiva: en Sologne.
Este museo es único en Europa por su increíble originalidad al estar
consagrado a la caza furtiva; un arte antaño habitual en el Valle del
Loira y retratado en los libros de Maurice Genevoix. Más información:
www.maisondubraconnage.com
Más info sobre la Val de Loire: http://www.touraineloirevalley.es/
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