Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1580 – Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645), conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro.
Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la
literatura española y es especialmente conocido por su obra poética,
aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas.
Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago (su ingreso se hizo oficial el 29 de diciembre de 1617).
Biografía
Quevedo nació en Madrid en el seno de una familia de hidalgos provenientes de la aldea de Vejorís (Santiurde de Toranzo), en las montañas de Cantabria. Fue bautizado en la parroquia de San Ginés el 26 de septiembre de 1580.
Su infancia transcurrió en la Villa y Corte, rodeado de nobles y
potentados, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio. Su
madre, María de Santibáñez, era dama de la reina, y su padre, Pedro
Gómez de Quevedo, era el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria.
Huérfano de padre a los seis años, le nombraron por tutor a un pariente
lejano, Agustín de Villanueva. En 1591 falleció su hermano Pedro. Pasó
al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en lo que hoy es el Instituto de San Isidro de Madrid, y estudió Teología en Alcalá sin llegar a ordenarse, así como lenguas antiguas y modernas. Durante la estancia de la Corte en Valladolid parece ser que circularon los primeros poemas de Quevedo, que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora
bajo seudónimo (Miguel de Musa) o no, y el poeta cordobés detectó con
rapidez al joven que minaba su reputación y ganaba fama a su costa, de
forma que decidió atacarlo con una serie de poemas; Quevedo le contestó y
ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del
cisne cordobés, quien dejó en estos versos constancia de la deuda que
Quevedo le tenía contraída.
Musa que sopla y no inspiray sabe que es lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,no es de Apolo, que es mentira.
Quevedo también se aproximó a la prosa escribiendo como juego
cortesano, en el que lo más importante era exhibir ingenio, la primera
versión manuscrita de una novela picaresca, La vida del Buscón,
y un cierto número de cortos opúsculos burlescos que le ganaron cierta
celebridad entre los estudiantes y de los que habría de renegar en su
edad madura como travesuras de juventud; igualmente por esas fechas
sostiene un muy erudito intercambio epistolar con el humanista Justo Lipsio, deplorando las guerras que estremecen Europa, según puede verse en el Epistolario reunido por Luis Astrana Marín. En 1601 fallece su madre, María Santibáñez. Hacia 1604 intenta explorar nuevos caminos métricos creando un libro de silvas que no terminó, a imitación de las de Publio Papinio Estacio, combinando versos de siete y once sílabas libremente; en 1605 fallece su hermana María.
Vuelta la Corte a Madrid, arriba a ella Quevedo en 1606 y reside allí hasta 1611 entregado a las letras; escribe cuatro de sus Sueños y diversas sátiras breves en prosa; obras de erudición bíblica como su comentario Lágrimas de Jeremías castellanas; una defensa de los estudios humanísticos en España, la España defendida; y una obra política, el Discurso de las privanzas, así como lírica amorosa y satírica. Se gana la amistad de Félix Lope de Vega (hay numerosos elogios a Quevedo en los libros de Rimas del Fénix y Quevedo aprobó las Rimas humanas y divinas, de Tomé Burguillos, heterónimo del Fénix), así como de Miguel de Cervantes (se le alaba en el Viaje del Parnaso del alcalaíno y Quevedo corresponde en la Perinola), con quienes estaba en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento; por el contrario, atacó sin piedad a los dramaturgos Juan Ruiz de Alarcón, cuyos defectos físicos le hacían gracia (era pelirrojo y jorobado), siendo él mismo deforme, así como Juan Pérez de Montalbán, hijo de un librero con el que Quevedo tuvo ciertas disputas. Contra este último escribió La Perinola, cruel sátira de su libro misceláneo Para todos. Sin embargo, el más atacado sin duda fue Luis de Góngora,
al que dirigió una serie de terribles sátiras acusándole de ser un
sacerdote indigno, homosexual, escritor sucio y oscuro, entregado a la
baraja e indecente. Quevedo, descaradamente, violentaba la relación
metiéndose hasta con su aspecto (como en su sátira A una nariz,
en la que se ensaña con el apéndice nasal de Góngora, pues en la época
se creía que el rasgo físico más acusado de los judíos era ser
narigudos). En su descargo, cabe decir que Góngora le correspondió casi
con la misma violencia. Por entonces estrecha una gran amistad con el
grande Pedro Téllez-Girón, el Gran Duque de Osuna, al que acompañará como secretario a Italia en 1613, desempeñando diversas comisiones para él que le llevaron a Niza, Venecia y finalmente de vuelta a Madrid, donde se integrará en el entorno del Duque de Lerma,
siempre con el propósito de conseguir a su amigo el Duque de Osuna el
nombramiento de virrey de Nápoles, lo que al fin logrará en 1616.
Vuelto a Italia de nuevo con el Duque, éste le encargó dirigir y
organizar la Hacienda del Virreinato, desempeñando otras misiones,
algunas relacionadas con el espionaje a la República de Venecia, aunque no directamente como se ha creído hasta hace poco, y obtiene en recompensa el hábito de Santiago en 1618.
Caído el grande Osuna, Quevedo es arrastrado también como uno de sus hombres de confianza y se le destierra en 1620 a la Torre de Juan Abad (Ciudad Real),
cuyo señorío había comprado su madre con todos sus ahorros para él
antes de fallecer. Los vecinos del lugar, sin embargo, no reconocieron
esa compra y Quevedo pleiteará interminablemente con el concejo,
si bien el pleito sólo se resolverá a su favor tras su muerte, en la
persona de su heredero y sobrino Pedro Alderete. Llegado allí a lomos de
su jaca «Scoto», llamada así por lo sutil que era, como cuenta en un romance,
y aislado ya de las tormentosas intrigas cortesanas, a solas con su
conciencia, escribirá Quevedo algunas de sus mejores poesías, como el
soneto «Retirado a la paz de estos desiertos...» o «Son las torres de
Joray...» y hallará consuelo a sus ambiciones cortesanas y su desgarrón
afectivo en la doctrina estoica de Séneca, cuyas obras estudia y comenta, convirtiéndose en uno de los principales exponentes del neoestoicismo español. Completa el número de sus Sueños y redacta tratados políticos como Política de Dios, morales como Virtud militante y dos sátiras extensas: Discurso de todos los diablos y La hora de todos. Tomó parte muy activa en la controversia sobre el patronato de España con dos obras: Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, 1628. La cuestión se había suscitado cuando una reforma del Breviario Romano
en el siglo XVII no citó la predicación y enterramiento de Santiago en
España, lo que provocó un cruce de cartas y presiones que duró treinta y
dos años hasta conseguir su revocación; el asunto se reavivó cuando se
pretendió otorgar el patronazgo de España a santa Teresa de Jesús,
lo que acabó por convertirse en una auténtica batalla de intelectuales
en pro de una u otro, y Quevedo, se inclinó por el santo guerrero
Santiago.
La entronización de Felipe IV supuso para Quevedo el levantamiento de su castigo, la vuelta a la política y grandes esperanzas ante el nuevo valimiento del Conde Duque de Olivares.
Quevedo acompaña al joven rey en viajes a Andalucía y Aragón, algunas
de cuyas divertidas incidencias cuenta en interesantes cartas. Por
entonces denuncia sus obras a la Inquisición,
ya que los libreros habían impreso sin su permiso muchas de sus piezas
satíricas que corrían manuscritas haciéndose ricos a su costa. Quevedo
quiso asustarlos y espantarlos de esa manera y preparar el camino a una
edición definitiva de sus obras que nunca llegó a aparecer. Por otro
lado, lleva una vida privada algo desordenada de solterón: fuma mucho,
frecuenta las tabernas (Góngora le achaca ser un borracho consumado y en
un poema satírico se le llama don Francisco de Quebebo) y
frecuenta los lupanares, pese a que vive amancebado con una tal Ledesma.
Sin embargo, es nombrado incluso secretario del monarca, en 1632, lo
que supuso la cumbre en su carrera cortesana. Era un puesto sujeto a
todo tipo de presiones: su amigo, el Duque de Medinaceli, es hostigado
por su mujer para que lo obligue a casarse contra su voluntad con doña
Esperanza de Mendoza, señora de Cetina,
viuda y con hijos, y el matrimonio, realizado en 1634, apenas dura tres
meses. En contrapartida, son años de una febril actividad creativa. En
1634 publica La cuna y la sepultura y la traducción de La introducción a la vida devota de Francisco de Sales; de entre 1633 y 1635 datan obras como De los remedios de cualquier fortuna, el Epicteto, Virtud militante, Las cuatro fantasmas, la segunda parte de Política de Dios, la Visita y anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu o la Carta a Luis XIII. En 1635 aparece en Valencia el más importante de uno de los numerosos libelos destinados a difamarle, El
tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco
de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en
bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo
entre los hombres.
En 1639, con motivo de un memorial aparecido bajo la servilleta del Rey Sacra, católica, real Majestad...,
donde se denuncia la política del Conde-Duque, se le detuvo, se
confiscan sus libros y, sin apenas vestirse, es llevado al frío Convento de San Marcos en León hasta la caída del valido y su retirada a Loeches en 1643. En el monasterio Quevedo se dedicó a la lectura, como cuenta en la Carta moral e instructiva, escrita a su amigo, Adán de la Parra, pintándole por horas su prisión y la vida que en ella hacía:
Desde las diez a las once rezo algunas devociones, y desde esta hora a la de las doce leo en buenos y malos autores; porque no hay ningún libro, por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena, como ni algún lunar el de mejor nota. Catulo tiene sus errores, Marcus Fabius Quintilianus sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión; y en fin, Homero sus cegueras, y el satírico Juvenal sus desbarros; sin que le falten a Egecias algunos conceptos, a Sidonio medianas sutilezas, a Ennodio acierto en algunas comparaciones, y a Aristarco, con ser tan insulsísimo, propiedad en bastantes ejemplos. De unos y de otros procuro aprovecharme de los malos para no seguirlos, y de los buenos para procurar imitarlos.
Pero Quevedo había salido ya del encierro, en 1643, achacoso y muy
enfermo, y renuncia a la Corte para retirarse definitivamente en la Torre de Juan Abad.
Es en sus cercanías, y tras escribir en su última carta que «hay cosas
que sólo son un nombre y una figura», fallece en el convento de los
padres dominicos de Villanueva de los Infantes,
el 8 de septiembre de 1645. Se cuenta que su tumba fue profanada días
después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que
había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco en justo
castigo por tal atrevimiento. En 2009, sus restos fueron identificados
en la cripta de Santo Tomás de la iglesia de San Andrés Apóstol de la
misma ciudad.
Sus obras fueron muy mal recogidas y editadas por el humanista José Antonio González de Salas, quien no tiene empacho en retocar los textos, en 1648: El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas,
pero es la edición más fiable; peor es la edición del sobrino de
Quevedo y destinatario de su herencia, Pedro Alderete, en 1670: Las tres Musas últimas castellanas; en el siglo XX José Manuel Blecua las ha editado con rigor.
En 1663 se imprimió la primera biografía de Francisco de Quevedo, la de Pablo Antonio de Tarsia, abundante en anécdotas; posteriormente vendrán las de Aureliano Fernández Guerra en el siglo XIX, donde se le pinta como un hombre de estado, y la de Jauralde Pou (1998) en el siglo XX.
Análisis de su obra
Lo más original de la obra literaria de Quevedo radica en el estilo, vinculado al Conceptismo barroco y por lo tanto muy amigo de la concisión, de la elipsis y del cortesano juego de ingenio con las palabras mediante el abuso de la anfibología. Amante de la retórica, ensayó a veces un estilo oratorio lleno de simetrías, antítesis e isocola que lució más que nunca en su Vida de Marco Bruto. De léxico muy abundante, creó además muchos neologismos por derivación, composición y estereotipia y flexibilizó notablemente el mecanismo de la aposición
especificativa en castellano («clérigo cerbatana, zapatos
galeones...»), mecanismo que los escritores barrocos posteriores
imitaron de él. En su sátira se acerca a veces a la estética del expresionismo al degradar a las personas mediante la reificación o cosificación, y la animalización. Se ha señalado, además, como un rasgo característico de su verso, la esticomitía,
esto es, la tendencia a transformar cada verso en una sentencia de
sentido completo, lo cual hace a sus poemas muy densos de significado,
como era prioritario en su poética, radicada en los principios de lo que
más tarde fue denominado conceptismo barroco.
La mayor parte de la producción poética de Quevedo es satírica, pero como ya apercibió el abate José Marchena
sus sátiras están mal dirigidas y, aunque consciente de las causas
verdaderas de la decadencia general, es para él más un mero ejercicio de
estilo que otra cosa y se vierte contra el bajo pueblo más que contra
la nobleza, en lo cual no tuvo el atrevimiento de, por ejemplo, el otro
gran satírico de su época, Juan de Tassis y Peralta, segundo Conde de Villamediana. Cultivó también una fina lírica cortesana realizando un cancionero petrarquista
en temas, estilo y tópicos, prácticamente perfecto en técnica y fondo,
en torno a la figura de Lisi, que no hay que identificar como se ha
querido con ninguna dama concreta, sino con un arquetipo quintaesenciado
de mujer. Destacan sobre todo sus sonetos metafísicos y sus salmos,
donde se expone su más íntimo desconsuelo existencial. La visión que da
su filosofía es profundamente pesimista y de rasgos preexistencialistas.
El cauce preferido para la abundante vena satírica de que hizo gala es
sobre todo el romance, pero también la letrilla
(«Poderoso caballero es Don Dinero»), vehículo de una crítica social a
la que no se le esconden los motivos más profundos de la decadencia de
España, y el soneto. Abominó de la estética del Culteranismo cuyo principal exponente, Luis de Góngora,
fue violentamente atacado por Quevedo en sátiras personales. Contra la
pedantería y obscuridad que le imputaba se propuso también editar las
obras de los poetas renacentistas Francisco de la Torre y Fray Luis de León.
La poesía amorosa de Quevedo, considerada la más importante del siglo XVII, es la producción más paradójica del autor: misántropo y misógino,
fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió
numerosos poemas amorosos (se conservan más de doscientos), dedicados a
varios nombres de mujer: Flora, Lisi, Jacinta, Filis, Aminta, Dora.
Consideró el amor como un ideal inalcanzable, una lucha de contrarios,
una paradoja dolorida y dolorosa, en donde el placer queda descartado.
Su obra cumbre en este género es, sin duda, su «Amor constante más allá de la muerte».
Como han señalado los estudiosos del antisemitismo en España,
Quevedo fue un feroz antijudío y su judeofobia quedó reflejada "en todo
tipo de escritos, incluyendo sus poemas satíricos" pero fue "en los
años de su lucha contra Olivares cuando escribe sus dos textos antisemitas más importantes": Execración contra los judíos y La Isla de los Monopantos (aunque este último relato satírico no fue impreso hasta 1650, dentro del libro La Fortuna con seso y la hora de todos).
Obra
Obra literaria
Poesía
La obra poética de Quevedo, que está constituida por unos 875 poemas,
presenta ejemplos de casi todos los subgéneros de su época: poesía
satírico-burlesca, amorosa, moral, heroica, circunstancial, descriptiva,
religiosa y fúnebre. Aproximadamente, un 40% de sus textos son
satíricos; si a ello se le añade el hecho de que muchos de ellos
circularon públicamente en vida del autor a través de copias
manuscritas, se explica la fama de crítico severo y mordaz de su época
con que se conoce, en parte, a Quevedo.
La primera impresión de sus poemas tuvo lugar en 1605, en la antología conocida con el nombre de Primera parte de las flores de poetas ilustres de España. De forma póstuma, la mayor parte de sus poemas aparecieron publicados en dos obras: El Parnaso español (1648) y Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670).
Prosa
Obras satírico-morales
- Sueños y discursos, compuestos entre 1606 y 1623, circularon abundantemente manuscritos pero no se imprimieron hasta 1627. Se trata de cinco narraciones cortas de inspiración lucianesca donde se pasa revista a diversas costumbres, oficios y personajes populares de su época. Son, por este orden, El Sueño del Juicio Final (llamado a partir de la publicación de Juguetes de la niñez, la versión expurgada de 1631 El sueño de las calaveras), El alguacil endemoniado (redenominado El alguacil alguacilado), El Sueño del Infierno (esto es, Las zahúrdas de Plutón en su versión expurgada), El mundo por de dentro (que mantuvo su nombre siempre) y El Sueño de la Muerte (conocido como La visita de los chistes).
- De la estirpe de los Sueños son dos llamadas «fantasías morales», el Discurso de todos los diablos y de La hora de todos. Ambas son también sátiras lucianescas de característico tono jocoserio, aunque en su factura y creatividad superan a los Sueños:
- Discurso de todos los diablos o infierno emendado (1628), publicado en algunas versiones como El peor escondrijo de la muerte y, a partir de 1631, en la versión expurgada en la que aparecen también los cinco Sueños con los títulos cambiados que se enumeran más arriba, con el título de El entremetido y la dueña y el soplón.
- La hora de todos y la Fortuna con seso, variación sobre el tema del mundo al revés en que la Fortuna recobra el juicio y da a cada persona lo que realmente merece, provocando tan gran trastorno y confusión que el padre de los dioses debe volverlo todo a su primitivo desorden.
- La novela picaresca Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, apareció impresa en Zaragoza en 1626, pero existen tres versiones más de la obra con grandes divergencias textuales. El problema es complejo, pues todo parece indicar que Quevedo retocó su obra varias veces. La versión más antigua es el manuscrito 303 bis (olim Artigas 101) de la Biblioteca de Menéndez Pelayo a causa del cotejo de las variantes y la manera en que unos testimonios se agrupan frente a otros. La impresión de 1626 fue asumida, si no controlada, por Quevedo, según el propio autor declara en su memorial Su espada por Santiago (1628) y la sinceridad de sus palabras es confirmada por otros datos, así que en realidad no puede sostenerse que se hiciera sin permiso del autor. Pero esta versión no fue la última, pues don Francisco volvió sobre ella para retocar algunos pormenores narrativos, amplificar el retrato satírico de varios personajes secundarios y paliar las expresiones que juzgaron irreverentes o blasfemas los redactores de dos libelos antiquevedianos, el Memorial enviado a la Inquisición contra los escritos de Quevedo (1629) y El Tribunal de la Justa Venganza (1635). De estos retoques dan fe los otros manuscritos. El Buscón es un divertimento en que el autor se complace en ridiculizar los vanos esfuerzos de ascensión social de un pobre diablo perteneciente al bajo pueblo; para ello exhibe cortesanamente su ingenio por medio de un brillante estilo conceptista que degrada todo lo que toca cosificándolo o animalizándolo, utilizando una estética preexpresionista que se aproxima a Goya, Solana y Valle-Inclán y no retrocediendo ante las gracias más repugnantes. La caracterización apenas existe: se trata sólo de un vehículo para el lucimiento aristocrático del autor.
Obras festivas
- Premática y aranceles, hechas por el fiel de las putas, Consejos para guardar la mosca y gastar la prosa, Premática del tiempo, Capitulaciones matrimoniales y Capitulaciones de la vida de la Corte son sátiras de los géneros burocráticos habituales en las cancillerías y que se aplican a temas grotescos.
- Cartas del caballero de la Tenaza (1625), humorística descripción de las epístolas intercambiadas entre un caballero sumamente tacaño y su amante, que quiere sacarle dinero por cualquier medio.
- Libro de todas las cosas y otras muchas más. Compuesto por el docto y experimentado en todas materias. El único maestro malsabidillo. Dirigido a la curiosidad de los entremetidos, a la turbamulta de los habladores, y a la sonsaca de las viejecitas.
- Gracias y desgracias del ojo del culo. Opúsculo jocoso sobre los placeres y las dolencias relativos a semejante órgano.
Teatro
No existe un catálogo definitivo de la obra teatral atribuible a
Quevedo, y no solo por la dificultad de reconocer su autoría sino por
las dificultades de considerar a algunos textos como teatrales. En cualquier caso, se consideran como seguras y plenamente teatrales las siguientes obras:
- La comedia Cómo ha de ser el privado
- Los entremeses Bárbara, Diego Moreno, La vieja Muñatones, Los enfadosos, La venta, La destreza, La polilla de Madrid, El marido pantasma, El marión, El caballero de la Tenaza, El niño y Peralvillo de Madrid, La ropavejera y Los refranes del viejo celoso.
Además, se toman también en consideración diversos fragmentos de comedias perdidas, alguna loa y diez bailes.
Obra no literaria
Obras políticas
- Política de Dios, gobierno de Cristo. Su primera parte fue escrita hacia 1617 (en la dedicatoria a Olivares, de 1626, le dice que «es el libro que yo escribí diez años ha») e impresa en 1626 con el título de Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás. La segunda parte, escrita en torno a 1635, se publicó en 1655. Las dos partes juntas se publicaron bajo el epígrafe Política de Dios, gobierno de Cristo, sacada de la Sagrada Escritura para acierto del Rey y del reino en sus acciones.
- Mundo caduco y desvaríos de la edad (1621, ed. 1852).
- Grandes anales de quince días (1621, ed. 1788), análisis de la transición entre los reinados de Felipe III y Felipe IV.
- Memorial por el patronato de Santiago (1627, ed. 1628).
- Lince de Italia y zahorí español (1628, ed. 1852).
- El chitón de Tarabillas (1630), impreso muchas veces con el título de Tira la piedra y esconde la mano. Defiende las disposiciones económicas del Conde-Duque de Olivares, de quien luego se distanciaría.
- Execración contra los judíos (1633), alegato antisemita que contiene una velada acusación contra don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares y valido de Felipe IV.
- Carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, rey cristianísimo de Francia (1635).
- Breve compendio de los servicios de Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma (1636).
- La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero. 1641, panfleto contra la revuelta catalana de 1640.
- Vida de Marco Bruto, 1644, glosa de la vida correspondiente al famoso asesino de César escrita por Plutarco, escrita con algebraico rigor y una elevación de estilo conceptista poco menos que inimitable.
- España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros sediciosos, editada por primera vez en 1916.
Obras ascéticas
- Vida de Santo Tomás de Villanueva, 1620
- Providencia de Dios, 1641, tratado contra los ateos que intenta unificar estoicismo y cristianismo.
- Vida de San Pablo, 1644.
- La constancia y paciencia del santo Job, publicada póstumamente en 1713.
Obras filosóficas
- Doctrina moral del conocimiento propio, y del desengaño de las cosas ajenas (Zaragoza, 1630).
- La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (Madrid, 1634), que es una reescritura de la obra anterior, publicada sin su autorización, en la que amplificó y mejoró estilísticamente el texto precedente.
- Epicteto, y Phocílides en español con consonantes, con el Origen de los estoicos, y su defensa contra Plutarco, y la Defensa de Epicuro, contra la común opinión (Madrid, 1635).
- Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (1651).
Crítica literaria
- La aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631), satírica embestida contra los poetas que usan el lenguaje gongorino o culterano.
- La culta latiniparla (1624), burlesco manual para hablar en lenguaje gongorino.
- La Perinola (1633, ed. en 1788), ataque contra el Para todos de Juan Pérez de Montalbán.
- Cuento de cuentos (1626), reducción al absurdo de los coloquialismos más vacíos de significado.
Epistolario
Fue editado por Luis Astrana Marín
en 1946, apareciendo en dicho epistolario 43 cartas inéditas de los
últimos diez años de la vida del autor, que le escribió a su amigo Sancho de Sandoval de Beas (Jaén).
Traducciones
Quevedo frecuentó a humanistas como el distante Justo Lipsio y el más cercano José Antonio González de Salas; ambos le transmitieron su fervor por Propercio.
Como helenista, las traducciones de Quevedo del griego dejan bastante
que desear; se atrevió, sin embargo, a traducir pésimamente a Anacreonte (traducción que circuló manuscrita y no se imprimió en vida de Quevedo, sino en 1656), al pseudo Focílides y la Vida de Marco Bruto de Plutarco para su Marco Bruto. Mayor mérito tienen sus Lamentaciones de Jeremías desde el hebreo, o sus versiones de excelente latinista de los satíricos Marcial, Persio y Juvenal; sus obras están esmaltadas también de reminiscencias de Virgilio, Propercio, Tibulo, Ovidio, Estacio y Séneca,
autores que, como los citados satíricos, frecuentó no poco. También son
excelentes sus versiones del italiano y el francés; en esta última
lengua, conocía la obra de líricos como Joachim du Bellay y leía y admiraba la de Montaigne e incluso es posible que tradujese el primer libro de sus Essais. En su haber se cuentan:
- Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales.
- De los remedios de cualquier fortuna (1638), versión libre de Séneca.
- El Rómulo, 1632, del marqués Virgilio Malvezzi.
Obras perdidas
- La segunda parte de la Vida de Marco Bruto, mencionada por Quevedo en sus últimas cartas, en 1644.
- Historia de don Sebastián, rey de Portugal.
- La polilla de las repúblicas.
- Historia del año 1631.
- Dichos y hechos del Duque de Osuna en Flandes, España, Nápoles y Sicilia.
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